MADRID, FOCO DEL ESPERPENTO
GERARDO TECÉ
Hasta un reloj
parado da correctamente la hora dos veces al día, y el de la Puerta del Sol,
sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid, tuvo la suerte de que una de esas
veces fuese nada más comenzar la crisis sanitaria. Era 9 de marzo de 2020 e
Isabel Díaz Ayuso anunciaba el cierre de colegios, institutos y universidades.
Lo hacía adelantándose al Gobierno central que, paralizado por la situación que
se le venía encima, aún estudiaba un plan de emergencia para todo el país. La
clave del movimiento de Ayuso es el verbo adelantarse. Un verbo que nos explica
que la tarea de la presidenta madrileña ante el reto sanitario era doble: por
un lado, surfear la crisis en la zona más golpeada y, por otro, y al mismo tiempo,
convertir la región en pasarela política para hacerle oposición a un Gobierno
central que, recién llegado al cargo y al mando único de la situación, no había
venido a esta pandemia a competir ni a pelearse. Un Gobierno central que se
mostraba titubeante frente a la actitud decidida de Ayuso. El reloj de la
Puerta del Sol había marcado bien la hora y eso le daba alas a su presidenta.
En los siguientes dos meses iríamos descubriendo que a Ayuso no solo le había
sonreído la suerte del reloj parado, sino que, además, como los de Dalí, el
reloj de la Puerta del Sol empezaría a adoptar formas muy extrañas.
Ayuso es hija de la
herencia más punk del PP chulapo, el madrileño. El de innumerables años al
frente de la Comunidad a pesar de innumerables casos de corrupción aliñados con
tamayazos
Tras el cierre de
colegios, Ayuso anuncia la firma de un convenio de colaboración con dos
empresas privadas, Telepizza y Rodilla, que alimentarían a los alumnos en
condiciones económicas vulnerables durante el tiempo que durase la pandemia. Lo
hace en contra del criterio de los expertos nutricionistas, pero a favor del
criterio propio de convertir esta crisis de la covid-19 en un telemaratón de
empresas que se hacen la foto solidaria. Doctrina Amancio extendida. Estamos
ante el primer síntoma de infantilismo disfrazado de heroicidad de Díaz Ayuso,
una actitud política que marcará su gestión al frente de la crisis en la región
más golpeada por el virus. Aún no lo sabíamos entonces, pero Madrid acabaría
siendo no solo foco del virus, sino también del esperpento.
Los datos son
malos, malísimos en Madrid. Aunque las UCIs están desbordadas y el desastre
asoma en las residencias privadas cuya vigilancia corresponde a la Comunidad de
Madrid, todo esto no parece ser un problema para Ayuso, sino una oportunidad
para el Partido Popular al que ella representa. Una oportunidad para desgastar
al Ejecutivo de Pedro Sánchez. Ayuso se ausenta de la conferencia de
presidentes, órgano clave para la coordinación de la crisis entre Gobierno y
comunidades y lo hace para irse al aeropuerto a fotografiarse junto a un avión
con material sanitario. Mientras Moncloa fracasa, yo gestiono, pretende
trasladar Ayuso con la foto. Tiempo después sabríamos que el material con el
que se fotografiaba era, igual que el material comprado por el Gobierno central
o por otros gobiernos del mundo, material defectuoso. Con una diferencia: las
facturas de Ayuso no aparecen y a ella no parece preocuparle. Gobernanza de
crisis y autobombo son, como sorber y soplar, dos acciones difíciles de
coordinar y Ayuso empieza a demostrarlo.
La de la foto con
el avión no sería la única vez que Ayuso diese la nota en las reuniones de
presidentes autonómicos con el Gobierno central. En una de ellas, Pedro Sánchez
invita a la presidenta madrileña a acudir a La Moncloa la próxima vez, porque
el sonido con el que se comunica habitualmente es defectuoso e impide el normal
funcionamiento de las reuniones. A pesar de estos problemas de sonido, lo más
sonado estaría por llegar: Ayuso se ausentaría del órgano de coordinación para
hacerse su gran foto personal de la pandemia. Llorando una lágrima de rímel en
una misa en honor a unas víctimas que aún seguían muriendo. En La Almudena. En
mitad del confinamiento. En mitad del cierre de lugares públicos.
Ifema es el buque
insignia de una Díaz Ayuso que, por sistema, apunta en su haber las escenas
heroicas de militares y sanitarios sacando adelante un hospital de campaña,
necesario por la ausencia de camas en la Comunidad de Madrid, a propósito.
Sistemáticamente también, Ayuso apunta en el debe del Gobierno central esas
mismas escenas de militares y sanitarios cuando el resultado es macabro. Como
en el caso de unas residencias privadas cuya vigilancia recae sobre Ayuso. Pero
qué más da. Con un Gobierno central cuya consigna es no entrar al juego
político durante la emergencia, una jugadora como Ayuso tiene todo el campo
libre para no solo tratar de crear relato, sino, lo que es peor, acabar
creyéndoselo. Me da mucha pena cerrar Ifema, dijo Ayuso sobre un hospital de
campaña levantado precisamente por las carencias de la sanidad pública
madrileña, para a continuación, repartir bocatas de calamares y montar una
verbena investigada por la Delegación de Gobierno. Con tarifa plana de realidad
a la carta, acabaría culpando del acto multitudinario que había organizado a
los bolivarianos de Podemos.
