LA MUERTE EN SOLEDAD
CRISTINA ALMEIDA CASTRO
Abogada y cofundadora de Izquierda Unida
Ayer me pidieron
que escribiera algo sobre la muerte de Julio Anguita. Dije que no podía, porque
de verdad me dolía el corazón. Tenía una angustia acumulada desde hace mucho
tiempo.
Es algo que viene
sucediéndome desde que se inició la pandemia y, sobre todo, el confinamiento.
Lo sentía dentro cada vez que oía el número de muertos y muertas en nuestro
país. Y no solo por el hecho de morir, ya de por sí duro para los que se
quedan, sino por la soledad para morirse que está suponiendo el confinamiento.
Aisladas las familias, los amigos, los que quieren acompañarlos en este último
momento, como los han acompañado en muchos casos durante toda su vida.
Cuando cada día dan
las noticias de esas muertes que solo se definen con números, siempre pienso en
los nombres y las caras de cada uno de esos muertos/muertas, no como cifras,
sino como personas queridas por los que les rodean y que no pueden ser
despedidas por ellos.
Y durante este
confinamiento aparecen nombres de amigos, de quienes tampoco nos hemos podido
despedir; de los padres y amigos cercanos, a quienes tampoco hemos podido
ayudar a superar esta situación. Y vas sumando a esos nombres que han quedado
pendiente en tus afectos, y muchos en los afectos de tantos y tantas
ciudadanos.
Murió sin poderle
despedir con mi afecto y los de muchos Luis Eduardo Aute, que ha cantado
nuestra vida y nuestro compromiso. El confinamiento nos impidió ese adiós
profundo que nuestro corazón hubiera deseado.
Ha muerto este
viernes Juan Genovés, el gran pintor de los abrazos y de la reconciliación de
la democracia, que partió de un hecho tan doloroso y sin superar en lo profundo
de mi corazón como fueron los asesinatos de mis y nuestros compañeros de
Atocha, con esa estatua enfrente del despacho donde se cometió tan bárbara
actuación, entre otras muchas muertes injustas de aquella época, pero que son
recordadas con ese gran abrazo. Sin embargo, a su autor, mi amigo de compromiso
y de libertad con sus pinturas y sus ideas, Juan Genovés, no pudimos darle ese
abrazo colectivo que se ha quedado pendiente. Aunque sí se lo han podido dar
algunos de sus familiares y no ha muerto solo, los que le hubiéramos abrazado y
agradecido su vida y su obra, su dignidad y su honradez, no pudimos hacerlo al
estar confinados.
Y con todo ese
dolor acumulado de estos días, y recordando también a otras amigas muertas sin
haber podido despedirlas, como Susana López, militante feminista con la que
libramos tantas batallas, me llega también la noticia de la muerte de Julio
Anguita, con el que he compartido tantas historias, tantas luchas y tantas
ilusiones; y también muchas discrepancias pero que para nada pueden enturbiar
la enorme riqueza personal, el enorme compromiso social y la enorme honradez de
su persona.
Su muerte, las
muertes de todos ellos, no solo significan su desaparición, sino que con ellos
se nos va una parte importante de nuestros recuerdos de luchas democráticas. Es
morir parte de la memoria democrática actual, la que vive y ha tenido un
determinado e insustituible comportamiento político, que ha marcado un camino
en la España democrática por la que unos y otras hemos luchado.
Y, sobre todo,
contrapongo la vida de estas personas y su lucha por la democracia y la
libertad con las de quienes apropiándose y escudándose en la bandera española
que es de todos y de todas, y más aún, de los que han luchado por hacerla
constitucional, reclaman la libertad para ellos sin pensar en la libertad de
todos.
Me resulta
sorprendente ese grito de libertad que seguro que no pronunciaron nunca cuando
no existía para todos, pero que ahora reclaman para ellos en perjuicio de la
seguridad de todos los y las ciudadanas, en perjuicio de nuestras vidas.
Estas personas, que
con cacerolas piden la dimisión del Gobierno legítimo de la nación confundiendo
las medidas de una gravísima pandemia con una campaña electoral, son pocas,
pero en estos días y ante estas muertes produce aún más tristeza oírles gritar
libertad. Lo hacen utilizando además un himno que en un cantante como Nino
Bravo sonaba a libertad de vida, pero que ellos cantan por la suya propia y en
contraste absoluto con aquel otro himno que nos unió en aquellos momentos de la
transición: Libertad sin ira. Las cacerolas demuestran precisamente su ira y su
incomprensión de la libertad, lo que no es extraño, pues a ninguno se le conoce
por su lucha democrática, sino por todo lo contrario.
Por eso me puede el
dolor por despedirles. A todos y a todas. Siento que ya no estén, pero sí debo
celebrar que no hayan tenido una vida vacía, sino de entrega, honradez y
sacrificios, de mensajes de paz y de coherencia para todos, y esos quedan en
nuestra memoria y en nuestra historia para enriquecer el mundo que hicieron -o
quisieron hacer- mejor para todos y todas, para sus hijos y nietos. Eso no
desaparece.
La mediocridad
reinante en ciertos ámbitos provoca expresiones sin respeto ni coherencia, como
esta de un concejal de Vox de Murcia en referencia a Julio Anguita: "Se
habrá llevado una sorpresa enorme al ver que Dios existe'. Pues sorpresa desde
luego que se llevaría, pero lo que no tendría es miedo a su juicio. Porque la
gente que, como él y como todos los luchadores, han puesto su lucha al servicio
de los demás, serán buenas siempre y no tendrán que responder de la maldad,
como a lo mejor tiene que hacer ese concejal tan creyente. Y, porque tampoco
creo en Dios pero creo en los hombres y mujeres, lucharé siempre y sin
discriminar a nadie por sus creencias ni incluso por su falta de generosidad
para continuar la labor de Julio y de las personas de mi país y del mundo que
intentan que este sea mejor para todos y no solo para unos cuantos.
Por todo esto hoy
escribo con tristeza y con dolor acumulado, pero sabiendo que mi confinamiento
y la falta de abrazos a los que se han ido es parte de la generosidad de todos
ellos, que seguirán haciendo este mundo mejor.
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