BORJAMARIS DEL MUNDO, UNÍOS
DAVID TORRES
Un fantasma recorre
los barrios ricos de Madrid, de Núñez de Balboa a La Moraleja, o sea. El
fantasma de Snoopy. Hartos de no poder esquiar ni montar a caballo ni jugar al
golf, la gente bien, los señoritos rancios, los cayetanos y las pijamaris de la
capital han cogido sus mocasines, sus mechas y sus pulseritas, se han anudado
las banderas al cuello, a guisa de capa de superhéroe, y han tomado las calles
para demostrar quién manda, fíjate. Algunos hasta se han atrevido a quitarles
la cacerolas al servicio y se han puesto a golpearlas a ritmo de pasodoble;
otros no encontraban el enchufe por ningún sitio y han preferido usar la
thermomix, que como instrumento de percusión también suena lo suyo, o sea.
Total, no tienen nada que perder salvo su salud y la nuestra.
La escena parece
sacada de una película de Berlanga, una de las muchas que se quedó sin rodar,
pero no hay problema porque, entre ministros metidos entre rejas y aristócratas
reconvertidos en proletarios, el país se va pareciendo cada día más a una
película de Berlanga. Nacional IV. José Luis López Vázquez en el papel de Luis
José dando de comer a una piara de cerdos mientras decía "pitas,
pitas", no puede competir con Cayetano Martínez de Irujo, quien hace poco
abjuró de terrateniente y se declaró agricultor al tiempo que el tupé se le
encrespaba en boina. La tierra para el que la explota. O con Marcos de Quinto,
el millonario anarquista que está a dos borracheras de echarse al monte y
montar la revolución a base de Coca-cola y vino premium. Cómo no se van a tirar
de los pelos los hidalgos de toda la vida cuando una pareja de advenedizos
llamados Irene y Pablo se han ido a vivir a un chalet en Galapagar como si
fuesen marqueses, o sea.
En realidad, la
película que había profetizado hace años este alzamiento nacional de cacerolos
fue El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo, donde dos pijos cuarentones más
tontos que hechos de encargo ponían en práctica las tácticas de guerilla que
actualmente lleva a cabo la kale burberry. Circular en moto sin casco: un
antecedente de concentrar multitudes de irresponsables en medio de una pandemia. Pero Borjamari y
Pocholo no luchaban porque el coronavirus acabara de una vez por todas con la
civilización occidental ni porque España dejara de parecerse a Venezuela, sino
para intentar llegar a tiempo al último concierto de Mecano, o sea.
Hay una escena en
particular que retrata a la perfección la angustia existencial de esta gente
bien que se pregunta a todas horas quién ganará en el desenlace final de la
lucha de clases: el cocodrilo de Lacoste o el caballito de Ralph Lauren. Es
cuando Borjamari y Pocholo charlan sentados en el césped, rememorando la vida
que hubieran podido llevar, las decisiones que no tomaron y las novias que se
quedaron en el camino mientras ellos seguían viviendo en casa de sus padres.
"Elegí ser más canalla" dice Borjamari "y aquí estamos, haciendo
botellín". Díaz Ayuso, ya completamente desatada, anima a los madrileños
sin un dedo de frente a que sigan su ejemplo, abanderándolos al más puro estilo
Delacroix: la libertad de mercado guiando al pueblo, o sea. Al menos, los pijos
del barrio de Salamanca cumplen a rajatabla uno de los presupuestos esenciales
del marxismo: son los únicos que siguen teniendo conciencia de clase.
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