Tras semanas de
críticas por el asunto de los menús escolares, Ayuso acude al fin a la Asamblea
de Madrid a explicar que a los niños les gustan las pizzas y que la alternativa
a la pizza carbonara de almuerzo y barbacoa con doble de bacon de cena era
Venezuela, pasar hambre. La posición de Ayuso contrasta con la de otras
comunidades, también gobernadas por el PP, como Andalucía, Galicia o Castilla y
León. Estas comunidades desmienten la tesis de Ayuso “pizza o hambre”,
apostando por usar ese dinero que Ayuso le paga diariamente a Telepizza por
menú, para que las propias familias hagan la compra en el supermercado y tengan
acceso a un menú completo nutritivamente. Menos heroico quizá, pero más
eficiente. La gestión y las formas de Ayuso empiezan a sentarles bien a gente
que, como Núñez Feijóo en Galicia o Moreno Bonilla en Andalucía, a poco que no
hagan esperpentos comienzan a parecerse a Churchill o Kennedy.
Un kilómetro de
distancia entre la Puerta del Sol y la Plaza de Cibeles, pero dos mundos
diferentes. Las escenas de chulería y tensión en la Asamblea de Madrid
contrastan también con las del Ayuntamiento de la capital. El alcalde Martínez
Almeida ha decidido que no hay mejor propaganda para uno mismo durante un
desastre sanitario que aportar calma y sosiego al debate público. La oposición
de izquierdas se lo agradece en el pleno. Es lo que los ciudadanos quieren de
nosotros, coinciden ambas partes, y Almeida, sin haber hecho nada
extraordinario, sale de la crisis reforzado, convertido en el Obama madrileño
en contraste con su compañera de partido.
Almeida, Feijóo y
Moreno Bonilla no tienen la responsabilidad que tiene Ayuso: la de liderar la
guerra propagandística contra el Gobierno. Nobleza obliga. Ayuso es hija, como
Pablo Casado, de la herencia más punk del PP chulapo, el madrileño. El de
innumerables años al frente de la Comunidad a pesar de innumerables casos de
corrupción aliñados con tamayazos. Esa herencia de la Aguirre encarándose con
trabajadores sanitarios que protestan por las privatizaciones, esa herencia del
Ignacio González de las cloacas. Pasadas las generaciones, la chulería y el
descaro ya no son cuestión de actitud en el PP de ADN madrileño, sino cuestión
de supervivencia. Mientras Teodoro García Egea, número dos del chulapo Casado,
señala a Pablo Iglesias como responsable del desastre en unas residencias que
debía revisar el Gobierno de Ayuso, la presidenta de la Comunidad pone al
frente de la gestión de los geriátricos a la hija del ideólogo de la
privatización de una sanidad madrileña desbordada. ¿Querías sudapollismo? Pues
toma dos tazas.
Preguntada Ayuso
por su dimisión, la misma presidenta que presume de dormir poco porque el
pueblo de Madrid es lo primero admite no haber hablado últimamente con su
directora de salud
Con la certeza de
que, si el reloj de la Puerta del Sol dio bien la hora en un principio fue a
causa del azar y con la sensación de que no hay nadie al volante frente a la
Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso emprende la huida hacia adelante. Huir hacia
adelante en el PP de ADN madrileño es que nada importe excepto el descaro
llevado al extremo. Quien le atribuía a Pedro Sánchez el desastre humano de lo
ocurrido en Madrid, quiere de repente y en contra de la opinión de los
expertos, saltarse fases de desconfinamiento a todo gas: “También hay
accidentes de coche y no vamos a prohibir los coches”, argumentó Ayuso,
convertida en epidemióloga de tráfico. Dispuesta a seguir su pulso, su pasarela
política que la convierte por oposición al Gobierno central en referencia de la
derecha, Ayuso está dispuesta a todo, incluso a poner en peligro la
desescalada, con tal de oponerse al “Gobierno socialcomunista”. Lo hace por
encima del cadáver político de Yolanda Fuentes, directora general de Salud
Pública de Madrid, obligada a dimitir tras ser ignorada su recomendación firme
de que Madrid no pasase aún a la siguiente fase de la desescalada. Preguntada
Ayuso por esta dimisión, la misma presidenta que presume en emisoras de extrema
derecha de dormir poco porque el pueblo de Madrid es lo primero admite no haber
hablado últimamente con su directora de salud. Ni más ni menos.
Llegados a este
punto el asunto ha dejado de dar miedo para pasar a dar pánico. La presidenta
de una de las regiones del mundo más castigadas por el virus no habla con su
directora pública de salud porque esta no le da la razón en sus planteamientos
políticos. Bolsonaro style. La responsable de salud que se opone a que la
pasarela se anteponga a lo sanitario y se ve obligada a dimitir. Lo hace para
no tener que firmar una petición de desescalada irresponsable que, horas
después de la dimisión, Ayuso reconoce haber pactado con los empresarios y en
contra de las recomendaciones sanitarias. Una petición que, al contrario que el
resto de comunidades autónomas, la Comunidad de Madrid presenta sin firmar.
Si en aquel acto
televisado en la Catedral de la Almudena, Isabel Díaz Ayuso le pidió a Dios por
la salud de los madrileños, esperemos que este la haya escuchado.
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