¿FUE CRISTO UN COLABORACIONISTA?
PETER WOLLEN
Jesús no procedía de las masas. Tampoco, por supuesto, procedía de la casta sacerdotal o de un rico entorno empresarial o terrateniente. Era un pequeño burgués
Jesús de Nazaret vivió en una época de turbulencia política. En las páginas de los Evangelios, que son nuestra fuente principal de información acerca de él, se dice esto alto y claro. Pero nunca sale a la superficie. Lo último que querían los escritores de los Evangelios era implicar a la política. Querían sacar a Jesús de su situación histórica real y transmitir un mensaje universal, que pudiera aplicarse a cualquiera. Por encima de todo, no querían vincular a Jesús con el destino del pueblo judío que, en el momento en que se ecribieron, acababa de verse aplastado por las legiones romanas tras una amarga guerra de resistencia.
Sin embargo, la
situación real en la que vivió Jesús queda bastante clara. En el año 63 a.C.,
Palestina fue conquistada por un ejército romano, dirigido por Pompeyo, y pasó
a formar parte de la provincia romana de Siria. Pompeyo, acompañado de su
personal militar, entró en el sanctasanctórum del Templo de Jerusalén, que
habían defendido sus sacerdotes después de que el soberano reinante hubiera
abierto las puertas de la ciudad a los invasores. A partir de ese momento y
hasta el enfrentamiento final, 133 años después, en el año 70 d.C., la historia
de Palestina se convierte principalmente en una historia de resistencia judía
al dominio romano. Una resistencia desesperada que tuvo lugar en una época
fundamentalmente de expansión romana. Jesús de Nazaret vivió justo en medio de
este período y, a pesar de su conocido apego a lo extramundano, difícilmente
podía ser ciego a lo que estaba sucediendo.
El papel estratégico de Palestina
La situación no
resultaba fácil para los romanos. Palestina -Judea, que era como se llamaba la
parte judía- formaba parte de una cadena de pequeños estados, que se extendía
desde Armenia hasta Egipto, y que constituía una zona neutra entre Roma y el
Imperio Parto al este, que se localizaba en Persia. Palestina era un eslabón
crucial en la cadena porque limitaba con Egipto, granero de Roma. Partia era la
segunda gran potencia de la región y nunca fue conquistada por Roma. De hecho,
le infligió derrotas a las legiones romanas en varias ocasiones, las destrozó y
se apoderó de las águilas que eran sus estandartes de batalla. De manera que
Palestina era una zona sensible. Un levantamiento judío podía contar con el apoyo
de los partos. De hecho, en el año 40 a.C., sólo unos veinte años después de la
invasión de Pompeyo y no mucho antes del nacimiento de Jesús, fue exactamente
esto lo que ocurrió. El régimen títere de los romanos fue derrocado y se
instaló un nuevo rey con apoyo de los partos. Por ende, los partos, a
diferencia de los romanos, se cuidaron de no profanar el Templo. Su posición
era más o menos semejante a la de los indios en Bangladesh, una potencia
extranjera que ayudaba a un movimiento nacional atendiendo a sus propios fines.
Los romanos
reaccionaron rápidamente. Se deshicieron del viejo grupo de títeres y trajeron
a un nuevo candidato, Herodes, que contaba entonces con unos treinta años de
edad. El padre de Herodes había sido el hombre fuerte, el principal de los
pro-romanos del antiguo régimen. El propio Herodes había sido gobernador
militar de Galilea, la parte norte de Palestina. Cuando entraron los partos
consiguió escapar a Egipto y llegar por último a Roma. Allí fue coronado rey de
Judea. Contando con el pleno apoyo de los romanos, regresó y tomó Jerusalén con
ayuda de las legiones en el año 37 a.C., ejecutando rápidamente a los líderes
rebeldes. El rey antirromano, Antígono, fue crucificado, el primero de las
decenas de miles de personas que serían ejecutadas por este método por los
romanos o sus títeres. Una vez en el trono, Herodes se mantuvo en él hasta su
muerte en el año 4 a.C.
No se sabe con
exactitud cuándo nació Jesús. Todo lo que podemos decir es que sucedió durante
el reinado del emperador Augusto, que murió en el 14 d.C., y que durante la
vida adulta de Jesús estaba en el trono el sucesor de Augusto, Tiberio. Es
posible que Jesús haya visto el final del reinado de Herodes, siendo un niño.
Sin duda, los acontecimientos que siguieron a la muerte de Herodes debieron
impresionarle, ya fuera como recuerdos de su infancia o como historias que le
contaron mientras crecía.
