TRAS
LEER "RESPONDO", LIBRO DE
VICTOR RAMIREZ, UN HOMBRE CON DECORO
POR JULIO
HERNÁNDEZ
Compadre: Ahora que, al fin, te escribo, me acompaña
-de música de fondo- unas rancheras; de las que te gustan y mejor cantas.
Escucha lo que yo escucho: "... y quiero morir cantando como muere la
cigarra". Y ahorita le abro un paréntesis para la complicidad:
(Por cierto, hablando del México de Juan Rulfo, al
que me recuerdas por tantas cosas, se nos murió -lo sabes- Cantinflas, el
padrecito de los pobres de la tierra de los míticos aztecas; méxicas
condenados, como nosotros: los canarios de alas recortadas por la dictadura de
la geografía. Benito Juárez que vio antes -como tú para las Canarias- dijo para
la Historia: "Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados
Unidos").
Cuando se nos fue, Víctor, el pobre Mario Moreno, me
vino a la memoria -vale decir, a la mente- la figura de tu padre
que-en-paz-descanse cuando se empaquetaba para ver en el Cine San Roque la
última de Cantinflas.
A tu viejo, por desgracia, no lo conocí; pero, por
lo que me contaste en el "Hotel Taburiente" de Tenerife, yo le voy a
poner una placa con su nombre en esa palmera del "cine que ya no es"
de tu barrio; de melena al viento y sombra, ¡esa palmera! más alargada que el
ciprés castellano de Miguel Delibes.
¡Hace tantos años, compadre, que no subo la cuesta
del San Roque de la infancia! ¡Y aquel "Bar Verde"!
Bueno, dejemos
la complicidad y la melancolía. Y, sobre todo, el recuerdo, que es peor que la
pena -vale decir magua-, porque te
persigue hasta el fin del mundo. Estés donde estés.
*
Compadre, muchas cosas tengo que contarte. Y empiezo
por el final, que no es mal principio.
Un domingo, Juan Luis Calero -¡un tío legal¡- nos
sacó a los dos en los papeles de Nivaria: en el Diario de Avisos. Del periódico
te copio:
"Después de hablar con Saavedra me dirigí al
parque Viera y Clavijo para contemplar de cerca la exposición de buchones que
hasta hoy se celebra. No fui solo. Me acompañó Julio Hernández, un profesor que
siempre ha proyectado la mirada más allá de las aulas de la Universidad y que
también tuvo un palomo en el barrio de San Juan. Julio me tentó la risa cuando
se paró delante de un buchón de la raza Jiennense y me dijo que se parecía con
Rocío Jurado, la pechugona. Y como la gente del barrio termina por encontrarse,
me comentó que estaba haciendo otro prólogo. Esta vez será para un libro de
próxima aparición y que escribió Víctor Ramírez, a quien le dejaron el muerto y
la esperanza hecha piedra en el barrio canarión de San Roque".
Chévere, compadre. Lindo lo de Calero. Como tus
rancheras de cuando el Parque García Sanabria, allá en Nivaria. Y que nadie
escuchó más que yo. Esta mañana me hice más amigo tuyo.
*
Decirte también que acaba de bautizarse en el Ateneo
de La Laguna -donde pusieron ¿recuerdas? la bandera canaria con siete
estrellas; sólo por eso me hice socio- un libro acerca de Don Secundino
Delgado, nuestro padre nacionalista; imposible José Martí canario.
Para no cansarte, la obrita te la mando por correo
aparte; donde, te adelanto, tengo una modestísima colaboración (de esas que te
piden de un día para otro y, luego, tarda años en publicarse; lo que no va a
pasar contigo). Principia así:
"Cuando las puertas y ventanas de España
estaban tapiadas, Canarias no iba a ser una excepción. Las campanadas de 1975
aún no habían doblado. Y a Secundino Delgado Rodríguez devenido hoy -con toda
justicia- en padre del nacionalismo canario se le desconocía hasta en los
ambientes universitarios; pese a que estaba ya muy cerca de nosotros: la
revista EL GUANCHE, 1897, que él codirigió con Don José E. Cabrera Zerpa desde
Venezuela, hasta ser expulsado de la isla de Cuba (y que preconizaba
abiertamente la independencia de la patria de José Martí y de las Islas
Canarias), se conservaba completa en el archivo del Museo Canario de Tamarán,
Franco vivía todavía...".
*
Compadre, ¡te lo juro por mi madre bendita!,
Secundino me estaba esperando en el Museo Canario. ¡A mí!. A mí, que de niño me
fugaba del Colegio Viera y Clavijo para subir a la última planta del Museo,
cagado de miedo, a contemplar los esqueletos guanches. Fue -ahora lo acabo de
descubrir- cuando me hice canario y supe que la patria es un almendro.
Compadre, ¡cuántos muertos nos dejaron esos españoles!
Españoles de la espada y de la cruz (vale decir de la pistola). Cruz y raya. Y
escupo. Entonces me hice rebelde.
Y ya entiendo, desde la rebeldía, tu escritura. Y tu
decoro. (Y cuando me llega la melancolía, cierro los ojos y veo una luz
encendida en el Barrio de San Roque. Tú. Que me anima e ilusiona. Eso, y no
otra cosa, eres tú. Y el lujo, nunca lo olvides, del mejor cinéfilo del mundo
que tuvo, y tendrá, Cantinflas.
*
Bueno, compadre (como decían nuestros maúros cuando
se carteaban desde Cubita la Bella), se despide este "con un corrido muy
mentado", que desea más verte que escribirte. Salud y Libertad.
***
POST SCRIPTUM.- ¿Tu libro? Me lo leí de una sentada. Lo escribió un hombre con decoro; y Dios, si
existe, se lo dictó. Un canario con alas. Honrado.
Me dice, al oído, José Martí -el Secundino cubano:
"Un hombre que se conforma con obedecer a leyes
injustas y permite que pisen el país en que nació los hombres que se lo
maltratan, no es un hombre honrado honrado...
"En el mundo ha de haber cierta cantidad de
decoro, como ha de haber cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro,
hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Estos son los
que se rebelan con fuerza terrible contra los que roban a los pueblos su libertad,
que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres,
va un pueblo entero, va la dignidad humana."
*
¡Ah! Y como nunca me preguntas por lo que estoy
leyendo, te lo digo. Dos -aparte de los de mi especialidad, que a nadie interesa-
están en mi mesita de noche: "DE AQUELLA ZAFRA", de Víctor Ramírez, y
"DOCE CUENTOS PEREGRINOS", de Gabriel García Márquez. ¡Dos genios!,
compadre (y no olvides que uno miente cuando se calla una verdad). Mira lo que
dice Gabo:
"Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie,
caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo
de fiesta.
"Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y
yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para
estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los
que no veía desde hacía más tiempo.
"Al final de la ceremonia, cuando empezaron a
irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad
terminante que para mí se había acabado la fiesta. "Eres el único que no
puede irse", me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca
más con los amigos".
Y -me olvidaba- otro del Che. Siempre.
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