LA ESTRELLA DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR AGUSTÍN MILLARES CANTERO
El
pueblo canario no tiene un camino
que conduce a una estrella, diría yo parafraseando negativamente y en clave
insular el título de la más famosa escultura del artista español Alberto
Sánchez (1895-1962). Ni la tiene ni la ha tenido durante la mayor parte de su
atormentada historia, que tan a menudo falsean los mercachifles del saber.
Pensar
otra cosa sería un alarde de incuria intelectual y de optimismo embaucador. Hay
múltiples causas que nos explican esta ausencia de horizontes luminosos. Veamos
algunas de las principales.
1)
El poder avasallador de sistemas económicos que aunaron la
feudalidad y el capitalismo (inclusive con aportaciones transitorias
de la esclavitud), capaces de ejercer una explotación inmisericorde por
medio de la aparcería y del trabajo asalariado, haciendo víctima a una
población eminentemente rural hasta fechas cercanas y cuya impronta aún
subsiste en los últimos tiempos, marcados por una urbanización salvaje.
2)
La dominación casi omnímoda de oligarquías caciquiles (ayer agrarias y hoy “turísticas”),
con afanes depredadores en sus territorios respectivos y recursos clientelares
de probada eficacia.
3)
El sistemático saqueo de nuestros recursos
naturales por los agentes del colonialismo y del imperialismo de las potencias de turno, proceso que dio origen a
la propia conquista de Canarias y continúa vigente en sus expresiones
sustanciales, aunque hayan variado las formas en que se practica.
4)
Las apoyaturas burocráticas de los aparatos
del Estado español a los intereses de las clases dominantes indígenas y
de sus patronos foráneos, siempre laborando más por acción que por
omisión.
5)
Los controles sociales para disciplinar a las masas en
regímenes absolutistas, liberales o autoritarios
(inscritos o no en las dinámicas de los fascismos históricos o de sus
versiones “neos”), ya por la fuerza bruta o la manipulación de las conciencias
enajenadas.
6)
El fomento de las luchas intestinas a cargo de unas clases
dirigentes proclives hacia los apetitos hegemónicos sobre el Archipiélago o
un grupo de islas, arbitrando métodos propios de un centralismo interior,
de índole global o parcial, que les garantizaran mayores privilegios y
prebendas.
7)
Los recursos a la emigración como válvula de
ajuste en etapas críticas (pues "las gentes que emigran no
pelean"), acudiendo a la reacción racista y xenófoba cuando nos
hemos transformado en tierra de inmigrantes.
8)
La ignorancia programada desde las
instituciones oficiales en un país de analfabetos, donde los absolutos
de antaño se han convertido en los funcionales y/o tecnológicos de ahora.
8)
El oscurantismo fanático de la religión católica y sus prédicas de sumisión y mansedumbre al
orden establecido, mediando por norma la colaboración de la Iglesia con
los poderosos.
8)
El imperio de la corrupción en la práctica
totalidad de las instancias públicas, sostenido por las complicidades
entre los beneficiarios directos de las estructuras opresoras y sus devotos
paniaguados de cualquier pelaje y condición.
Es obvio que esta
relación no agota todos los factores que han promovido, y todavía impul-san,
las calamidades para la inmensa mayo-ría de los isleños. Se trata de un mero
apunte en términos históricos, quizás útil apenas co-mo aportación a la hora de
reabrir los debates que hace décadas
cerraron en falso las izquierdas por estas latitudes.
A
juicio de algunos independentistas revolucionarios (porque existe una
“independencia” reaccionaria de cuño neocolonial, evidenciada recientemente por
las campañas “soberanistas” del órgano in
pectore del insularismo tinerfeño más ramplón), toda la problemática
canaria se reduce a parámetros que, a simple vista, parecen muy sencillos,
aunque en el fondo escondan cuestiones de enorme calado.
El gran escritor que
es Víctor Ramírez, sin duda su
intelectual orgánico de más talla y el referente obligado de semejante
tendencia, lo ha expuesto en reiteradas ocasiones con meridiana nitidez. La
“patología” de “nuestra enfermedad” procede del colonialismo y “el agente patógeno”
no es otro que España, entendida ésta “como estructura de poder colonial”.
Así lo planteó valientemente en su discurso de ingreso en la Academia Canaria
de la Lengua, el 26 de mayo de 2004, condensando en esas Palabras
libertarias para una conciencia canaria universalista aquellos análisis que, durante largos
periodos, esgrimió desde el terrero periodístico.
Faltando
monografías políticas que desarrollen algunas de las claves apuntadas a lo
largo de la Transición, las colaboraciones en prensa han aspirado a cubrir
parte de tantas lagunas.
La publicación de
tales artículos en Diario de Las Palmas, La Tribuna Y Liberación, recopilados hasta
ahora en una docena de volúmenes, constituyen uno de esos extraños fenómenos
de la vida cultural que más parecen obra de los dioses. Por bastante
menos, simplemente en virtud de sus censuras hacia la masacre colonialista
marroquí, pasaron temporadas en las cárceles el republicano federal Melitón Gutiérrez Castro y el anarquista Agustín García Estévez, allá por la crisis
terminal de la primera Restauración borbónica.
Si
durante la segunda restauración han podido leerse cosas de mayor
voltaje, no es por la suma tolerancia de la nueva Borbonia -como certeramente denomina Víctor Ramírez a la
actual España-, sino porque las movilizaciones populares han ganado espacios de
libertad y las fuerzas represivas carecen de tanta capacidad de interferencia.
