REFORMA EXPRÉS Y COSMÉTICA
DE LA CASA REAL
CONTEXTO
Y ACCION
Fotografía oficial del rey Felipe Vi y Letizia Ortiz de gala.
El anuncio de que PP, PSOE y Casa Real han negociado y pactado en secreto durante meses una reforma exprés de la estructura y funcionamiento de la jefatura del Estado –fue aprobada el martes 26 de abril vía decreto ley en el Consejo de Ministros– refleja, por un lado, la extrema debilidad de una institución desprestigiada por los desmanes de Juan Carlos I; y es por otra parte el enésimo síntoma de la escasa calidad democrática de una monarquía parlamentaria sustentada en un bipartidismo excluyente y componedor, alérgico a los debates públicos y cada vez más debilitado como bloque de Estado.
El preámbulo de
esta reforma son las dos grandes encuestas que en 2020 y 2021 publicó la
Plataforma de Medios Independientes (PMI) para compensar el silencio del CIS
sobre la monarquía. Los estudios muestran que el descontento de la ciudadanía
con la jefatura del Estado es constante desde hace ya más de 20 años y no deja
de crecer. Junto a una mayoría que se declara republicana, en las encuestas
asoman grandes mayorías transversales que, en vista de la cerrazón del Régimen
del 78 a convocar una consulta sobre la forma de Estado, reclaman que la institución
sea más transparente y exigen que el rey rinda cuentas de su patrimonio y deje
de ser inviolable. Las encuestas, silenciadas por los grandes medios, dejan ver
también que la valoración del rey Felipe VI (5,8 sobre 10) no consigue superar
el baldón que han supuesto para la institución las actividades corruptas e
ilícitas de su padre; y lanzan una alerta clara sobre el futuro de la Corona:
solo el 27% de los encuestados cree que la infanta Leonor llegará a ser reina
algún día.
Lo más escandaloso
es que la Casa Real decidió comunicar la información solo a los partidos
considerados “constitucionalistas” por la exministra Carmen Calvo
La Casa Real ha
tardado un año en mover ficha. Su primera acción “regeneradora” ha consistido
en que el actual monarca ha hecho público su patrimonio motu proprio; el rey
declara unos haberes de 2,5 millones de euros, una cantidad que llama la
atención por la envidiable capacidad de ahorro, ya que, desde 1998 hasta ahora,
ha recibido 4,2 millones de euros por asignaciones de los Presupuestos
Generales del Estado y ha conseguido ahorrar bastante más de la mitad.
Lo más escandaloso
de este brindis al sol –que nadie podrá auditar– es que la Casa Real decidió
comunicar la información –“por deferencia”, según informó el Gobierno– solo a
los partidos considerados “constitucionalistas” por la exministra socialista
Carmen Calvo, dejando fuera a los representantes de los votantes de ERC, Junts,
Bildu, BNG y la CUP. Aunque Calvo entendía que había que informar también a UP,
pese a tratarse de una fuerza republicana, en la medida en que forma parte del
Gobierno, los responsables de su grupo parlamentario no han recibido tampoco
ninguna comunicación. El movimiento dice mucho del sectarismo de la Casa Real y
refuerza la idea de que el rey ha decidido reinar solo para algunos, como ya se
adivinaba en las encuestas de la PMI. Irónicamente, el decreto aprobado en el
Consejo de Ministros del 26 de abril pone el acento en la neutralidad política
que deberán cumplir todos los miembros de la Casa del Rey. Quizá el monarca
interpretó que debía tener ese último detalle con los partidos que le apoyan.
El resto de la
reforma anunciada es un compendio de buenas intenciones y palabras huecas, con
algunos elementos positivos como la necesidad de dar publicidad a todos los
contratos que firme la jefatura del Estado o el compromiso de que el Tribunal
de Cuentas audite las cuentas de la institución; pero ambos quedan lastrados
por dos cauciones fundamentales: primera, el rey no tendrá obligación de declarar
su patrimonio (ni el resto de la familia tampoco), sino que lo hará cuando lo
considere oportuno. Y segundo: el monarca seguirá siendo inviolable, como lo
han sido su padre y sus antecesores, incluso en aquellos actos que no tengan
que ver con las funciones de su cargo. La razón de este agujero es obvia: un
decreto no puede cambiar un precepto constitucional. Lo que nos lleva de vuelta
al principio: en vez de debatir en el Parlamento una ley orgánica que
modernizara la institución y la adaptara a estándares realmente democráticos,
la Corona ha optado por pastelear una reforma de mínimos (evitando así el
debate parlamentario) con las dos mayores fuerzas políticas del país.
Ahora, los medios
al servicio del Estado Profundo harán el pertinente servicio posventa para
tratar de convencer a los ya convencidos del gran paso adelante. Veremos a
tertulianos y analistas ponerle sobresaliente cum laude en ejemplaridad al rey
que sucedió al sucesor designado por Franco. Y España será un poco más
republicana, y los republicanos se sentirán cada vez más frustrados, y
seguramente cada vez más estafados por el PSOE, ese partido que una vez fue
republicano en serio y que acabó inventando, alehop, la “monarquía más
republicana” del mundo.
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