SAN JUDAS COMISIONISTA
Donde
usted ve una crisis sanitaria y un país con el corazón encogido, un
comisionista ve ceros en su cuenta corriente y un yate de lujo a costa de
colarnos material sanitario defectuoso
GERARDO TECÉ
Comisionistas
Terminada la Semana Santa, los gurús neoliberales deberían corregir una injusticia histórica y otorgarle a Judas, de una vez por todas, el merecido reconocimiento por ser el primer comisionista de nuestro tiempo. La operación comercial no era sencilla en el Jerusalén de la época convertido en hervidero donde se perseguía al empresariado y el libre mercado sufría la política de la cancelación a las puertas del templo. A pesar de las dificultades, el apóstol anarco-capitalista supo tirar de sangre fría y, dejando a un lado el qué dirán, supo sentar las bases del actual arte del cobro de comisiones. La parábola de las treinta monedas de plata es nítida para quien quiera verla: un solo emprendedor generará más riqueza que once apóstoles esclavos de doctrinas populistas. No hay traición mala si el pellizco es bueno.
Dos milenios y pico después y con
una economía tan compleja que es necesario un máster en escuela de negocios
privada del Opus para que Antena3 y Telecinco te rotulen como experto, el
ancestral oficio del comisionista vuelve a cotizar al alza. El método, tan
sencillo como poner la mano aprovechando tu posición privilegiada –ya dejó
dicho Steve Jobs que la sencillez es la máxima sofisticación– se extiende allá
donde surge la ocasión. Una regla no escrita dice que, a mayor facilidad para
ganar dinero, mayor reconocimiento social, así que entre los comisionistas
abundan nobles y monarcas, pero escasean albañiles o barrenderos. Expertos del
dinero fácil por mucho que en sus charlas hablen de cultura del esfuerzo y meritocracia,
los buenos comisionistas siempre andan al acecho de la posibilidad de hacer
negocio sin doblar el espinazo ni jugarse un euro. Como el comisionismo no es
ciencia exacta, los beneficios dependerán de una compleja ecuación en la que
juegan variables tan diversas como la jeta que se le eche, la agenda
telefónica, la amistad con el político dispuesto a convertir dinero público en
yate privado o la sensación de impunidad de quienes comparten modus operandi
con los denostados aparcacoches o limpiabotas: poner la mano. Eso sí, mano
millonaria que deriva en tratamiento de usted.
Cuando los gurús del libre
pelotazo se animen a empezar a rezarle a Judas, estaría bien que establecieran
una serie de mandamientos que, como pasa en todas las religiones, podrían acabar
resumiéndose en uno o dos. En el caso de los comisionistas, ganarás pasta sin
trabajar y no importará a costa de qué. Donde usted ve una crisis sanitaria y
un país con el corazón encogido, un comisionista ve ceros en su cuenta
corriente y un yate de lujo a costa de colarnos material sanitario defectuoso.
Donde usted ve deporte, el comisionista ve oportunidad de negocio, unos cuantos
“palos” ganados a costa de blanquear una dictadura sangrienta porque hemos
venido a forrarnos, el resultado nos da igual. Donde usted ve una joven
democracia y una responsabilidad de Estado, el comisionista mayor del reino ve
protección sinigual para ejercer durante décadas su derecho a convertirse en
multimillonario sin dar un palo al agua. Judas estaría orgulloso de todos
ellos.
El comisionismo, además de
generar grandes beneficios con escasos dolores cervicales, genera un estado de
malestar general entre quienes no tienen más remedio que recurrir al madrugón y
al trabajo para conseguir, en toda una vida, las monedas de plata que el
comisionista saca con una llamada. Ese malestar no se ve reflejado sin embargo
en unos grandes medios de comunicación que se dicen de servicio público y que,
muy a menudo, son tolerantes cuando no cooperadores necesarios en el arte del
pelotazo a costa del contribuyente. Tal vez porque sean ellos, los grandes
medios, quienes protagonizan el tipo de comisionismo más dañino para una
sociedad. Ese que consiste en señalar o tapar escándalos en función de la
comisión que se recibe en forma de ingresos vía publicidad institucional. Quizá
el mundo sea así y no haya nada que hacer, pero, al menos, la próxima Semana
Santa, recordemos rezarle al tipo adecuado.
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