La muerte de Herodes
La muerte de
Herodes provocó una crisis. Herodes se había mostrado servil hacia los romanos,
y cruel y desmedido con su propio pueblo. Era odiado y aborrecido.
Naturalmente, cuando murió se produjo un regocijo general y el movimiento
nacional volvió a aflorar. Ya había habido rumores poco antes del final de su
reinado. Una manifestación estudiantil, más o menos dirigida por dos fariseos,
Judas y Matías, había culminado con el derribo del águila romana que Herodes
había exhibido en el Templo para complacer a sus amos. Los cabecillas fueron
quemados vivos. Cuando Herodes murió por fin, se produjo un levantamiento en
Jerusalén. El procurador Sabino, el funcionario romano de mayor rango en
Palestina, trasladó inmediatamente tropas a la capital para mantener la ley y
el orden y también para confiscar el tesoro de Herodes. Durante la fiesta de
Pentecostés, se produjeron enfrentamientos entre los peregrinos del Templo y
estas tropas romanas. Sabino quedó acorralado en la guarnición.
Al mismo tiempo,
hubo otro levantamiento armado en Galilea, dirigido por un líder partisano
llamado Judas, conocido como el Galileo, cuyo padre había sido ejecutado por
Herodes por insurgencia. Se trató de un levantamiento a gran escala en el que
los partisanos tomaron el palacio de Herodes en Séforis y se apoderaron de las
armas que allí se almacenaban. Séforis estaba a pocos kilómetros de Nazaret,
donde Jesús pasó su infancia. A una hora de camino, en realidad. Los romanos
tuvieron que enviar desde Siria dos legiones, a saber, doce mil soldados, para
reprimir estas revueltas y rescatar a Sabino. Durante los combates, el Templo
sufrió graves daños y Séforis quedó completamente destruida. Cuando los romanos
restablecieron el orden, crucificaron a dos mil rebeldes.
El doble de grande que Irlanda del Norte
Palestina es un
país comparativamente pequeño. El reino de Judea de Herodes no era mucho mayor
que Gales, y tenía aproximadamente el doble del tamaño de Irlanda del Norte. No
se extendía tan al sur como lo hace hoy Israel, pero cubría una franja de lo
que es actualmente Siria y Jordania. La población, unos cinco millones
probablemente, no era judía de modo homogéneo. Los judíos se concentraban en la
zona de Jerusalén -Judea propiamente dicha- y en Galilea, al norte, donde eran
colonos bastante recientes. En medio estaba Samaria, donde vivían los
samaritanos. Los samaritanos tenían su propia religión, que era una variante
del judaísmo. Por ejemplo, no reconocían el Templo, sino que tenían su propio
lugar sagrado en una montaña de Samaria. En las ciudades había un cierto número
de griegos y sirios helenizados o fenicios, que habían llegado primero
siguiendo a los ejércitos de Alejandro y se identificaban ahora con los
romanos. Herodes había fomentado una mayor inmigración de griegos y había
construido varias ciudades nuevas para ellos, incluyendo un nuevo puerto y una
capital, Cesarea, en la que los judíos nacionalistas y piadosos no querían
vivir porque estaba dominada por monumentos irreligiosos, como un teatro y un
hipódromo.
El país, dividido
por diferencias nacionales y religiosas, tenía algunas de las características
de Irlanda del Norte o de Chipre. El movimiento nacional judío adoptó una forma
religiosa; era la religión la que unía a la nación. Los líderes de los zelotes,
como se conocía a los guerrilleros, eran a menudo ultrarreligiosos, y la
religión era uno de los dos temas principales en torno a los cuales
cristalizaba la oposición a la ocupación romana. Se produjeron disturbios
debido a la profanación del Templo por parte del águila pagana, como se ha
descrito anteriormente; más tarde, cuando los romanos adoptaron la gobernación
directa, se produjeron por el mismo motivo más disturbios bajo Poncio Pilato. A
finales de la década de los treinta, pocos años después de la crucifixión de
Jesús, se produjeron revueltas cuando el emperador Calígula quiso colocar una
estatua suya en el Templo. Diez años después hubo una gran revuelta cuando un
soldado romano de guardia en un tejado con vistas al Templo hizo un gesto
obsceno a los peregrinos.
