ESCALADA DE FALACIAS DEL LÍDER DEL
PP DURANTE LA EPIDEMIA
LUIS DÍEZ
El presidente del
principal partido de la oposición, Pablo Casado Blanco, ha sido incapaz de
soportar el confinamiento. A los siete días de haber respaldado el “estado de
alarma” en el pleno del Congreso, sacó la insidia, la falacia, el epíteto, el
trazo grueso y demás familia dialéctica a pasear contra el malvado Gobierno
progresista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. El recorrido es jugoso. La
“escalada de la tensión” ha ido creciendo en plena pandemia de coronavirus sin
que ningún ardid e infotáctica (táctica de intoxicación informativa) de cuantas
teorizó el sabio Alvin Toffer en su libro El cambio de poder haya quedado sin
uso y abuso.
Todo fueron buenas
palabras en el pleno (telemático) del Congreso que el 18 de marzo ratificó el
“estado de alarma”, decretado cuatro días antes por el Ejecutivo. Casado
manifestó su lealtad y ratificó el confinamiento forzoso contra el coronavirus
diciendo: “Señor Sánchez, no está solo en la batalla contra esta pandemia; para
combatirla puede contar con el jefe de la oposición y del Grupo Popular”. Sin
embargo, una semana después ya empleaba todas las infotácticas y técnicas de
crispación hasta retirar su apoyo a la prórroga de la alarma e imputar
“homicidio” al jefe del Ejecutivo (6 de mayo pasado).
A la infotáctica del
goteo apeló el líder Casado para minar la confianza en el Ejecutivo: “Usted,
señor Sánchez, no ha pedido perdón por una negligencia tan grave como animar a
centenares de miles de personas a manifestarse masivamente el 8 de marzo”, dijo
en el pleno del 25 de marzo. Se refería a las manifestaciones del Día de la
Mujer Trabajadora, a las que no aludió en la sesión del día 18.
Por si la
“negligencia” era poco, añadió la “tardanza” en reaccionar a la expansión de la
epidemia. “Ya el 23 de enero nosotros registramos la primera petición de
información parlamentaria y el 26 de febrero le pedí que suspendiera la
negociación con los partidos independentistas (en referencia a la Mesa de
diálogo Gobierno-Generalitat) y mandara al ministro de Sanidad a coordinar la respuesta
al coronavirus”, recordó Casado.
A a la
“negligencia” y la “tardanza” agregó el dato desnudo que el 25 de marzo situaba
a España como “la segunda nación del mundo, después de Italia, en número de
fallecidos”. Tan brutal desproporción -el 16% de los muertos cuando
representamos el 0,6% de la población mundial- era difícil de explicar. Y para
Casado tenía un culpable: el Gobierno.
Sobre el dato de la
terrible realidad respondió Sánchez: “Se subestimó el peligro y no hemos sido
capaces de frenar la epidemia”. También es verdad, recordó, que hay disparidad
en los sistemas de detección de la enfermedad y que “los datos penalizan a los
países que más test han realizado, entre los que se encuentra España”.
Sobre “la tardanza”
en adoptar medidas de contención, Sánchez recordó que los ministros tomaron
posesión el 13 de enero y el mismo día se celebró la primera reunión del comité
de seguimiento de la covid-19, al que se incorporaron las autonomías el 24 de
enero, un mes y una semana antes de que se registrase el primer fallecimiento.
“¿Cuando aprobó España el decreto de alarma? Lo aprobó cuando teníamos 4.231
infectados; Italia lo aprobó con 9.172 infectados, el Reino Unido con 5.687
infectados y Francia con 6.573 infectados. España aprobó el decreto de estado
de alarma cuando, desgraciadamente, en nuestro país --y ya son muchos--
teníamos 120 fallecidos, el Reino Unido 281 e Italia más de 400”.
Y sobre la
“negligencia” por no suspender el derecho constitucional de manifestación del
Día de la Mujer, de poco sirvió recordar que en París, Berlín y Viena, Bruselas
hubo manifestaciones, que en Francia se celebró la primera vuelta de las
elecciones locales al día siguiente y que el primer ministro de Reino Unido,
Boris Johnson, optó por la infección masiva; tanto Casado como su otrora
compañero de partido y jefe de la ultraderecha, Santiago Abascal, infestado por
el patógeno en la triunfal asamblea de Carabanchel del 8 de marzo, incidieron
en el mismo argumento una y otra vez.
