ANN....3(CONTINUARÁ)
DUNIA SANCHEZ
3
Nuestra casa o
mejor nuestros habitáculos contaba con dos habitaciones. Dos habitaciones donde
los sones de las voces se escuchaban por esas paredes marcadas por la dejadez.
En una de ellas nos quedábamos nosotros, los hermanos y en la otra mi padre y
mi madre. El quejido del café se
expandía por ambas habitaciones. Donde mi madre y mi padre dormían estaba la
cocina ¡Uhm el café¡ ahora tengo en mis manos una taza de porcelana de esos
años y no sabe igual. Imagino su sabor aun latente en mis labios, en mi garganta
mientras doy la espalda a la ventana de estas horas primaverales. Todos
concurríamos ahí, donde el olor a pan caliente y a café nos despertaba de
nuestras ansias de un futuro. Nos sentábamos en una mesa redonda, estropeada,
pequeña y allí todos apiñados nos zampábamos el desayuno. Me viene a mí la
sonrisa de mi madre, la mirada perdida de mi madre en cada uno de sus
movimientos. Me viene a mí como todos agradecidos por un nuevo día comíamos y
comíamos hasta que no quedara nada de ese pan, de ese café carismático dando
zumbidos espirales con su vapor. Vestidos ya con ropa dominguera, íbamos en
dirección al mercado. No sabría medir la distancia ahora pero eran unos cuantos
kilómetros , nos acompañaba el erupcionar de
las olas con su calma y otras con su brusquedad. Como todos los años ese
día estaba marcado por un cielo cenizo, pesado con ganas de llorar. Cavilo en
estos instantes donde los filigranas solares inciden en mi espalda el llanto.
El llanto de esa mujer enamorada de mi padre por sacarnos adelante, por
disimular cada avistamiento de penas y derrotas. Sus ojos, toda expresión
consciente de su realidad. Sus ojos grises, sus ojos apagados aunque de sus
labios despertaran una sensación de serenidad. Indago en sus sueños. Sí, sus
sueños, sus deseos.
Lo mejor para sus hijos. Estar ella presente hasta cuando
nosotros tomáramos nuestros caminos con
la entereza con que ella se movía. Una mujer muda en sus emociones, en sus
sentimientos. Pero no, no es verdad. Ella lloraba donde nadie la viera. Ella
suplicaba con la palabra muda. Ella luchaba con la máscara de aquellos tiempos
penosos que no quería que nos marcara, que nos viera. Siempre en la ida al
mercado tarareaba una canción, una de esas de la época donde podría ser Carlos
Gardel o una Concha Piquer, si no recuerdo mal. Yo la estudiaba sin que se
diera cuenta y no sé, una cierta penumbra me azotaba. Disimulaba. Sí,
disimulaba cada uno de sus pesares, de mis pesares, de nuestros pesares. Pero
al fin, era feliz. Con sus hijos, con mi padre ¡Uhm¡ se me enfría el café caída
en la memoria, me lo tomo y miro los posos que ha dejado en el fondo de la taza
¿Qué dirán? ¡Qué dirán¡...CONTINUARÁ
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