DESMIÉNTEMELO, SUSANNA
DAVID TORRES
Momento
en el que Susanna Griso lee el mensaje
del rey
emérito Juan Carlos I
El pasado Viernes Santo se publicó una foto del rey Juan Carlos arropado por sus hijas y nietos en la que, como en muchas otras fotos de la familia, empezaron a pasar cosas raras. Algún gracioso observó que a Pablo Urdangarín le faltaban las piernas y estaba levitando sobre el suelo, así que en seguida circularon chistes sobre el asunto. En realidad, pocos chistes pueden compararse al bromazo de mantener el tren de vida de esta peculiar y desmesurada familia, un tren de alta velocidad en el que habrá que incluir un viaje de ida y vuelta en avión a Abu Dabi para media tropa de descendientes con todos los gastos pagados.
Después alguien
vino a explicarnos que Pablo Urdangarín sí que estaba allí y que tenía las
piernas en su sitio, sólo que parecían haber desaparecido por un efecto óptico
debido a la posición en la que se encontraba. Como suele ocurrir con los
alrededores del rey Juan Carlos, se trataba de un simple problema de
perspectiva; ya nos había sucedido con Manuel Prado y Colón de Carvajal, con
Mario Conde, con los Albertos, con el 23-F, con el oso Mitrofán, con el
elefante, con Corinna, con las cuentas en Suiza y con las sociedades en Panamá.
No mirábamos donde teníamos que mirar y empezábamos a ver trampantojos y
efectos ópticos relacionados con pelotazos por poderes, concubinas insaciables,
plantígrados borrachos y guardias civiles con bigote. Con la monarquía española
nunca hay que perder la perspectiva.
Desde que abdicó,
hace ya un porrón de años, lo único que pretende el rey Juan Carlos es que le
dejen borbonear en paz: lo que pasa es que no le dejan. Entre enredos
familiares, empresarios sin escrúpulos, fiscales británicos, amantes poco
amantes y servicios secretos cada vez menos secretos, el rey no para de salir
en los periódicos, incluso en páginas que antes no frecuentaba más que
anualmente, asistiendo a partidos de fútbol y entregando la copa homónima.
Ahora la pelota le ha caído a los pies por culpa de unas conversaciones
indiscretas filtradas a la prensa en las que Gerard Piqué le preguntaba a Luis
Rubiales si el emérito echaría una mano a la hora de trasplantar la Supercopa a
Arabia Saudí.
La pelota iba rasa,
casi subterránea, pero el rey Juan Carlos remató de cabeza este mismo martes en
el programa Espejo Público, cuando le envió un mensaje a Susanna Griso:
"Desmiéntelo categóricamente. Me puso Piqué un WhatsApp para verme, pues
venía a Abu Dabi para presentar su Copa Davis y le dije muy amablemente que no
estaría aquí, pero de lo otro nunca". Una intervención que demuestra una
vez más la campechanía de su majestad, rebajándose a dar explicaciones
personalmente en un programa de televisión: estamos a dos comisionistas de que el
rey Juan Carlos salga de invitado en Sálvame Deluxe a dar las gracias por la
encendida defensa que de su figura hizo Belén Esteban, que por algo es Princesa
del Pueblo.
En cuanto a Arabia
Saudí, ¿qué mejor lugar para celebrar la Supercopa que una tiranía de sátrapas
medievales que trata a las mujeres como basura y bombardea yemeníes impunemente
desde hace años? Otra cosa muy distinta sería rebañar un pellizco millonario
desde Rusia, que bombardea ucranianos altos, rubios y cristianos. Es muy
diferente, porque los yemeníes, igual que los sirios, los congoleños o los
palestinos, prácticamente no son seres humanos, y cada día los medios se
encargan de recordárnoslo. Aquí Piqué y Rubiales, como tantos otros
comisionistas, fabricantes y vendedores de armas, no han perdido la
perspectiva, no les vayan a ver las piernas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario