LA REVUELTA DE LOS RICOS
JOSÉ HARO HERNÁNDEZ
Interpelado Pablo
Casado por una periodista de televisión que le advertía de la incongruencia que
entraña solicitar más gasto público a la vez que se insta a una bajada de
impuestos a las empresas, el dirigente derechista respondió que esa menor
presión fiscal reduciría los gastos de aquéllas y, en consecuencia, podrían
preservar los empleos, con el consiguiente menor coste para la Administración
en subsidios, liberándose así recursos para otros menesteres, como ayudas
directas a autónomos y pymes.
Hemos conocido dos
crisis fuertes en los últimos años, y la génesis y secuencia de las mismas
desmienten por completo el razonamiento del dirigente del PP. La de 2008 se
produjo por la explosión de una burbuja inmobiliaria que arrastró al sistema
financiero. La de ahora se debe a que un virus ha obligado a echar las
persianas. Una reducción de impuestos preventiva a los sectores afectados,
antes de la crisis, no hubiera impedido que de un día para otro, en 2008, miles
de albañiles, carpinteros, fontaneros, pintores y demás personal vinculado a la
construcción, se vieran en la calle, dejando de consumir en otro tipo de
empresas y precipitando a éstas, a su vez, al vacío. En 2020, haber minorado,
previa activación de las dotes adivinatorias, a los comercios la carga fiscal
antes del 14 de marzo, no hubiera evitado el cese de su actividad y, por tanto,
la pérdida de todos sus ingresos.
Una vez en el
centro de la tormenta, la idea de Casado deviene aún más disparatada. Imaginemos
un concesionario de vehículos que ha perdido clientela porque miles de
autónomos y empleados de la zona, afectados por la pandemia, no pueden pagar
reparaciones ni adquirir vehículos. Perdonar tributos a ese concesionario, si
no factura mínimamente, no le resuelve nada: va a tener que despedir. Y aunque
esa sangría se minimizara, la pérdida de ingresos de la Administración(por lo
que deja de recaudar de compañías supervivientes)redunda en incapacidad para
subsidiar el nivel de paro global y en reducción de la demanda pública, que
resulta imprescindible para sustituir a la pérdida más que considerable de
demanda privada. O sea, para mantener algún empleo en las empresas
beneficiarias de una fiscalidad más laxa, se pierden bastantes más por falta de
recursos para atender a los parados y garantizar el trabajo en aquéllas que
dependen de los contratos con la Administración.
No, está claro que
la propuesta económica estrella de las derechas, exonerar de sus obligaciones
con Hacienda a las rentas más altas, no se atiene a criterios de racionalidad
económica y sentido común. Es un posicionamiento estrictamente ideológico, que
goza de gran predicamento entre las élites españolas, acostumbradas a pagar,
desde siempre, menos al fisco que sus homólogas europeas.
Por eso salen con
vehemencia, desafiando irresponsablemente las normas sanitarias vigentes, a las
calles de sus barrios adinerados: quieren preservar sus privilegios. Y éstos
están amenazados en estos tiempos del Covid19, porque si hay algo claro y comúnmente
aceptado, transversal a buena parte de los distintos posicionamientos
políticos, es que viene una etapa nueva caracterizada, esencialmente, porque el
Estado ha de afrontar dos colosales tareas: salvar al sector privado y reforzar
sus propios servicios públicos, sobre todo la sanidad. Eso requiere de un
importante esfuerzo colectivo, al que cada cual habrá de aportar en función de
sus posibilidades. O sea, que los señoritos del Barrio de Salamanca no sólo no
verán reducida su contribución a la tarea común de sacar a flote este país,
sino que habrán de incrementarla sustancialmente. Y por ahí no pasan. Es
entonces cuando se plantean la cuestión de asaltar el poder y derrocar al
gobierno; todo en nombre de España, claro. Porque España son ellos y sus posesiones,
dentro de la concepción catastral que tienen de la patria: ésta no es otra cosa
que su finca, un territorio de su propiedad del que extraer valor, parte del
cual repatrían a paraísos fiscales.
España se va a reconstruir y transformar a pesar de estos insolidarios y
egoístas.
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