viernes, 29 de abril de 2022

VUELVEN LOS PIJOS, O SEA

 

VUELVEN LOS PIJOS, O SEA

ANÍBAL MALVAR

El empresario Luis Medina a su llegada al Juzgado de Instrucción número 47 de Madrid donde este lunes presta declaración como investigado junto a Alberto Javier Luceño por delitos relacionados con comisiones en la compraventa de material sanitario al comienzo de la pandemia. EFE/Sergio Pérez

El pijo ha vuelto. Con este lío de las estafas de las mascarillas, el pijo, el verdadero pijo, ha vuelto a salir a la luz, para gran regocijo de los que tenemos alma paleta de couché y españolidad de patio interior. Uno pensaba que el pijo era ya especie en extinción, pues las revistas de hoy están llenas de pijos televisivos falsos, que ni saben decir o sea como dios manda. Pero ahí apareció Luis Medina perfumando los juzgados de Madrid y nos dimos cuenta de que el pijo todavía existe, de que no todo está perdido, de que todavía hay clases en esta España social-comunista de ministras rojas vestidas por un Versace influido por Kropotkin.

 

El pijo siempre ha sido una especie en eterna extinción, como el buitre leonado de Félix Rodríguez de La Fuente. En los 80, se lo veía a veces sobrevolando las terrazas del Ritz con un dry-martini en una mano y un anillo de pedida de la bisabuela en la otra, por si caía un buen partido. Pero las calles estaban atestadas de posmodernos de la movida, con sus piercings y sus poppers y sus almodóvares, y parecía que el mundo del pijo se desmoronaba bajo sus zapatos cosidos personalmente por Moschino.

 

Era, además, la época de la cultura del pelotazo, y al pijo lo de la cultura le estropeaba los andares y, en cuanto al pelotazo, el pijo siempre ha sido más de toros. Mejor oler a sangre y a lágrimas y arena que a sudor.

 

Ya, en aquellos lejanos tiempos, el pijo se sintió amenazado por una especie invasora: el arribista. El arribista era un señor o señora que viniendo del arado se hacía pasar por pijo, y hacía de pijo incluso mejor que los pijos en las matinées de las condesas.

 

El falso pijo por antonomasia era entonces Mario Conde, cuyos negocios a punta de bragueta son un hito de nuestro neoliberalismo. Pelo engominado, hablar pausado, discurso vacío y los millones pa la saca. Nada que no percibamos ahora.

 

Pero Conde no era uno de ellos, carecía de linaje, y cayó en desgracia porque aquí en España está mal visto que no roben los de siempre, y toda la furia del colectivo pijo opusino cayó sobre él. Mario Conde aprendió que el pijo no se hace, que nace, y le dieron bastante tiempo para meditarlo en chirona.

 

No ha sido la única injerencia en el universo pijo que han sufrido nuestros jóvenes aristócratas. En la generación millenial, la irrupción del pequeño Nicolás nos dejó a todos boquiabiertos. Qué pijo más inelegante.

 

No es por darme importancia, pero yo, desde el primer momento en que lo vi en la tele, me di cuenta de que el pequeño Nicolás era un fraude: no era un pijo de verdad: llevaba estudiados los o seas: nunca se le vio con una rubia escotada: se notaba que el rizo de la frente se lo había hecho él con el meñique y fijador barato, que es malísimo para el medio ambiente.

 

A mí me apenó mucho la caída del pequeño Nicolás, un tío que, con diecisiete años, falsificó su DNI para estudiar derecho en la Cunef. Esa universidad fundada por banqueros para mayor gloria curricular de sus ociosos descendientes. Solo por eso, a mí me parece que el pequeño Nicolás se merece un respeto. Falsificar un DNI y convencer al hijo de un embajador para que te haga los exámenes tiene su curro. Y precisamente ahí está el problema. Porque la palabra curro está muy reñida con el concepto pijo, y ahí es donde se le vio el plumero al pequeño Nicolás: en que se lo había currado. Eso es imperdonable en el universo pijo.

 

Ahora, con Luis Medina Abascal (guapo, alto, perfumado y quizá otros méritos), regresa el pijo de siempre, el que todos anhelábamos, el que sabe decir los o seas en el momento, en el instante y en el minuto justos.

 

Un aristócrata es un reloj parado en el momento exacto de la nadería y la atemporalidad. Pero sirve para hacer negocios. Es el mercado, amigos. Marca España. Vivan los pijos, que nos traen riqueza.

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