Impuestos imperialistas
La segunda cuestión
era económica: la apropiación de impuestos por los romanos. Roma no cobraba
impuestos a sus propios ciudadanos, sino que se basaba en exprimir lo que podía
de los pueblos sometidos. El sistema se establecía oficialmente y luego la recaudación
de impuestos se dejaba en manos de la empresa privada, en algo parecido a una
licitación. Las tropas romanas apoyaban a los recaudadores. Naturalmente, los
recaudadores de impuestos eran considerados colaboradores de los romanos y hubo
frecuentes intentos de sabotear el sistema y boicotearlo. El censo de Quirino
en el año 6 d.C. fue diseñado por los romanos para ayudar a implantar la
recaudación de impuestos y provocó resistencia generalizada y lucha armada, que
no fue sometida durante algún tiempo, justo durante la infancia de Jesús. Una
vez más, Galilea fue el foco de la revuelta, pero esta vez hubo también fuertes
combates en el sur, dirigidos por un pastor llamado Athronges. Miles de
personas resultaron muertas a manos de los romanos durante este período.
Comienza la gobernación directa
El censo creó
especial resentimiento porque marcaba el inicio de la gobernación directa de
Roma. El régimen títere fue abandonado por los romanos poco después de la
muerte de Herodes. Su hijo fue exiliado después de que el procurador recibiera
plenos poderes, al menos en Judea. En Galilea y en el sureste de Siria, la zona
de los Altos del Golán, se permitió a otros dos hijos de Herodes permanecer
como gobernantes autónomos. En general, los romanos cambiaron de procuradores
con bastante rapidez. Poncio Pilatos, que duró nueve años, del 27 al 36 d.C.,
fue una excepción a la regla. Pilatos era intensamente odiado y esta aversión
se muestra a través de todos los documentos de fuentes judías que se conservan.
Era duro y corrupto. Cuando tomó dinero del tesoro del Templo hubo
manifestaciones masivas contra él. Las reprimió metiendo entre la multitud
tropas vestidas de paisano y con armas ocultas, que saltaban repentinamente a
la acción a una señal dada. En los Evangelios hay referencias a la matanza de
galileos, siempre alborotadores, y a disturbios en Jerusalén en el momento de
la muerte de Jesús, mientras que la palabra utilizada para describir a los dos
"ladrones" crucificados con Jesús es la misma que se utiliza generalmente
para describir a las guerrillas, más bien como "bandidos".
Los fariseos y la lucha armada
Sin embargo, la
verdadera lucha se desarrolló a partir de los años cuarenta y culminó con un
levantamiento nacional a gran escala en los años sesenta. Al mismo tiempo, la
lucha nacional comenzó a entrecruzarse con una lucha de clases cada vez más
abierta. La tradicional clase dominante de Judea consistía en un bloque
entrelazado formado por los grandes terratenientes y las familias hereditarias
de los sumos sacerdotes que controlaban el Templo. Los saduceos eran miembros
de este bloque. Se vieron desafiados como autoridades religiosas por los
fariseos, que eran rigoristas, se organizaban sobre la base de un estricto
ingreso en células, dirigidas por escribas, licenciados en teología, pero que
también incluían elementos de origen artesanal e incluso obrero. Fueron los
fariseos los que aglutinaron a la nación judía en una fuerza
político-religiosa. Muchos de los líderes zelotes eran fariseos que habían
decidido pasar a una fase de lucha armada.
Sin embargo, la
masa de los zelotes procedía del pueblo, de las pequeñas ciudades y aldeas. En
este periodo se produjo un movimiento general en el campo hacia los
latifundios, y que expulsó de la tierra a los pequeños campesinos, muchos de
ellos endeudados. En esa época había un gran número de esclavos en Judea, que
formaban parte de los ejércitos guerrilleros. También había un número creciente
de jornaleros, que se mencionan a menudo en las parábolas del Evangelio. El
exceso de mano de obra hacía que se emplearan normalmente de forma ocasional.
Naturalmente, se produjo un desplazamiento del campo a las ciudades y un
aumento del empleo en las pequeñas industrias artesanales.
Jesús y los
apóstoles procedían de familias de artesanos; Jesús era carpintero y trabajaba
con madera importada del Líbano y muchos de los apóstoles eran pescadores y
poseían sus propios barcos. Sabemos por otras fuentes que la industria pesquera
era próspera en Galilea en aquella época y que se invertía en encurtidos para
la exportación de pescado. Jesús no procedía de las masas, que o bien vivían de
la caridad -había un eficaz sistema de reparto- o bien eran jornaleros o
esclavos. Tampoco, por supuesto, procedía de la casta sacerdotal o de un rico
entorno empresarial o terrateniente. Era un pequeño burgués.