Hubo quien señaló
que Víctor perdía el tiempo dedicándose a semejantes menesteres, que nunca
debía sacrificar novelas y relatos a esos escritos de circunstancias
llamados al olvido. Afortunadamente rechazó el autor aquellas recomendaciones,
y por ello es posible estimarlo hoy como el mejor de los segui-dores en vida de
Secundino Delgado Rodríguez.
Las
bregas por la “independencia solidaria” a través de la “conciencia emancipatoria”, las denuncias
frente al proxenetismo que envilece la Patria Canaria, muestran claros
influjos del pionero. La honradez y la fidelidad a los principios comunes asimismo los vincula. Y además contamos en ambos con similares
inclinaciones de tipo ácrata.
Los anclajes en
Secundino nos sitúan ante lo que representa, a mi humilde entender, el punto
más débil de esta configuración ideológica nacionalista. No sé por qué maldición
bíblica persiste el empeño en fundamentar ante todo el nacionalismo
y la identidad isleña sobre los amazikes
precoloniales, de los cuales se nos obliga a ser forzados descendientes a riesgo de
merecer el epíteto de antipatriotas (Lo que no es el caso de Secundino y de
Ramírez, para quienes -como para el dominicano Máximo Gómez- la única raza es la Humanidad, dividida en
naciones buenas o malas).
La
plena asimilación de los “guanches” con los maúros o magos no posee base
antropológica rigurosa y supone una dramática expresión de peligroso infantilismo
político. Lo apropiado es reconocer que somos un pueblo racialmente mestizo (el mismo Nicolás
Estévanez se reconocía, como canario de nacimiento, africano de raza
irlandesa) y que del mestizaje afloró precisamente nuestra personalidad diferenciada.
Es
más, los responsables de la opresión que ha sufrido y padece aún la Patria
Canaria no resultan todos “fuereños”, según los llama Víctor. También, y
principalmente -como también ha señalado el propio Víctor en muchas ocasiones-
los “dentreños” (perdóneseme la forzada expresión antagónica) han tenido
y tienen su parte alícuota en las culpas, y precisaría -como ha insistido
Víctor- que hasta la fundamental.
Sí: estoy de
acuerdo con Ramírez en que los enemigos por
antonomasia del pueblo canario han nacido siempre en estas Islas, y por las venas
de una gran parte de ellos corren incluso
gotas de sangre amasik.
Un
elemental enfoque marxista de la cuestión nacional exige poner en primer plano
la lucha de clases, desechando
cualquier escora afín al populismo. La contradicción principal enfrenta
a oprimidos y opresores, no a españolistas con independentistas. Antes que en Fanon o en Gandhi, tenemos que
sustentarnos en Marx o en Lenin.
Y
hasta el liberalismo radical puede servirnos de inspiración en orden al
tratamiento internacionalista. Al decir Benjamín Franklin que su país estaba donde reinase la
libertad, le respondió Tom Paine, uno de los
iniciales propulsores del derecho de
autodeterminación de los pueblos, que donde faltaba la libertad tenía el suyo.
La escritura civil
de Víctor es rebelde en toda regla, con una “rebeldía libertaria” que
parte de la emancipación del lenguaje colonizado, de la ruptura con “las
palabras impuestas por la oficialidad”. Aquí radica el primer paso de todo
movimiento realmente libertador.
Sea
Canarias una colonia en sentido estricto o una nación oprimida dentro
de un Es-tado plurinacional, su apuesta es válida y socialmente fecunda, y por
ende ajena al “onanismo egocéntrico” practicado al fin en el mundo de
“nuestras sabidurías”.
El
narrador entra en batalla desde la lite-ratura contra “la aculturación
alienante” y la desmemoria
organizadas -él lo llama Ignorantación- por la metrópolis
y los gobiernos autonómicos -él los llama esbirriles-, sus mejores secuaces, devotos en el presente de
un paninsularismo conservador que usa y abusa del disfraz nacionalista,
en mascarada pedigüeña bajo batuta imperial.
Un proyecto de revolución cultural es requisito previo de toda andadura que sea en verdad libertadora, lo cual demanda
ajustar cuentas con el quehacer de los colonialistas en las aulas.
Docente hasta su jubilación, Víctor conoce muy bien los efectos castradores de tantos planes “educativos”
(él los llama planes adiestradores), que entre otras recetas aportan la marginación de nuestra propia cultura y el arraigo de pautas serviles.
Ha
trabajado en medio de los rentistas del conocimiento, de los burócratas
de la más nefasta de las policías, la que tiene por misión domesticar las
conciencias y reprimirlas si fuera menester.
Por
eso él aborrece tanto la enseñanza que sufrimos, mayormente escuela de
autómatas al servicio del que manda, criadero de esbirros adoradores del euro o
del dólar.
A pesar de las
puntuales discrepancias, siento una profunda admiración por este literato
insobornable que es fiel a los suyos y a sí mismo desde la primera hasta la
última línea de todos sus textos. Negándose de plano a rendir sus ideas ante el
becerro de oro, ha optado consecuentemente por jugar el papel de francotirador
en unas trincheras abandonadas por numerosos, excesivos desertores.
La
carga de filosofía idealista que soportan su pensamiento y su acción, nunca
será lo suficientemente pesada como para impedirle avanzar. Aunque nos falte
todavía el príncipe colectivo de Gramsci, sabe que no está solo, pero también que no abunda
la compañía y que poco cabe esperar del canariaje.
Pero
Víctor es de los isleños que sí tiene un camino que conduce a una estrella, o
por mejor decir, a siete estrellas
verdes en la constelación de la Humanidad. Una senda que
igualmente tuvo mi padre y tantos otros antaño y hogaño, pues es la propia de
una Canarias Libre y Socialista. Por ella
transitaremos algún día. Y de muchos de nosotros depende que sea más temprano
que tarde.
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