UN CASANOVA CANARIO EN
TIEMPOS DE INQUISICIÓN
ANA SHARIFE
De todos los
ilustrados del siglo XVIII canario, de todos sus personajes curiosos, el más
transgresor y divertido fue el vizconde del Buen Paso y marqués de la Villa de
San Andrés. Aristócrata y librepensador, mujeriego y truhan, preso y hombre
libre, sus ideas avanzadas le valieron ser juzgado cuatro veces, y encarcelado
tres, por la Inquisición. La primera en 1700 por “proposiciones heréticas,
escandalosas y temerarias”, con motivo de unas letanías que cantó a la sobrina
de un inquisidor; la segunda en 1717, por su crítica a la bula Unigenitus
promulgada por el papa Clemente XI condenando el jansenismo; y la tercera en
1759 por su biografía epistolar.
Cristóbal del Hoyo
Solórzano y Sotomayor (La Palma, 1677 – Tenerife, 1762) se burla de los poderes
políticos y religiosos, de los padres de la Iglesia y de sus sermones. Decía
que predicaban disparates y que San Agustín había sido “un adulador”. En su
biografía epistolar encontramos a uno de los personajes más eruditos e
irreverentes de la historia de Canarias, y a uno de los menos conocidos y más
enigmáticos de España. Un libertino volteriano que se anticipó al Romanticismo,
recibió la influencia tanto de la Ilustración como del Barroco, y cuya
inteligencia y amplios conocimientos lo convirtieron en un observador sagaz de
la sociedad y la naturaleza humana.
En su cuarta
condena, el Santo Oficio le prohíbe leer, escribir y publicar bajo los cargos
de haber pronunciado palabras herejes e impías sobre la Iglesia
El vizconde
desdeñaba la doble moral insular, huía de las instituciones, de la sociedad y
de la estadística. Fue precisamente en sus memorias, prohibidas por la
Inquisición y editadas de forma clandestina entre 1740 y 1746, donde traza un
retrato íntimo de las costumbres de su época, desmonta el mundo opresivo y
asfixiante de la “sociedad temerosa” en la que vive, cuando no describe con
ternura a aquellos que, “presos de la idolatría y superstición”, viven vidas
moribundas.
Sus contemporáneos
lo describen como un hombre generoso y discreto, de elegante y lujosa
vestimenta, de vasta ilustración y proverbial memoria, que llevaba el escándalo
consigo. Luchaba contra cualquier forma de opresión, señalaba los errores del
vulgo y la ignorancia en la que se mantenían los cristianos, y proponía a
cambio la libertad de pensamiento, análisis y conciencia. En su cuarta condena,
el Santo Oficio le prohíbe leer, escribir y publicar bajo los cargos de haber
pronunciado palabras herejes e impías sobre la Iglesia.
La sobrina del
Inquisidor
Es posible que la
ausencia de su padre, un capitán de caballería comprometido en el gobierno de
las colonias americanas, le hicieran llevar una desordenada y ajetreada vida
francamente irresumible. De su esmerada educación se encarga un fraile. Pronto
sus inquietudes le llevan a frecuentar a los capitanes que llegaban a la isla
de La Palma llenos de libros de difícil acceso. Lee a Feijoo, la figura más
destacada de la primera Ilustración española, lee a Lutero y a Calvino en
inglés y francés.
Sus problemas
empiezan cuando a oídos del Santo Oficio llegan noticias sobre sus libros
prohibidos y continuos affaires, y en 1700 sufre su primer proceso
inquisitorial. Tres años más tarde ingresa en el ejército como capitán de
caballos. “Aceptó la carrera de las armas, en cuyo ejercicio llegó a teniente
coronel de caballería”, señala Enrique Roméu en una biografía escrita por su
coetáneo Fernando de la Guerra, “y en 1706 asiste con su regimiento a la
defensa de la isla” en el contexto de la Guerra de Sucesión española, cuando,
al mando de 13 navíos, el contraalmirante de la armada inglesa John Jennings
conminó a las autoridades a sumarse al bando austracista.
En 1707 solicita un
permiso para reunirse con su padre que, ya viudo, vivía en Francia y se negaba
a regresar a las islas. Descubre la ciudad de las luces, las ideas de la
preilustración de Montesquieu, Locke, Berkeley y Bayle, un hecho capital en su
biografía que le sirve para agudizar aún más su descreimiento y sentido
crítico. También conoce el París del sexo y dispendio.
