CONDENADOS A NO
SALIR EN LA ESTAMPITA
DARÍO ADANTI
En una democracia occidental cada vez
más secularizada, las redes sociales y los anacronismos de nuestro Código Penal
-verbigracia: el artículo 525- son, para ellos, un modo de vida, la forma de promocionarse
para seguir existiendo. Nadie le debe tanto a la blasfemia como ellos
Enfadado, Jesús se gira hacia el otro
lado y le dice al ladrón de la izquierda:
-¡Psst! ¡Oye, tú! ¡Sí, tú! ¡Acércate!
Ven para aquí un momento que no te arrepentirás.
El ladrón de la izquierda, tras hacer un
gesto con la cabeza en dirección a sus manos clavadas en los maderos, le
responde:
-Ya me gustaría a mí, pero no puedo, me
es imposible, ya lo siento…
Entonces Jesús, visiblemente cabreado,
mira al frente y les dice con desdén:
-Vale, vale… pero luego no os quejéis si
no salís en la estampita.
Digamos primero que si me siento validado para opinar sobre este tema en particular es porque vengo de un lugar, Argentina, donde somos especialistas en los dos elementos centrales de esta blasfemia. Somos expertos en vacas y en estampitas de ídolos paganos. Por no hablar de mi dilatada experiencia como ofendedor habitual de los sentimientos religiosos de los miembros de ambas Santas Órdenes, tanto de HazteloMirar como de los Abogados Sectarios.
Como dije, no es secreto que allí de donde vengo, las lejanas
tierras pampas, abundan las estampitas de ídolos paganos que podrían ofender la
hipersensibilidad reaccionaria tanto o más que la imagen de la Vaquita del Gran
Prix. Allí, en las humildes casas de los barrios populares, hace décadas que la
estampita de la Virgen María y la del niño Jesús se resignaron a compartir
espacio y oraciones con otras deidades paganas como Santa Evita, Maradona, el
Gauchito Gil o Gladys, la Santa Bailantera, cantante popular que falleció en
plena gira en un accidente en la carretera.
Si HazteloMirar y Abogados Sectarios abrieran oficina en
aquellas tierras, la exposición continua a semejante ofensa podría fortalecer
la extrema fragilidad de sus sentimientos religiosos. Eso, o se tendrían que
querellar con todas las clases populares sudamericanas que, además de ser la
mayoría social, se definen por lo general como católicas o, al menos, como
cristianas.
Y hablando de chistes populares y de estampitas paganas, recuerdo
que cuando adolescente, allá en aquellas lejanas tierras pampas, tenía un amigo
al que llamábamos El Rulo y cuyo hermano mayor se había hecho sacerdote. El
hermano del Rulo era de esos curas que no parecen curas ni suelen ir vestidos
como tales y que, además de misas y oraciones, hacen trabajo social en las
barriadas más pobres.
El Rulo me contó que cada vez que acompañaba a su hermano a
repartir comida o mantas a los barrios de chabolas, lo invitaban a pasar a las
casas y le pedían que bendijera las estampitas que tenían y a las que rezaban
para que los santos los ayudaran a salir de la miseria en la que vivían. Por
eso el hermano del Rulo llevaba siempre en el bolsillo una petaquita de agua
bendita, para bendecir las estampitas. Y las bendecía a todas, sin importar si
eran de las oficiales o de las paganas. «Dios Padre, te pedimos que bendigas
esta estampita del Gauchito Gil y esta otra de nuestra querida Evita, para que
protejan esta casa»…, decía el hermano del Rulo mientras le echaba unas gotitas
de su agua bendita.
Un día que le pregunté:
-Che, pero, ¿Eso de bendecir a los ídolos paganos no es herejía?
El hermano del Rulo se rio y me respondió que, para él, si había
algo realmente revolucionario en la fe católica y que la diferenciaba de los
demás grandes monoteísmos era que tenía un panteón enorme de santas y santos de
donde elegir y que, además y sobre todo, permitía el uso de imágenes.
-¿Hay algo más moderno? -me dijo- ¿Por qué te creés que fue la
primera religión en globalizarse? ¡Porque podés elegir tus ídolos preferidos y
tener sus figuritas en casa! ¡Es una religión que te permite personalizarla!
Con esto se adelantó miles de años al Pop…
-Bien -le respondí-, pero eso no explica por qué cuando vas a
los barrios pobres aceptás bendecir las estampitas paganas…
-¿Te acordás el chiste de Jesús en la cruz? ¿Ese que les pide a
los ladrones que se le acerquen?
-Claro -, le respondí.
-Yo bendigo todas las estampitas por eso mismo -me dijo-. Porque
si los curas que vamos a los barrios nos ponemos muy tiquismiquis con esas
cosas, corremos el riesgo de quedarnos fuera de la estampita…
Volviendo a lo de la nueva cruzada de las Santas Órdenes de
HazteloMirar y los Abogados Sectarios para salvar de la destrucción a la
religión más poderosa del planeta por culpa de la blasfemia de Lalachus y su
estampita de la vaquita del Grand Prix, pasa algo parecido aunque de forma
inversa.
Estos grupos reaccionarios viven de ofenderse. Les da igual
perder las querellas mientras que el escándalo en sí, la impostación pública de
las incomprobables heridas de sus sentimientos religiosos, les permita
promocionar públicamente su cruzada reaccionaria para que llegue allí donde
ellos saben que su gesto sirve para tocar la tecla adecuada que necesitan o
bien ganar un seguidor más, conseguir un nuevo mecenas que alimente la
financiación de la que depende su existencia, para mantener a los que ya
tienen, o que les sirva como coartada para poder seguir trabajando de peones de
quién pueda necesitarlos para menesteres más opacos e inconfesables.
En una democracia occidental cada vez más secularizada, las
redes sociales y los anacronismos de nuestro Código Penal -verbigracia: el
artículo 525- son, para ellos, un modo de vida, la forma de promocionarse para
seguir existiendo.
Nadie le debe tanto a la blasfemia como ellos.
Nadie desea tanto ser ofendido como ellos.
Si desapareciera la ofensa a los sentimientos religiosos como
delito, si nuestros representantes borraran de una vez por todas ese y otros
anacronismos de nuestro Código Penal, estos grupúsculos ultras y reaccionarios
se quedarían sin coartada legal, sin sustento jurídico. Gritarían, sí, pero
sería un grito en el desierto.
No es la libertad artística y de creación la que tenga algo que
decir en este asunto. No son ni los límites del humor ni los de la libertad de
expresión los que aquí tengan algo que aportar. Son nuestros representantes los
que deben hacerlo. Y no sólo hablo de los progresistas sino, y sobre todo, de
todos aquellos que se dicen liberales, los de verdad, liberales en su amplia
definición y no sólo en su versión puramente economicista tan cacareada por
conservadores y reaccionarios que, por lo demás, son sumamente antiliberales.
Si nuestros representantes acaban de una vez por todas con esos
anacronismos de nuestro Código Penal, estos grupos ultras y reaccionarios
estarían, ahora sí, condenados a no salir más en la estampita.
El espacio público donde se debaten libremente las ideas en una
democracia plural, laica y libre, a eso me refiero aquí con ‘estampita’ y no a
la de la vaquita del Gran Prix de Lalachus. ¿O acaso no es esta la estampita
que realmente les ofende?
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