¿UNA CALLE PARA BILLY EL NIÑO EN MADRID?
POR TOMAS F. RUIZ
Tras toda una vida
dedicada a la tortura, el policía Juan Antonio González Pacheco, alias Billy El
Niño, se ha ido de este mundo con su ultima victoria bajo el brazo. Esta
victoria ha sido no pisar nunca una cárcel, por muy inculpado que haya estado
en los crímenes cometidos a lo largo de toda su despreciable y ominosa
profesión como torturador.
Entiendo que todas
sus víctimas (las que lograron sobrevivir a sus bestiales interrogatorios,
claro está) estén ahora celebrando su muerte; que muera un ser infrahumano como
era Billy El Niño, una bestia sin el más mínimo atisbo de compasión, debe ser,
sin lugar a dudas, motivo de alegría y satisfacción, no sólo para sus víctimas
directas, sino para toda la Humanidad. Sin embargo, resulta triste, más que
triste frustrante y descorazonador, que este monstruo haya muerto, tranquilo y
sedado, en una cama de hospital, sin haber sido jamás procesado por ninguno de
sus abominables e impunes crímenes y evitándole el dolor, el, brutal,
devastador e intenso dolor, que él provocaba en sus víctimas cuando las
torturaba en nombre del Estado español.
Según sus más
allegados, Billy El Niño era un artista de la tortura: los devastadores efectos
de sus sistemáticos y rebuscados suplicios, dejaban a sus víctimas bajo un
severo shock postraumático que les atormentaría el resto de su vida. Aseguran
que disfrutaba -y hacía disfrutar a sus compañeros policías- de los desgarradores
gritos de dolor de sus víctimas mientras les partía los dedos y les arrancaba
las uñas, los apaleaba con estacas o los ahogaba en “la bañera”. Muchas de
estas torturas, con su sello personal, fueron practicadas y mejoradas en el
cuartel benemérito de Inchaurrondo, de la mano del comandante Galindo, en la
década de los 80 y 90.
Pero no nos
engañemos: Billy El Niño se ha ido de esta vida riéndose a carcajadas de todos
nosotros, con un impecable certificado de antecedentes penales que le eximirá
de toda responsabilidad en el juicio final que, según los creyentes, le espera
cuando llegue al Más Allá. Billy El Niño, seguro y jactancioso del trato de
favor de que siempre ha gozado por parte de la justicia terrenal, es de los que
se sentarán frente al juez Supremo presumiendo de que también allí goza de
impunidad. Y no va muy descaminado ya que puede que Billy El Niño sea recibido
con los brazos abiertos en el reino celestial. Lo decían los grafitis que
llenaron los muros tras la muerte del dictador: “No os fieis de dios, que
Franco está en los cielos”… ¿Alguien me sabe explicar por qué, cuanto más
diabólico y perverso resulta un ser humano, cuanto más daño hace a los demás,
más longevidad le concede el Señor?
Como aval terrenal
para ese juicio final, Billy El Niño presentará su impecable curriculum vitae,
donde una caterva de corruptos jueces y juezas, titulares de los más altos
tribunales y bribones de la más baja estopa, se ocupan de alabar su trayectoria
profesional y negar, una por una, todas sus escalofriantes torturas. Es muy
posible que la complicidad de esa prostituida justicia tenga también su reflejo
en el Más Allá.
Que a nadie le
asombre que un día de estos, a petición de sus superiores y con el beneplácito
de toda la cúpula democrática de nuestro Excelso Estado español, Su Majestad el
rey imponga a título póstumo a este modélico policía una nueva condecoración
por los muchos y grandes servicios hechos a la Corona. Parece ser que, como
torturador, Billy El Niño ha prestado un apoyo decisivo para consolidar la
monarquía en este país. Ya lo dijo Otegi y es hora de que lo repitamos otra
vez: el rey, como jefe del Estado español, es también jefe de los torturadores
que operan en nuestro país.
Todos los
compañeros de profesión de Billy El Niño -me refiero a la muy ilustre
generación de policías franquistas de la Brigada Político Social, la mayoría
aun vivos y orgullosos de su conducta criminal-, han preparado una entrañable
ceremonia de despedida a su encomiable compañero torturador. Cada uno hablará
del amor y la dedicación que Billy El Niño tenía hacia su encomiable profesión,
de las enseñanzas recibidas de su colega en el diabólico arte de torturar, de
su abominable y despiadada impasibilidad ante el dolor ajeno que provocaba en
los demás…
Puestos a exaltar
la tortura y a los torturadores en este país… ¿Dispondrá el Excelentísimo y
“Corruptísimo” señor Almeida, a la sazón alcalde de Madrid, registrar en el
nomenclátor de la ciudad una calle con el nombre del ejemplar torturador: Juan
Antonio González Pacheco, alias Billy El Niño español?
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