La infotáctica de
la generalización y el trazo grueso le salió mal a Casado. Antes de iniciar su
intervención en el pleno del Congreso del 22 de abril solicitó “un minuto de
silencio en honor de las 22.000 víctimas mortales por el coronavirus en
España”. En realidad, a ese día y a esa hora se registraban 21.717 fallecidos,
pero al líder del PP no le importó dar por muertas a 283 personas más antes de
tiempo.
Tampoco acertó el
líder del primer partido de la oposición en algunas citas de autoridad para
cargarse de razón contra “la catastrófica” gestión del Gobierno.“¿Cómo es
posible que un instituto australiano diga que somos el país que peor ha
gestionado la respuesta al coronavirus?”, se preguntó Casado. A esa pregunta
nada retórica se sumó su colega de ultraderecha Abascal: “El Gobierno ha protagonizado
la peor gestión sanitaria de esta pandemia que se haya realizado en el mundo, y
ya lo saben hasta en Australia”, proclamó el jefe de Vox.
Luego supimos que
el Instituto of Certified Management Acoutants (ICMA) de Australia es una firma
de contabilidad y gestión financiera, ajena al ámbito de las ciencias de la
salud, la gestión y la investigación sanitaria. En sus 21 años de existencia no
ha realizado informe científico ni sanitario alguno. El consultor de esa firma
y supuesto autor del informe de referencia reconoció a varios medios de
comunicación españoles que desconocía lo que ocurría en España, ni siquiera
leía la prensa española y se mostró dispuesto a corregir las referencias sobre
nuestro país.
¿Cómo se explica
que las derechas utilizaran material teórico averiado de las antípodas? Sabido
es que José María Aznar López, presidente de FAES, posee vínculos directos con
el magnate de los medios de comunicación australianos, Rupert Murdoch, de cuyo
holding News Corp percibe 260.000 euros anales como consejero.
Poco favorable a su
objetivo fue asimismo la cita de Antonio Maura, aquel jefe del Gobierno
liberal-conservador que el PP considera de la casa. Casado lo invocó como
broche de su monólogo del 22 de abril. Pero olvidó --¡maldita sea!-- que Maura
era jefe del gobierno en 1918 cuando la pandemia de la llamada “gripe española”
se llevó por delante la vida de 200.000 españoles por no decretar el
confinamiento ni prohibir fiestas, procesiones y corridas de toros.
La falacia de la
comparación de fenómenos tan distintos como la enfermedad y el terrorismo le
pareció estupenda a Casado. Y la empleó para ilustrarnos de esta manera: “Cada
día siguen muriendo en nuestro país centenares de personas, en las últimas
veinticuatro horas 400. Para hacernos una idea de la dimensión, ha habido
jornadas en España en las que ha habido más víctimas que en cinco atentados del
11-M”.
Como señalaba
recientemente Hugo Martínez Abarca en un artículo en cuartopoder, el equipo del
que se ha rodeado Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, afín a Casado,
es el mismo que enfangó con mentiras la autoría de los atentados terroristas
del 11 de marzo de 2004 en Madrid.
Tampoco los
logógrafos y asesores de Casado han hilado fino para evitar contradicciones de
manual. Por ejemplo: “Esto no es una guerra, rechazamos su lenguaje bélico”,
decía Casado el 25 de marzo. Y a continuación elegía el “desembarco de
Normandía” para comparar la cifra de muertos en aquel episodio de la Segunda
Guerra Mundial con los fallecidos por coronavirus.
La falacia basada
en la sospecha le llevó a afirmar en varias ocasiones que “el Gobierno miente
sobre el número de muertos”, “oculta la cifra de fallecidos”, “no es capaz ni
de contar correctamente las víctimas”, etcétera. El objetivo de estos ardides,
empleados como afirmaciones categóricas, no es otro que esparcir desconfianza,
aprovechando la eventual ignorancia de los ciudadanos. Sin embargo, casi todos
los españoles saben que los datos de defunciones los transmiten los gobiernos
autonómicos, competentes en materia sanitaria y de salud.
El ardid de la
sospecha encontró, al fin, un fundamento estadístico: “Miente sobre las cifras
de fallecidos –reiteró Casado el 29 de abril en el Parlamento--; conocimos ayer
que, según el Instituto Carlos III, podrían ser más de 45.000, comparando las
cifras del Registro Civil de los últimos años”. Hasta esa fecha se contaban
24.275 fallecidos a causa del patógeno. ¿Sabría Casado determinar las causas de
la muerte de más de 15.000 personas para avalar su afirmación de que el
Gobierno miente por no decir que murieron a causa del Covid-19?
