MUSSOLINI QUE ESTÁS ENTRE NOSOTROS
JUAN CARLOS MONEDERO
El dictador italiano Benito
Mussolini revisa las tropas
el 29 de octubre de 1937 en
Roma.- AFP
El triunfo del fascismo italiano
Comienza el año de
1925. Mussolini, el hombre del siglo, sufre dolorosísimos problemas gástricos
que algo tienen que ver con el asesinato del diputado Giacomo Matteoti, el
líder moral del socialismo italiano, por parte de un grupo de fascistas a sus
órdenes. Sin embargo, la gloria embriaga, cura, cicatriza. Mussolini, en un
tiempo oscuro, encarna la enfermedad del poder: la promesa de omnipotencia, la
capacidad infinita de autoengaño, la relación eficaz con los demás desde el
conocimiento de los defectos del ser humano y el uso diabólico de esas
debilidades para la propia causa. Una úlcera puede estar matándote pero la
erótica del poder es la mejor cirugía: "No me doblegarán ni aunque me
apunten con sus cañones, aquí, delante de mí". Una fiera determinación,
enfermiza y curadora, requisito indispensable para ejercer el poder con
pretensiones absolutas.
El segundo tomo de
la espectacular biografía sobre Benito Mussolini que ha escrito Antonio Scurati
cubre los años entre 1925 y 1932. El fundador del fascismo italiano está en la
cumbre de su poder. Después de canalizar hacia el nacionalismo la frustración
de Italia tras la guerra, de copiar parte de las reivindicaciones de la
izquierda y de silenciarla con violencia, el fascismo ha dejado de ser un
grupúsculo de un centenar de "raros" (los Fasci Italiani di
Combattimento de 1919) y se ha convertido en una fuerza hegemónica. De los dos
escaños (29.549 votos y el 0'45%) en sus
primeras elecciones, a tener todo el poder y reclamar públicamente el
"totalitarismo". En manos del Duce la suerte entera de Italia. Junto
a la violencia, el apoyo de terratenientes y empresarios, asustados por la
retórica revolucionaria de los socialistas –hueca y sin determinación, alguna,
lo que llevará al nacimiento del Partido Comunista- ha sido determinante para
ese ascenso. Lo que faltaba lo otorga el Rey Víctor Manuel al ordenar que no se
detenga la inicialmente fracasada Marcha
sobre Roma. Reyes al servicio del fascismo. Le costará el exilio y la
proclamación de la República tras la caía de Mussolini.
Pero queda mucho
tiempo. Ahora, en apenas seis años ha disuelto el parlamento liberal con muy
poca resistencia, sobrevive a torpes atentados que le dan un halo de
inmortalidad, cambia sin drama de amantes -a las que promociona como una forma
de evitar problemas-, mantiene de cara al pueblo la farsa de su familia
tradicional, controla los medios tradicionales y tiene los propios, el Rey
Víctor Manuel III come de su mano, ha encarcelado a los que no defienden el
fascismo o lo confrontan –sobre todo los comunistas, entre ellos, Antonio
Gramsci-, al tiempo que ha reducido la violencia fascista pues ya no hace
falta, ha recuperado en un Concordato la relación de Italia con el Vaticano, se
ha incorporado a la conquista imperial sometiendo a Libia, y los países
liberales europeos, incluido Churchill y el Cardenal Mercier, en un rasgo
repetido de su cobardía histórica, alaban la gestión política del dictador
sobre todo por su anticomunismo.
Problemas internos del fascismo
Sin embargo, el
ruido no cesa. El fantasma de todas las organizaciones, incluidas por supuesto
las políticas, le persigue. El líder controla el imaginario, el aparato del
Estado, especialmente interior e inteligencia, usa la economía para contentar a
las masas, tiene el apoyo popular (deja una lámpara encendida en su despacho
cuando se marcha para que el pueblo piense que sigue trabajando), tiene la
obediencia del partido, especialmente de los cuadros, que le aplauden en
público y le dan los "+ 1000" de la época -aunque disientan en
privado y critiquen sus caprichos-. Mussoloni quiere controlar la organización
pero la organización no se deja.