Secuestros y asesinatos
A lo largo de este
periodo, la clase dirigente se vio cada vez más comprometida con los romanos.
Era el procurador romano el que nombraba al sumo sacerdote, lo que solía ser objeto
de soborno. A cambio, el Sumo Sacerdote actuaba como un Quisling, manteniendo
la ley y el orden en Jerusalén, una zona sensible para los romanos, con su
propia policía del Templo, que entregaba a los alborotadores para ser juzgados.
Pero al mismo tiempo, el Templo y su Sumo Sacerdote eran los principales
símbolos de la conciencia nacional. Al final, los sentimientos de clase
acabaron por salir a la luz. Los zelotes secuestraron a un funcionario del
Templo y, al igual que los tupamaros, pidieron un rescate por la liberación de
los presos políticos. Se intensificaron los asesinatos de colaboracionistas,
hasta que se abatió también a un Sumo Sacerdote.
Cuando, en los años
sesenta, conró impulso la resistencia, las circunstancias económicas eran
especialmente problemáticas. Durante años, las ampliaciones del Templo habían
proporcionado empleo en Jerusalén y éstas se interrumpieron repentinamente.
Tras los disturbios, el programa se puso de nuevo en marcha en forma de
pavimentación de las calles de la ciudad. Al mismo tiempo, se denunció que las
familias de los sumos sacerdotes, que se habían dotado de bandas armadas,
merodeaban por el campo con la extorsión de "diezmos" a los que no
tenían derecho. Los asuntos llegaron a un punto crítico en el año 66 d.C. cuando,
tras un enorme boicot fiscal, el procurador romano saqueó el tesoro del Templo
para compensar el déficit. Inmediatamente se produjo un levantamiento zelote.
Se retiró el contingente principal de los romanos y el remanente que quedó fue
masacrado. Uno de los primeros actos del régimen zelote fue destruir el
registro de deudas, liberando a las masas de las garras de prestamistas y
terratenientes. Se eligió un nuevo Sumo Sacerdote por sorteo, que recayó en un
campesino, miembro empobrecido de la casta sacerdotal, un acto considerado
escandaloso en opinión de la clase dominante.
La izquierda queda aislada
Durante los cuatro
años que transcurrieron entre el 66 y el 70 d.C. se libró una guerra en toda
regla. Toda una fuerza expedicionaria romana, compuesta por dos legiones y
varios miles de auxiliares, quedó aniquilada. Los romanos perdieron más de
5.000 infantes y 480 jinetes. Esta victoria condujo a la creación de un
Gobierno nacional, que representaba a todas las facciones de la opinión
religiosa, tanto de los saduceos como de los fariseos, e incluso de los
esenios, el grupo monástico que elaboró los Manuscritos del Mar Muerto. Los
zelotes se opusieron a este Gobierno, que consideraban clasista y
potencialmente colaboracionista. Llevaban mucha razón.
El comandante judío
de Galilea, Josefo, que era fariseo, pasó más tiempo hostigando a los zelotes
que preparando las defensas contra Roma. Cuando llegaron los romanos, bajo el
mando de Vespasiano, capituló en el acto y se convirtió en abierto
colaboracionista. Más tarde escribiría una historia de los acontecimientos para
justificar su papel de absoluto traidor. La espina dorsal de la resistencia
estuvo en todo momento dirigida por los zelotes, que lucharon hasta el final en
Jerusalén y luego en la fortaleza de la montaña de Masada. Cuando los romanos
tomaron Jerusalén en el año 70, bajo el mando de Tito, cientos de miles de
personas fueron masacradas y la ciudad quedó arrasada. Josefo cuenta que en un
momento dado los romanos se quedaron sin madera para las cruces y, cuando
tuvieron suficiente, tuvieron que buscar espacios vacíos para colocar más
cruces. En este contexto es en el que hay que contemplar la crucifixión de
Jesús y la escritura de los Evangelios.
¿Dónde se situaba Jesús?
Apenas se puede
creer que fuera tan ajeno a lo que ocurría a su alrededor como hacen creer los
autores de los Evangelios. Las represalias romanas debieron golpear a las
familias de los judíos conocidos por él en la zona. Uno de los propios
discípulos de Jesús, uno de los Doce, era Simón el Zelote, que presumiblemente
participó en uno de los levantamientos.