La apelación a la
propia experiencia suele ser un recurso dialéctico frecuente. El líder del PP
lo empleó el 22 de abril en términos emotivos: “Ayer enterraban al hermano de
mi padre en soledad. Hablaba con mi primo anoche y me decía: Nunca hubiera
pensado que no pudierais estar con nosotros. Pero mucho peor lo tienen aquellos
contagiados de los que su familia ni siquiera se ha podido despedir en los
peores momentos”. No culpaba directamente a Sánchez del aislamiento para
prevenir el contagio, sólo le pedía –en la misma pieza oratoria-- el consuelo
de “exonerar del impuesto de sucesiones a los herederos de los fallecidos por
coronavirus, que bastante han sufrido ya”.
¿Incurría Casado en
un descarado tráfico de influencias a favor de su familia? ¿Abogaba también por
el marqués de Griñón, Paco el Pocero y otros millonarios y terratenientes
fallecidos? Con razón decía Toffler que los mensajes de los políticos, por su
carga de nebulosa y demás infotácticas, necesitan más que muchos otros una
lectura selectiva.
Hay quien se
pregunta si podía la derecha nacional abstenerse de lanzar a los muertos de la
pandemia que nos asola contra el Ejecutivo del PSOE y UP, formado hace menos de
cinco meses. Y la respuesta consta en las actas parlamentarias en términos
judiciales. En cuanto Casado y su gran arúspice Aznar evaluaron la rentabilidad
del manejo de las víctimas contra el Gobierno, algo en lo que el PP y los
desgajados de Vox tienen sobrada experiencia, emprendieron la escalada de la
crispación.
La penúltima
infotáctica del de Palencia consistió el 6 de mayo en ponerse la toga de
fiscal, subir al estrado y elevar a definitivas sus conclusiones sobre los
hechos delictivos que imputa al reo Sánchez. Son los siguientes: “Falsedad,
mentira, imprevisión dolosa, incompetencia culposa y homicidio múltiple por
imprudencia”. Con tales cargos visibles en la bola (y el bulo) de cristal,
Casado quiso avisarle de la “agenda judicial” que le espera.
La abundancia de
epítetos para minar y ridiculizar al contrario llevó a Casado a incurrir en
majaderías como “las videoconferencias opacas” del jefe del Gobierno con los
presidentes autonómicos –si son opacas no pueden ser videoconferencias-- o como
“el sainete de los test”, necesarios para evitar nuevos contagios por parte de
personas asintomáticas. Todo eso sin menoscabo de etiquetar a Sánchez de
“mentiroso, manipulador, cesarista, malversador, incompetente, inepto,
chapucero, irresponsable, nefasto...” Hasta 37 insultos en 15 minutos contó la
portavoz socialista Adriana Lastra.
Cierto es que
Casado ya había presentado maneras tonitonantes. Después de rechazar las
medidas del Gobierno para evitar los despidos y socorrer a los trabajadores,
pymes y autónomos con bajas, Ertes, créditos y aplazamiento de cuotas e
impuestos durante el confinamiento, calificó de “señuelo, trampantojo, teatro
de guiñol y trampa saducea” el pacto para la reconstrucción social y económica
que le propuso el Gobierno. Finalmente se intentará alcanzar en una comisión
parlamentaria, como quería el PP. Se constituyó el 7 de mayo y la preside el
socialista Patxi López.
Al margen de las
técnicas más o menos habilidosas de la derecha en su función de oposición al
Gobierno, tanto Sánchez como Iglesias y sus ministros han permanecido con la
mano tendida al PP y a los demás grupos. Se diría que han leído la fábula del
pájaro, la vaca y el zorro, y han optado por el mal menor. Un pajarillo se cae
del nido, la vaca lo ve, se percata de la presencia de un zorro que viene a
comerlo. Para protegerlo lo cubre con una boñiga. Pero el pájaro forcejea con
esa sustancia nada agradable y asoma la cabeza. Entonces el zorro lo agarra, lo
lleva al río, lo lava y se lo zampa. En conclusión, no siempre quien te cubre
de mierda tiene mala intención ni es el peor enemigo. Hay que saber aguantar, y
el Ejecutivo progresista lo está demostrando.
Decía Toffler: “La
sociedad necesita personas que se ocupen de los ancianos y que sepan cómo ser
compasivos y honestos. La sociedad necesita gente que trabaje en los
hospitales. La sociedad necesita todo tipo de habilidades que no son sólo
cognitivas, sino también emocionales y afectivas. No podemos montar la sociedad
sobre datos”. Si eso es así fuere, Casado, en vez de acusar a Sánchez de
“arruinar a España” con medidas compensatorias entre las que se aprobará en
mayo la “renta básica” de supervivencia, debería admitir: “No son cifras ni
curvas ni picos, son personas”.
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