LOS MULTIMILLONARIOS, LA PANDEMIA
Y NOSOTROS, LOS PAYASOS
JUAN TORRES LÓPEZ
El Institute for
Police Studies de Washington acaba de publicar un estudio sobre la situación de
los multimillonarios en Estados Unidos mientras se extiende la pandemia con
datos que son realmente estremecedores (puede leerse aquí).
En él se indica
que, en el mismo periodo en el que más de 22 millones de personas perdieron sus
empleos –del 18 de marzo al 10 de abril de este año–, la riqueza los
multimillonarios estadounidenses aumentó en 282.000 millones de dólares, un 10
por ciento. Sólo la fortuna de Jeff Bezos había aumentado en unos 25.000
millones desde el 1 de enero de 2020, un incremento de riqueza mayor que el
Producto Interno Bruto de Honduras (23.900 millones en 2018).
Ese aumento
impresionante de la riqueza de los multimillonarios es el que se viene dando
sin parar en las últimas décadas.
Entre 2006 y 2018,
casi el 7 por ciento del aumento real en la riqueza de Estados Unidos se
destinó a los 400 hogares más ricos del país, los cuales tienen una riqueza
acumulada equivalente a la del 64% más pobre de la población.
Desde la última
crisis, concretamente de 2010 a 2020, la riqueza de quienes disponen de un
patrimonio superior a 1.000 millones de dólares aumentó un 80,6 por ciento, más
de cinco veces la mediana del aumento de la riqueza de los hogares
estadounidenses. Un incremento que es pequeño si se compara con el que se
registró en los últimos treinta años: un 1.130 por ciento desde 1990,
doscientas veces mayor que el crecimiento del 5.37 por ciento de la riqueza
media en aquel país.
Mientras tanto, las
familias sin patrimonio o con deuda neta han aumentado en Estados Unidos en
todo ese tiempo. En esa situación se encontraba el 15.5 por ciento de los
hogares en 1983 y el 21.2 por ciento en 2016, aunque la evolución de los
hogares de personas de color fue mucho peor: del 15,5 por ciento han pasado al
21,1 por ciento en el mismo periodo.
La situación de
unos y otros ante una pandemia como la que estamos viviendo se puede apreciar
si se tiene en cuenta que un estudio de la Reserva Federal de 2018 indicó que
el 60% de los hogares estadounidenses no tenía ahorros para aguantar más de
tres meses sin ingresos. Y el 39% de ellas no estaba en condiciones de hacer
frente a un gasto extraordinario de más de 400 dólares.
Las razones de que
en los últimos cuarenta años se haya producido una concentración tan
extraordinaria de la riqueza en los multimillonarios son diversas, aunque
tienen que ver todas con el tipo de políticas neoliberales que se vienen
realizando, muy particular, con la pérdida de derechos laborales y con la
disminución igualmente extraordinaria de la presión fiscal sobre las grandes
fortunas. Entre 1980 y 2018, la carga fiscal de los multimillonarios de Estados
Unidos, medida como un porcentaje de su riqueza, disminuyó un 79 por ciento. Y
también ha contribuido especialmente el que las leyes les hayan abierto la
posibilidad de ocultar sus ingresos en los paraísos fiscales, donde se estima
que los multimillonarios estadounidenses disponen de una fortuna equivalente a
los 21 billones de dólares.
El informe del
Institute for Police Studies subraya que la acumulación de esa inmensa riqueza
en tan pocas manos no es neutra ni mucho menos, sino que, por el contrario,
supone una concentración paralela de poder que es el que precisamente ayuda
decisivamente a que se aprueben las normas y leyes que les permiten incrementar
si cesar sus beneficios y privilegios, tal y como han demostrado los
científicos que han estudiado su comportamiento y efectos en la política y en
las instituciones.
No se puede decir
que todos esos multimillonarios sean ajenos a los problemas que sufren las
personas normales y corrientes. La revista Forbes mantiene un rastreador para
dar a conocer las donaciones y obras de caridad que hacen los multimillonarios
de todo el mundo (aquí). Son de agradecer, aunque claramente insuficientes. Las
estimaciones del Institute for Police Studies señalan que, en Estados Unidos y
en conjunto, sólo suponen el 0,00001 por ciento de sus fortunas y, además,
porque lo que se necesita no es sólo caridad y buenos sentimientos, aunque estos
sean muy valiosos, sino un sistema fiscal justo, leyes que prohíban la
explotación laboral y políticas económicas que fomenten la creación de riqueza
y el empleo en lugar de la especulación financiera.
También hay que
reconocer que muchos de esos multimillonarios comienzan a ser conscientes de lo
que representa su situación en un mundo con tantas carencias y que incluso
reclaman más impuestos sobre sus propias fortunas. En varias ocasiones lo han
hecho en los últimos años y más recientemente, en junio del año pasado, un
grupo de ellos envió una carta al presidente Trump para pedirle un impuesto del
1% sobre el patrimonio de quienes dispusieran de un patrimonio superior a los
1.000 millones de dólares. Con él, decían, se podrían obtener ingresos para "financiar
el desarrollo de energías limpias, para mitigar el cambio climático, para el
cuidado infantil universal, el alivio de la deuda de préstamos estudiantiles,
la modernización de la infraestructura, los créditos fiscales para las familias
de bajos ingresos, para dar soluciones a la salud pública y otros
recursos", todo lo cual permitiría mejorar la economía, decían, y
"fortalecer nuestras libertades democráticas".
Es cierto. Cada día
resulta más imprescindible pensar en fórmulas de reparto que equilibren la
balanza sin necesidad de desincentivar la creación de riqueza, en normas que
impidan que los más ricos dispongan de mayor capacidad de decisión política y
en sistemas de derechos y obligaciones sociales que eviten que el
enriquecimiento exagerado conviva con la extrema necesidad.
En España conocemos
de vez en cuando los gestos caritativos de algún multimillonario, muy de
agradecer en lo personal, aunque insuficientes, pero estamos lejos de que entre
ellos cunda la idea de que una sociedad tan asimétrica, con tantos privilegios
para la minoría más poderosa y basada en la desigual contribución de unos y
otros a las necesidades comunes terminará siendo un infierno para todos.
Es una
significativa casualidad que haya tenido que ser justamente el diputado más
rico de todos los del Congreso, o al menos el que ha declarado un mayor
patrimonio, Marcos de Quinto, quien califique al vicepresidente Pablo Iglesias
de payaso por hacer propuestas como él un ingreso mínimo vital (que, con una
cuantía u otra está ya en todos países de la Unión Europea), o algún tipo de
impuesto sobre las grandes fortunas: "Ladran, luego cabalgamos".
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