Tres años después
regresa a Tenerife y se establece en el Puerto de la Orotava, lugar de su
regimiento, donde hace amistad con John Crosse, cónsul de Inglaterra. Juntos
inician un viaje a Londres por motivos comerciales relacionados con los vinos
canarios que corrían por los espacios donde se refugiaban los más pudientes en
el Reino Unido. Tras recorrer Europa, regresa en 1716 a Tenerife, isla
arraigada en la religión, donde es rechazado por su mala reputación, y se
establece en Icod de los Vinos y se construye una casa en su hacienda de
Alzola.
Todas las historias
políticas y literarias de Canarias se hacen eco de la vida del vizconde del
Buen Paso y de sus escandalosos amores con su sobrina Leonor Josefa del Hoyo, a
la que seduce y es correspondido. Sufre el segundo proceso inquisitorial, en
1717, y entra en prisión en el castillo de San Felipe. Al salir de su
cautiverio, Leonor interpone una querella exigiéndole el matrimonio para lavar
su honra.
Luis I ordena
prenderlo, embargarle los bienes, señalar sobre ellos alimento a su sobrina, y
además le instiga a contraer matrimonio en ocho meses
El 29 de noviembre
de 1724, con la intervención del obispo de Tenerife, el rey Luis I ordena
prenderlo, embargarle los bienes, señalar sobre ellos alimento a su sobrina, y
además le instiga a contraer matrimonio en el plazo de ocho meses. No se
defiende de esta acusación y se presenta voluntariamente en la prisión del
Castillo de Paso Alto. “Una orden que ejecutó con gusto”, según su coetáneo el
historiador Viera y Clavijo, otro blanco de sus sátiras. Durante su cautiverio
lee a Góngora y a sor Juana Inés de la Cruz, a Calderón, Alarcón y Rioja
también a Lope de Vega y Góngora, y escribe su Testamento, donde refleja las
desventuras que atraviesa. “Hay que destacar su caballerosidad”, apunta Roméu,
“nunca dejó traslucir lo ocurrido con su sobrina”.
Siete años después
se fuga de la prisión –huida digna de cualquier antología de aventuras–, no sin
antes dejar escritas en el calabozo sendas cartas irónicas al inquisidor y a
Leonor. Recala en Madeira. Allí pasa cinco meses acogido por Luis Agustín del
Castillo y se relaciona con la alta sociedad oriunda y la nobleza, escribe
Soledades (1733), hito poético difícilmente igualable, y se traslada a Lisboa.
Entra en la corte portuguesa, entabla una profunda amistad con el ministro de
Estado, se relaciona con la familia real y se hace muy solícito entre la gran
nobleza lusa. Interviene en importantes misiones diplomáticas urdidas desde
Madrid, y escribe Carta escrita desde Lisboa (1734): “Aquí no lidio con
escribanos, procuradores ni abogados; aquí no veo los mayordomos de monjas con
el sombrero a la bolina, amenazando destrozos; al clérigo con sus capellanías,
ni al fraile con sus memorias (…)”.
En 1737 se traslada
a Madrid, donde reside más de 14 años, y publica su obra más significativa que
será retirada de la circulación por la Inquisición canaria. Cartas diferentes
(1740), Carta de la corte y Madrid por dentro (1745) serán reflexiones
importantes no sólo por su valor documental, sino porque destapa la corrupción
política del antiguo régimen y ataca a los predicadores por engañar al pueblo
con milagros, santos y vírgenes. Sobresale La Paráfrasis del salmo Miserere
(que algunos han confundido con la monja del padre Alayón), “que lo convertiría
en una suerte de tardío Rabelais español”.
En 1751 se retira a
Tenerife y publica Soneto al Pico de Teide (1932), otro de los mitos de la
literatura insular, donde plantea el conflicto íntimo entre el viaje y la
permanencia de una montaña dentro de un ciclo seguro. Con 81 años vuelve a ser
citado por el Santo Oficio, se desplaza a Las Palmas de Gran Canaria para
declarar ante el Tribunal y sufre su último cautiverio en el Convento de San
Agustín.
Gracias a la
intervención de un aliado, la condena se suaviza y de regreso a La Laguna es
nombrado alcaide del Castillo de San Cristóbal. Lo rechaza. Muere el 26 de
noviembre de 1762, a los ochenta y cinco años tras redactar testamento, en el
cual manifiesta su expreso deseo que no se le tributen “ofrendas ni honras
fúnebres”, ser enterrado en “un ataúd pobre” y en “una sepultura sin tumba ni
escudo”.
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