AYUSINO Y CASADO: EL ORGULLO DEL PRIMER MUNDO
DAVID TORRES
Sensibles a las
críticas que los responsabilizan de intentar sacar votos a costa de los muertos
por la pandemia, Pablo Casado e Isabel Díaz Ayuso han decidido abandonar el
tono luctuoso y apostar por el circo de tres pistas. Nunca les agradeceremos
bastante que intenten alegrar al personal en estos momentos en que los
animadores de balcón ya no dan abasto en unas calles desertizadas que parecen
la cubierta del trasatlántico en Vacaciones en el mar. Rifas, canciones, bingo
y clases de yoga tenían que dar paso a los concursos de disfraces, una
actividad en la que los líderes de la derecha son maestros consumados desde
aquel reportaje glorioso en que Aznar se vistió del Cid y en realidad parecía
Superlópez. Lo mejor de las caretas del PP es que no necesitan ni gomilla y así
Feijóo se retrató al lado de un narco sin otro maquillaje que un pegote de
crema en el lomo mientras que Rato hizo de ladrón de guante blanco sin quitarse
el traje de ministro (o puede que fuese al contrario, quién sabe).
Más versátil, Casado
ha reaccionado al batacazo de los últimos sondeos (que lo colocan apenas por
delante de Abascal, o sea, del cero pelotero) mediante una campaña de
travestismo cómico en la que ya no se sabe si intenta pasar desapercibido o
pasar de todo, incluyendo la jefatura del partido. Se arremangó la camisa y
frunció el ceño en unos lavabos para protagonizar un anuncio de laxante en que
se desdobló en dos Casados, con uno recriminándole al otro que se dejara el
grifo abierto y el otro recriminándole al uno el ridículo que estaba haciendo.
Se fue a dar un mitin a unas ovejas que tampoco le prestaron demasiada
atención. Visitó una panadería y se puso una hogaza bajo el sobaco para
demostrar que los másteres le caen del cielo igual que los niños nacen con un
pan debajo del brazo. Se disfrazó de aprendiz de laboratorio con una bata
blanca y una mascarilla que aún así dejaba adivinar la sonrisa de cachondeo que
lleva puesta de fábrica. Cada vez más da la impresión de que Arévalo es su
asesor de imagen. Casado está a dos fotos de vestirse de payaso y ponerse a
visitar hospitales infantiles emulando a Patch Adams.
En cambio, quien
asesora a Díaz Ayuso es un experto en comunicación a todos los niveles: nos
referimos a Miguel Ángel Rodríguez, el hombre al que retiraron el carné por
conducir borracho y que fue condenado por llamar nazi al doctor Montes un
montón de veces, cuando por aquel entonces pocos sabrían más de nazis en España
que él. Sólo teniendo un auriga de este talante a los mandos se explica la
acojonante sesión de fotos con que han ilustrado la entrevista de Ayuso en El
Mundo, alguna de ellas con los ojos cerrados, quizá para evitar ese efecto de
pasmo ultraterreno en el que la presidenta de la Comunidad de Madrid parece
estar sintonizando radio María, una emisora marciana o un concierto de José
Manuel Soto.
Entre el tono de
levitación religiosa y el fondo negro riguroso, unos piensan que Ayuso está a
punto de ascender a los cielos, otros que ha protagonizado la última pieza de
videoarte de Bill Viola y la mayoría que está imitando una portada de Queen. En
la entrevista, entre otras chorradas, dice que con la que está cayendo cada
semana cierra un negocio y un autónomo se va al paro: ocho o nueve comercios se
han ido al garete según esta buena mujer. Si se ponen a contar muertos vete a
saber lo que les sale, pero para contar chistes, Casado y ella, los dos con un
cigarrillo y una copa de coñac, no tienen precio. Este era el luto que pedían,
menudo espectáculo.
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