Al leer los
Evangelios, la imagen que se presenta en general es la de un colaborador
pasivo. Aunque Jesús fue condenado y ejecutado por Poncio Pilatos, se hace todo
lo posible para eximirle de cualquier responsabilidad real. La crucifixión no
era un método de ejecución judío. Era el castigo romano para los crímenes
políticos. Espartaco, por ejemplo, fue crucificado. Mientras que los judíos se
hacían responsables de los delitos ordinarios y de las ofensas religiosas, los
crímenes políticos eran responsabilidad de Pilatos. Sin embargo, los Evangelios
afirman que Pilatos se lavó las manos en el asunto, protestó por la inocencia
de Jesús, no pudo ver nada malo en él y sólo fue presionado para crucificarlo
por el Sumo Sacerdote y su grupo de presión.
El propio Jesús es
representado bajo una luz pro-romana. Por ejemplo, se le describe como amigo de
los recaudadores de impuestos y de los colaboracionistas. Cura al hijo de un
centurión romano. Aconseja, no simplemente seguir la autoridad de Roma bajo
coacción, sino llegar al doble de lo requerido. Y, por supuesto, el incidente
más importante relatado se refiere al pago de impuestos. "Dad al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios". En los Evangelios, esto se
presenta como una respuesta particularmente astuta que burló a los fariseos que
la demandaron. En realidad, no es en absoluto equívoca. Apoya claramente el
pago de impuestos a Roma. La cuestión de los impuestos era el tema candente de
la época. En esta cuestión, Jesús adoptó una postura pro-romana y apoyó las
reivindicaciones del poder imperial.
Mantener a Jesús alejado del judaísmo
La contrapartida de
esta actitud pro-romana de los Evangelios es la persistente denigración de los
fariseos. Los zelotes, como tales, no juegan ningún papel en la historia del
Evangelio. Simplemente quedan suprimidos verbalmente, igual que los romanos los
suprimieron militarmente. Pero los fariseos están en primer plano. Se les
utiliza como hombres de paja que le suministran a Jesús las líneas que le
permiten marcarse un tanto. El propósito de esto, en lo que respecta a los
Evangelios, es claramente distinguir a Jesús y a la comunidad cristiana de los
judíos y de la causa judía. En casi todos los casos, se subraya el desacuerdo
con el judaísmo, para poder distanciar a Jesús de su propio pueblo. Historias
como la del Buen Samaritano se promueven en buena medida con el mismo fin.
Varios estudiosos
han intentado rescatar a Jesús de esta presentación prorromana, especialmente
en los últimos años, cuando, después de Auschwitz y Belsen, los comentaristas
del Evangelio se han sensibilizado por fin respecto a su sesgo antijudío. En
particular, se ha repasado con detalle el episodio del juicio de Jesús y se ha
admitido que fue Roma, y no el Sumo Sacerdote, la responsable de su ejecución
como delincuente político.
Pilatos no era un
administrador débil que permitiera que el grupo de cabilderos del Sumo
Sacerdote le presionara en contra de su buen juicio.
Sentimiento pacifista
Esta línea de
razonamiento ha llevado a algunos autores a llegar a afirmar que Jesús era en
realidad pro-zelota y simpatizante de la lucha armada. Esta interpretación
implica descartar las grandes dosis de sentimiento pacifista que pueblan los
Evangelios, ya que no son más que ejercicios de relaciones públicas posteriores
a la caída de Jerusalén, introducidos por los evangelistas aduladores, deseosos
de no molestar a Roma. Por el contrario, se destacan episodios como la
expulsión de los cambistas del Templo y el hecho de que Jesús fue detenido por
una patrulla armada y uno de sus discípulos sacó su espada y se resistió al
arresto. De hecho, Lucas describe cómo, al parecer, Jesús instruyó a sus
discípulos para que compraran espadas justo antes de su detención, aunque
rápidamente añade que con dos sería suficiente.
Es cierto que hay
retazos de material antirromano en los Evangelios que pueden acercarse más a la
actitud de Jesús, o al menos de los primeros seguidores, que los autores de los
Evangelios. Así, por ejemplo, la historia de los cerdos gadarenos parece tener
un toque antiimperialista oculto. Jesús exorciza a un demonio maligno, al que
llaman "Legión", y el demonio entra en una piara de cerdos que se
precipitan por un acantilado. Las tropas de ocupación romanas eran conocidas
como "cerdos" por los judíos, así que la moraleja resulta bastante
clara. Pero, a la inversa, hay una clara corriente de sentimiento antitemplario
en la predicación de Jesús. Critica una serie de instituciones del Templo,
especialmente las financieras, y más de una vez critica las diversas formas en
que el Templo ganaba dinero: donaciones, impuestos, transacciones comerciales,
etc.
