VUELVEN LOS PIJOS, O SEA
ANÍBAL MALVAR
El empresario Luis
Medina a su llegada al Juzgado de Instrucción número 47 de Madrid donde este
lunes presta declaración como investigado junto a Alberto Javier Luceño por
delitos relacionados con comisiones en la compraventa de material sanitario al
comienzo de la pandemia. EFE/Sergio Pérez
El pijo ha vuelto. Con este lío de las estafas de las mascarillas, el pijo, el verdadero pijo, ha vuelto a salir a la luz, para gran regocijo de los que tenemos alma paleta de couché y españolidad de patio interior. Uno pensaba que el pijo era ya especie en extinción, pues las revistas de hoy están llenas de pijos televisivos falsos, que ni saben decir o sea como dios manda. Pero ahí apareció Luis Medina perfumando los juzgados de Madrid y nos dimos cuenta de que el pijo todavía existe, de que no todo está perdido, de que todavía hay clases en esta España social-comunista de ministras rojas vestidas por un Versace influido por Kropotkin.
El pijo siempre ha
sido una especie en eterna extinción, como el buitre leonado de Félix Rodríguez
de La Fuente. En los 80, se lo veía a veces sobrevolando las terrazas del Ritz
con un dry-martini en una mano y un anillo de pedida de la bisabuela en la
otra, por si caía un buen partido. Pero las calles estaban atestadas de
posmodernos de la movida, con sus piercings y sus poppers y sus almodóvares, y
parecía que el mundo del pijo se desmoronaba bajo sus zapatos cosidos
personalmente por Moschino.
Era, además, la
época de la cultura del pelotazo, y al pijo lo de la cultura le estropeaba los
andares y, en cuanto al pelotazo, el pijo siempre ha sido más de toros. Mejor
oler a sangre y a lágrimas y arena que a sudor.
Ya, en aquellos
lejanos tiempos, el pijo se sintió amenazado por una especie invasora: el
arribista. El arribista era un señor o señora que viniendo del arado se hacía
pasar por pijo, y hacía de pijo incluso mejor que los pijos en las matinées de
las condesas.
El falso pijo por
antonomasia era entonces Mario Conde, cuyos negocios a punta de bragueta son un
hito de nuestro neoliberalismo. Pelo engominado, hablar pausado, discurso vacío
y los millones pa la saca. Nada que no percibamos ahora.
Pero Conde no era
uno de ellos, carecía de linaje, y cayó en desgracia porque aquí en España está
mal visto que no roben los de siempre, y toda la furia del colectivo pijo
opusino cayó sobre él. Mario Conde aprendió que el pijo no se hace, que nace, y
le dieron bastante tiempo para meditarlo en chirona.
No ha sido la única
injerencia en el universo pijo que han sufrido nuestros jóvenes aristócratas.
En la generación millenial, la irrupción del pequeño Nicolás nos dejó a todos
boquiabiertos. Qué pijo más inelegante.
No es por darme
importancia, pero yo, desde el primer momento en que lo vi en la tele, me di
cuenta de que el pequeño Nicolás era un fraude: no era un pijo de verdad:
llevaba estudiados los o seas: nunca se le vio con una rubia escotada: se
notaba que el rizo de la frente se lo había hecho él con el meñique y fijador
barato, que es malísimo para el medio ambiente.
A mí me apenó mucho
la caída del pequeño Nicolás, un tío que, con diecisiete años, falsificó su DNI
para estudiar derecho en la Cunef. Esa universidad fundada por banqueros para
mayor gloria curricular de sus ociosos descendientes. Solo por eso, a mí me
parece que el pequeño Nicolás se merece un respeto. Falsificar un DNI y
convencer al hijo de un embajador para que te haga los exámenes tiene su curro.
Y precisamente ahí está el problema. Porque la palabra curro está muy reñida
con el concepto pijo, y ahí es donde se le vio el plumero al pequeño Nicolás:
en que se lo había currado. Eso es imperdonable en el universo pijo.
Ahora, con Luis
Medina Abascal (guapo, alto, perfumado y quizá otros méritos), regresa el pijo
de siempre, el que todos anhelábamos, el que sabe decir los o seas en el
momento, en el instante y en el minuto justos.
Un aristócrata es
un reloj parado en el momento exacto de la nadería y la atemporalidad. Pero
sirve para hacer negocios. Es el mercado, amigos. Marca España. Vivan los
pijos, que nos traen riqueza.
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