Roberto Farinacci,
un "osado" de la primera época, radical, más firme en la rabia
fascista que Mussolini y que controla su propia parte del aparato, es un
"barón" invencible en la región de Cremona. Su retórica es mentirosa:
"El fascismo no es un partido: es una religión" y quiere asentar el
régimen sobre la violencia. Los que no tienen suficiente fe sobran. Los líderes
siempre reclaman plena confianza en ellos. El partido es una religión. Siempre
y cuando él, Farinacci, sea su supremo sacerdote. Porque Dios es Mussolini. Con
Dios solo habla su representante en la tierra. Farinacci tiene su espacio pase
lo que pase. Todo queda entre cuatro elegidos. Por eso Farinacci defiende a sus
leales aunque sean ladrones e inmorales.
Mussolini tiene
todo el poder. Pero la humanidad de los humanos le acorrala. Incluida la suya
misma. Por eso le sobra cualquier fiscalización. El liberalismo se pensó como
ideología del liberalismo burgués emergente en lucha contra la monarquía
absoluta. En esa coyuntura dialogó con la lucidez del pasado -el equilibrio
político que está en Polibio y en Aristóteles- y articuló la división de
poderes, los checks and balances, esto es, los pesos y contrapesos de la
organización del poder. Cuando alguien acapara mucho poder, pensar que esa
omnipotencia pueda ser balanceada es un avance civilizatorio. A Mussolini no le
controla nadie. En nuestras democracias liberales, a los líderes mesiánicos de
los partidos, tampoco. Pero la violencia todavía no es una alternativa. Pero la
ley, que tiene sentido solo si sirve a los intereses de la mayoría, se debilita
y, como decía Tony Judt, prepara el momento de la fuerza.
Lo que advirtió
Rosa Luxemburgo para la izquierda es cierto en todo el arco ideológico salvo el
anarquismo: el secretario general ha sustituido al comité central; el comité
central ha sustituido al partido y el partido ha sustituido a la sociedad.
Porque hay asuntos que competen más a los seres humanos que a sus ideologías.
Monopolizar el poder está en una parte de nuestra biología. Por eso los
poderosos no tienen amigos: tienen piezas en su engranaje. En su locura,
valoran como una de las mayores virtudes la "lealtad", aunque en su
lectura nadie leal le puede decir al líder que se está equivocando. No
entienden que la lealtad a los proyectos está por encima de la lealtad a las
personas. Pero el fascismo es una aventura de desesperados. Para Mussolini, el
apoyo de su hermano Arnaldo es esencial. Porque no confía en nadie. Las Razones
ideales para la vida fascista, escrito por el Secretario General del partido,
Augusto Turati y prologado por el periodista Mussolini, se resume fácil:
"De acuerdo. Sí, señor". El Gran Consejo del Fascismo lo dejó por
escrito en su 74 sesión: "Los ordenamientos y las jerarquías, sin los
cuales no puede haber disciplina de esfuerzo ni educación del pueblo, reciben
por tanto luz y norma desde lo alto, donde se halla la visión completa de los
atributos y de los deberes, de las funciones y de los méritos". ¿Una
lectura correcta de las órdenes que esperan los pueblos en tiempos de crisis?
Ya sabemos a dónde condujo esa salida.
Los grupos humanos
tienen humanidades. Farinacci, que disputa a Mussolini su poder (terminará
ofreciéndose a Hitler para sustituirlo), tiene su feudo territorial en Cremona
(igual que Italo Balbo lo tiene en Ferrara). Allí da de comer a los suyos y así
a quien obedecen es a él. Tiene empleados, jueces, tiene empresarios, tiene
policías y en última instancia tiene a los propios escuadristas fascistas que,
aunque Mussolini ha dicho que tienen que dejar de dar palizas, siempre están
dispuestos para su dialéctica de las cachiporras y las pistolas (como le copió
después José Antonio Primo de Rivera en España). Farinacci, además, tiene un
periódico. Ha ayudado en primera línea a alzar a Mussolini al poder supremo de
Italia, pero se guarda siempre un as en la manga. En la política, la ideología
es sólo uno de los factores a tener en cuenta. Qué se llevan los tuyos, qué
sacan de todo esto, es condición necesaria para que la aventura política
triunfe. Que se lo pregunten, de momento, al Partido Popular o a VOX. Aunque
vale en casi todas las viejas latitudes ideológicas.
