OPERACIÓN BANDERA
GERARDO TECÉ
Entre la imagen de
los dirigentes de Vox de celebración en lo alto de un autobús descapotable,
“esto es parecido a cuando ganamos la Copa del Mundo, gente por las calles con
alegría”, y la escena de Isabel Díaz Ayuso abandonando una reunión de gestión
de la crisis sanitaria para irse a llorar vestida de luto a un acto televisado
en la catedral de la Almudena, han pasado 28 días. El dato es anecdótico. Si
ambas escenas se hubieran dado en el mismo fin de semana, tampoco nos
hubiéramos debido sorprender demasiado.
Mientras el mundo
constataba la importancia de encarar con unidad y políticas coherentes los
empujones de la pandemia, aquí, en España, constatábamos que ni en mitad de un
desastre como este lo nuestro tenía arreglo. Si las grandes carencias emergen
en los momentos más delicados, la gran carencia española, una derecha incapaz
de demostrar un mínimo patriotismo en los momentos más delicados por mucho que
se envuelva en banderas, emergía con fuerza para luchar, no contra el virus,
sino contra el rival político. Esta vez lo hacía de un modo novedoso:
prescindiendo de narrativa, de apego a la realidad. Dejando escapar a base de
esperpento un relato de los hechos que en unos primeros días de la crisis
sanitaria supieron colocar en la sociedad española con éxito: la gestión del
Gobierno había sido desastrosa por no haber tomado medidas sanitarias con
diligencia. La pregunta es: ¿por qué quien consigue colocar su relato –primer
mandamiento de la política– a la hora de explicar una crisis sanitaria, decide
abandonarlo para dedicarse a apoyar concentraciones desaconsejadas por los
expertos, pedir el fin del confinamiento en las zonas más afectadas por el
virus, llamar dictadura al mismo estado de alarma que semanas atrás exigían?
¿Por qué quien consiguió imponer un relato que funcionaba acabó subido en un
autobús de celebración en el que sólo faltaban unas vuvuzelas y Manolo el del
bombo?
La derecha española
decidió, con acierto, que no había relato más seguro para sus intereses futuros
que sacar a pasear una buena bandera
Aunque beneficioso
en un principio para los intereses de la derecha, este relato que ponía en
primera línea la defensa de la salud ante todo era una bomba de relojería. Con
el Gobierno haciendo los deberes y la pandemia entrando en fase de control, era
cuestión de tiempo que algunas preguntas empezaran a surgir en esa sociedad que
había comprado el relato de la derecha, ese de la salud es lo primero: ¿En qué
estado se encontraba la sanidad pública en Madrid después de años de
privatizaciones? ¿Cómo se ejercía el control de las residencias,
responsabilidad del ejecutivo de Díaz Ayuso? La derecha española decidió, con
acierto, que no había relato más seguro para sus intereses futuros que sacar a
pasear una buena bandera. Una bandera que obviase el contexto internacional de
esta pandemia, que tapase el hecho de que las competencias sanitarias habían
estado, antes y durante la pandemia, en manos de las mismas comunidades
autónomas golpeadas por la covid-19 cuyos dirigentes jaleaban ahora el
desprecio a las recomendaciones de los expertos sanitarios. Cuando se tiene
poco que decir, la única estrategia viable es gritar.
Además de al propio
sistema, esta estrategia sin relato ni apego a la realidad, pone a prueba al
propio votante de derechas. Convertido en conejillo de indias de sus líderes en
un experimento único: una huida hacia adelante consistente en anteponer el caos
y la histeria a un debate público en el que deberíamos haber aprendido qué ha
pasado. Dispuestos PP y Vox a usar políticamente las muertes durante la
pandemia, al votante de derechas se le pidió que tragase con demasiadas cosas
al mismo tiempo. Por un lado, el votante de derechas debía comprar el argumento
de que el Gobierno central, al asumir la coordinación entre Comunidades
Autónomas, era el responsable único de lo ocurrido. Por otro lado, que, a pesar
de los datos de fallecidos, de la falta de medios y personal, aceptara como
excelente la gestión de una Isabel Díaz Ayuso que, respetando el argumento
anterior, no podía de ningún modo haber gestionado nada de manera excelente
porque la gestión sería exclusiva del Gobierno.
Al votante de
derechas se le pidió que se indignase por la tardanza del Gobierno central a la
hora de aplicar el estado de alarma y se le pidió también que, en contra de las
recomendaciones sanitarias, saliese a manifestarse porque ese mismo estado de
alarma era ahora sinónimo de dictadura. El votante de derechas, perfil
mayoritario en esas franjas de edad en las que un contagio del coronavirus se
convierte en crítico, sufre los bandazos argumentales y sanitarios de sus
líderes ideológicos. Y, lo que es más preocupante, parece que lo hace
encantado. Si el paciente responde a estímulos ante una buena bandera, quítale
de en medio la realidad. Con un público así, da gusto tocar la canción de
siempre.
No me hablen de
salud, aquí estamos para otra cosa. La decisión estratégica de la derecha de
prescindir del relato en torno a la crisis sanitaria responde a una estrategia
de nivel superior. Esto no va de crisis sanitaria, esto va de derribar a un
Gobierno al que no se le puede permitir que dirija la reconstrucción de un país
que necesita ser reconstruido. Cuando se establezca en la sociedad el ingreso
mínimo vital, cuando se suban los impuestos de las grandes fortunas, cuando se
diseñe una reforma laboral que equilibre las relaciones trabajadores-empresa,
será demasiado tarde para deshacer lo construido. El momento de la derecha es
ahora y es sin relato. El momento es ondeando la bandera en nombre de la España
marca registrada, la España SL de siempre, la que se ha puesto en marcha en un
ataque coordinado que incluye todos los ámbitos: mediático, empresarial,
social, político y judicial. Los frikis de las banderas en los descapotables son
solo teloneros en esta historia llamada operación bandera. Los cabezas de
cartel están al llegar, como indica el caso Pérez de los Cobos.
Si la derecha ha
decidido eliminar el relato sanitario, la izquierda sigue dándole vueltas a
cuál será el suyo a la hora de la reconstrucción económica. El desastre
comunicativo de la pasada semana en torno a la derogación de la reforma laboral
del PP deja en evidencia un problema estructural en un Gobierno que sienta en
el mismo consejo de ministros a Yolanda Díaz y a Nadia Calviño. Si el Gobierno
de coalición quiere tener opciones durante la tormenta perfecta que le espera,
debe ir aclarándose hacia dónde va a llevar el barco, quiénes están para remar
y quiénes para frenar el viaje.
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