viernes, 15 de abril de 2022

LA ULTRADERECHA MÁS ALLÁ DE VOX

 

LA ULTRADERECHA MÁS ALLÁ DE VOX

Hay quien afirma que la mejor vacuna frente al miedo social es evitar el conflicto, porque produce aún más rechazo. Pero buscar consensos cuando el adversario avanza con paso firme y sin complejos es la estrategia del avestruz

PABLO IGLESIAS

“De verdad que me gustaría pensar que se va a formar el cordón sanitario europeo que va a dejar fuera a los Vox, Le Pen y Salvini… Pero creo más bien que esos entrarán en el consenso de época... Y que lo que se quiere dejar fuera son los Corbyn, Mélenchon, Tsipras, Belarra”. Esta reflexión no es mía, es un comentario actualizado de Pablo Elorduy, coordinador de El Salto, en una red social. Podríamos acusar a Elorduy de cenizo derrotista o defenderle diciendo que un cenizo, al fin y al cabo, puede ser un optimista con información y capacidad de análisis. Optaremos por lo segundo partiendo de una convicción: la única forma de tener opciones de éxito en política es saber con precisión a lo que te enfrentas. El optimismo de la voluntad sin ver lo que tienes delante no va a ninguna parte.

 

La investidura de Mañueco y la formación del Gobierno en Castilla y León será recordada como la primera experiencia de gobierno de coalición entre el Partido Popular y Vox. Pero no va a ser la última y cada vez más encuestas señalan como posible que el PP y la ultraderecha partidista sumen para estar juntos en el próximo Consejo de Ministros. Señalarlo como una opción real no es derrotismo, es asumir la realidad de una posibilidad para tratar de evitar que ocurra.

 

La ultraderecha no es un fenómeno partidista que empiece y termine con Vox. El partido de Abascal, que es básicamente una escisión del PP, es solo una pieza de un movimiento reaccionario mucho más amplio, bien asentado en los grandes poderes. La ultraderecha española no es un partido, es un movimiento ideológico con un enorme peso en sectores del poder económico, del poder mediático, de la judicatura, del ejército, de la policía y de la guardia civil y de los altos funcionarios. Con esas bases, a nadie puede extrañarle que tenga también notables apoyos populares. Se trata de un movimiento que ha operado en una coyuntura histórica muy concreta como reacción frente a Podemos, frente al independentismo catalán y frente al auge del feminismo. Aunque tiene muchas diferencias respecto a buena parte de las ultraderechas europeas y americanas, comparte el estilo comunicativo epocal de la alt right trumpista, que apuesta por la normalización de la mentira y el bulo como recurso discursivo. Si algo han demostrado estos tiempos es que la mentira es mucho más eficaz ideológicamente que la verdad. El españolismo reaccionario, el anticatalanismo, el odio a los migrantes y el antifeminismo han encontrado en las fake news su terreno de expresión más fecundo.

 

Asumir a la ultraderecha como un movimiento cultural e ideológico permite comprender su peso más allá de Vox y comprobar que está vampirizando todas las bases culturales del mundo conservador. No hay cordón sanitario que permita frenar esa metástasis. Por volverlo a decir en plata: la ultraderecha no solo está en Vox, está también en el PP, en la derecha mediática, en sectores crecientes del empresariado, de la judicatura, la policía, etc. ¿Son todos nazis? No, pero como en otros períodos históricos, la derecha va abandonando paulatinamente las reglas de la democracia liberal cuando se ve perdiendo poder institucional. Emplazarles para que vuelvan a ese consenso es facilitarles aún más su trabajo de recuperación del poder por vías no democráticas.

 

Es evidente que, en el corto plazo, poco cabe esperar de la socialdemocracia política y de la progresía mediática. Los primeros seguirán convencidos de que el miedo a Vox es la mejor garantía de que Pedro Sánchez ganará las próximas elecciones y los segundos seguirán considerando inteligente interpelar al PP de Feijóo para que se aleje de Vox reconociéndole unas credenciales democráticas que el PP hace mucho que abandonó, precisamente para poder competir con la extrema derecha partidista en el nuevo campo cultural hegemónico. Esa misma progresía mediática que da consideración de periodistas y promociona a ultras mediáticos como Eduardo Inda o Marhuenda o que acude a la defensa corporativa de personajes como Carlos Herrera o Ana Rosa Quintana no hace sino facilitar que el peso ideológico de la ultraderecha se extienda.

 

¿Qué debería hacer la izquierda? Pues básicamente huir de los cantos de sirena de los que le dicen que se debe acompañar el proceso de derechización social derechizándose y tratando de competir en el espacio socialdemócrata. Hay quien afirma que la mejor vacuna frente al miedo social creciente es evitar el conflicto en la medida que el conflicto produce aún más rechazo en sociedades asustadas. Pero buscar consensos cuando el adversario ideológico avanza con paso firme y sin complejos es la estrategia del avestruz.

 

Cuando el sentido común de época es progresista, cuando tu relato y tus posiciones penetran con éxito en la sociedad, tiene todo el sentido del mundo colonizar nuevas tierras y buscar el consenso con sectores que proceden de otras culturas. En los momentos de reflujo es cuando es más importante que nunca el rearme ideológico, no como refugio identitario estéril, sino como praxis prudente que empodere y dote de herramientas ideológicas a tus propias bases culturales. Solo unas bases culturales empedradas ideológicamente pueden avanzar posiciones. Para ello hay que asumir sin complejos que las posiciones de gobierno son para gobernar dejando claro para quien se gobierna, que la movilización social debe ser el terreno permanente de acción de la sociedad civil y que en un contexto de derechización mediática evidente, hay que desacreditar sin contemplaciones a los que mienten y construir alternativas.

 

Cuando el sentido común de época acompaña, crear contradicciones en los adversarios suele ser la mejor política. Cuando el sentido común de época se te vuelve en contra como consecuencia de la reacción a tus avances, toca reforzar las posiciones para preparar el siguiente avance y contener al adversario.

 

 

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