Por encima de todo,
Jesús no preconiza en absoluto la resistencia violenta a los romanos, sino que
cree que es necesario un cambio espiritual para preparar la llegada del Reino.
Concibió este cambio de una manera que lo enfrentó a los fariseos, porque era
un antitradicionalista en su actitud hacia la ley religiosa judía. Éticamente,
era un purista, pero no de forma legalista. A juzgar por sus numerosas
parábolas sobre las viñas, los trabajadores y los labradores, estaba plenamente
satisfecho con las relaciones de producción existentes, incluida la esclavitud,
y la estructura económica general, aunque desconfiaba de los ricos. Parece que
consideraba que el Templo no debía ser en modo alguno una institución secular,
ni comercial ni políticamente.
Jesús no es subversivo
En sí misma, la
predicación de Jesús tenía poco de subversiva y, en este sentido, los autores
de los Evangelios tenían razón al presentarlo como un colaborador pasivo. Pero
su destino quedó sellado cuando empezó a atraer multitudes, en parte por sus
prodigios de curación, en parte porque era un orador convincente. Los Evangelios
cuentan varias veces cómo intentó alejarse de las multitudes y darles
esquinazo, ansioso por lo que pudiera resultar de ello, como no podía ser de
otra manera.
El último acto
oficial de Poncio Pilatos, por ejemplo, en el año 36 d.C., sólo dos o tres años
después de la ejecución de Jesús, fue masacrar a una multitud de samaritanos
que esperaban una revelación en su Montaña Sagrada. Cualquiera que reuniera
grandes multitudes corría el riesgo de ser detenido en su camino por razones
políticas. En Roma, la carrera de las estrellas del deporte y del teatro se
interrumpía bruscamente cuando empezaban a ganar seguidores demasiado ruidosos
o demostrativos.
Religiones de los
oprimidos
Es bastante
habitual que surjan movimientos religiosos mesiánicos y proféticos en tiempos
de agitación política. Se puede comparar a Jesús con los nuevos movimientos que
surgieron como parte de la respuesta al avance del imperialismo europeo: el
peyotismo y la danza de los fantasmas entre los indígenas norteamericanos, el
Ringat? entre los maoríes, el Hòa H?o en Vietnam. Estos movimientos intentan
salir de los confines de una situación histórica aparentemente desesperada,
haciendo hincapié en el glorioso papel ultramundano para los seguidores de su
profeta. En una época de agitación política, parecen peligrosos para las
autoridades, ansiosas de suprimir todo lo que pueda convertirse en amenaza,
generalmente cínicas e ignorantes, e inclinadas a pecar de despiadadas en lugar
de misericordiosas. Se les reprime y, si se dan las circunstancias, surge un
nuevo culto basado en el prestigio del martirio.
Un hombre en medio
La verdadera fuerza
de la predicación de Jesús radica en su capacidad de responder al conflicto sin
dejarse arrastrar por él. Era un hombre enmedio. No sólo estaba en medio de un
conflicto de clases, sino de una lucha de liberación nacional. Era capaz de
encontrar algo que decir que tuviera sentido para todo tipo de personas sin
caer nunca de un lado u otro. Esta sigue siendo su fuerza. Los descontentos,
los desafectos, los desdichados de la tierra podían responderle. También los
recaudadores de impuestos y los soldados romanos. Eso se debía en parte a que
prefería expresarse en forma de acertijos y parábolas, y contar historias en
lugar de hacer declaraciones. Pero se debía también en parte a su talento para
dar con un acento de verdad, para las palabras que sonaban bien, que empujaban
a todos un poco más allá. Caminaba por una cuerda floja verbal que iba tejiendo
sobre la marcha. Y siempre podía respaldarla con una cita. Precisamente porque
tenía esa capacidad de conciliar aspiraciones contradictorias, parecía a veces
subversivo. Pero, a la larga, todo lo que encubre las contradicciones apelando
a ambas partes favorece siempre a los que están en el poder, y el cristianismo
sigue en ello.
Este artículo se
publicó en el semanario de izquierda '7 Days', una publicación desgajada de
Black Dwarf que apareció entre octubre de 1971 y marzo de 1972; se encuentra
disponible en el archivo de la Red del Amiel Melburn Trust bajo licencia de
Creative Commons. Traducción: Lucas Antónpara Sinpermiso.
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