Mussolini tendrá
que gestionar un Estado. Los que le han acompañado en la aventura fascista se
preocupan, por su parte, en lo que les corresponde del botín (y algunos, los
menos, en mantener las esencias populares y sociales del fascismo. Como haría
Hitler son las SA en 1934, esos sectores nunca tuvieron ningún futuro). Las
disputas de intereses entre grupos genera peleas internas que no siempre
Mussolini puede detener pese a que lo intenta. Si como escribe el Duce en una
circular a los prefectos "No serán toleradas desviaciones de autoridad o
de responsabilidad. La autoridad es una y unitaria (…)", no hay instancias
intermedias que permitan equilibrar los desajustes, los actos arbitrarios, los
errores y las barbaridades cometidas por personas que se saben impunes. Los
partidos esclerotizados y sin democracia interna; los medios de comunicación,
entregados a la máquina del fango. Los opositores, silenciados, muertos,
exiliados o encarcelados. Nada impide diferenciar "entre error y crimen,
entre debilidad e ignominia, entre un hombre honrado y un malhechor".
Lecturas para hoy del pasado
El fascismo se
impuso al socialismo imponiendo al miedo sobre la esperanza. "La sensación
de derrota, de haber sido traicionados, de degradación, hasta llegar al hastío,
al resentimiento, a la rabia vengativa" ocupaba el espacio de la promesa
luminosa de un mundo mejor que había representado el socialismo. En ese hábitat
nace y crece el fascismo. El descontento y la humillación individuales llaman a
la violencia fascista mientras que la digna rabia compartida llama al
socialismo.
La biografía de
Scurati es un espejo de dictadores. En acto o en potencia. Que nos sirve hoy
para entender claves de la degradación de la política y apostar por la
deliberación y la participación popular antes que por la aclamación: "(…)
el Duce del fascismo (…) está protegido del espectáculo degradante de la
miseria humana por una extraña especie de hipermetropía: lo próximo, lo
cercano, lo diminuto, no lo ve o, si alguna vez lo entrevé, se le aparece
borroso, indistinto, insignificante. Para las cosas grandes y lejanas, en
cambio, tiene una vista formidable, un ojo de halcón, una mirada larga como de
timonel que abarca el horizonte".
¿Podemos sacar
lecturas para hoy? ¿Cómo conjurar los males de las organizaciones políticas? :
"los fascistas de primera hora se despolitizan, se ministerializan, se
burocratizan. Los viejos liberales compañeros de viaje resisten pasivamente
mediante una sumisión exterior: los industriales aceptan el carné con tal de
salvar el capital, los grandes burócratas se vuelven cómplices con tal de
subordinar el partido al Estado y el Estado a sus privilegios de casta, el
poder judicial se somete en busca de una vida sosegada. Por todas partes lo
mismo: malas hierbas de conversos, automatismos, untuosos compromisos".
Sólo politizando.
No subordinando el flujo popular ni en lo organizativo ni en lo discursivo,
sino siendo organización y discurso pegado a las mayorías. Cuando corresponda,
un paso por delante impulsando. Nunca por detrás frenando. Entendiendo los
tiempos. No haciendo comulgar a las mayoría con ruedas de molino que provengan
de arsenales ideológicos mellados. Asumiendo los errores propios. No mezclando
los intereses personales con los intereses de la mayoría, esto es, recuperando
la generosidad propia de la fraternidad, que es la familia de donde viene la
izquierda. No confundir el individual
duelo mortal como momento de suprema verdad" con las necesidades de
las mayorías. Salir del cinismo, que fue una de las claves del quehacer
político de un personaje como Mussolini. Para no repetir errores.
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