POR QUÉ DESCONFIAR DEL CNI
DAVID BOLLERO
La ministra de Defensa,
Margarita Robles. - Carlos Luján / Europa Press
Hay aseveraciones que, por mucho que se repitan, no tienen necesariamente por qué ser verdad. Es lo que sucede con el salmo a la democracia plena que entonan una y otra vez desde el Gobierno, sin terminar de sustentarlo con hechos. El Catalangate y la supuesta implicación del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) en uno de los mayores casos de espionaje de Europa ha desembocado en mucho más que la suspensión de las relaciones entre La Moncloa y ERC, extendiendo la sensación de indefensión en el conjunto de la sociedad española.
"El Gobierno
no acepta que se ponga en cuestión la calidad democrática", decía hace
unos días la ministra portavoz del Ejecutivo de Pedro Sánchez, Isabel
Rodríguez, en una más que desafortunada intervención. Haría bien el Gobierno en
aceptar tal cuestionamiento porque hacerlo es signo de calidad democrática;
cosa bien distinta es que, una vez aceptado, se rebata con brillantez. Sin
embargo, esto no sucede y es lo que termina motivando que no se acepte la
crítica.
Las posteriores
declaraciones de la ministra de Defensa, Margarita Robles, que ni siquiera
gozan de la entidad de explicación, no dejan en mejor lugar ni al CNI ni a la
calidad democrática. La opacidad en torno a las operaciones del CNI, la
incapacidad del Gobierno por demostrar si el espionaje se realizó con mandato
judicial, sume al pueblo español en la más absoluta indefensión con la
inquietante sensación de que nuestro Estado de Derecho se resquebraja.
Al amparo de la
defensa de la seguridad nacional no vale todo, no se trata de un cheque en
blanco como pretenden algunos gobiernos. Aun entendiendo la discreción que
precisan las actuaciones realizadas por el CNI, lo que resulta imperativo es
que éste siga los cauces legales a rajatabla.
El problema es que
el CNI tiene a sus espaldas demasiadas manchas como para que las palabras
huecas de las ministras, sin soporte de hechos, basten a la opinión pública
para confiar en el Estado. Ya la mera acusación de uso del Pegasus para espiar
a políticos nacionales inquieta pues, dado que el CNI dispone de otros medios
más sencillos para realizar escuchas, sugiere que el objetivo era tomar el
control total de los teléfonos móviles.
Los borrones en el
historial del CNI desaconsejan en este punto la confianza ciega en el
organismo. Ya no es sólo su implicación en el intento del golpe de Estado del
23-F, según algunos agentes del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID,
antiguo CNI), sino otras oscuras actuaciones ya con la democracia más rodada.
En el recuerdo aún quedan las escuchas ilegales a empresarios, políticos,
periodistas y al rey realizadas durante los gobiernos socialistas de Felipe
González entre 1983 y 1991.
El caso de 'los
papeles del CESID', por el que fue condenado a siete años de cárcel el
excoronel Juan Alberto Perote por revelación de secretos de Estado, terminó por
demostrar, como se indicaba en la sentencia, cómo fueron espiados el emérito;
los exministros Francisco Fernández Ordóñez, José Barrionuevo y Enrique Múgica;
el que fuera presidente del Real Madrid, Ramón Mendoza; el empresario José
María Ruiz Mateos; diversos periodistas o el exvocal del CGPJ Pablo Castellano,
entre otros.
Más recientemente,
hemos conocido cómo el CNI ha realizado acciones impropias, lo que supone un
dispendio del erario público. Es el caso de cómo cuando José Bono era ministro
de Defensa (2004-2006), nuestra
Inteligencia se dedicó a coordinar los pagos a Bárbara Rey para silenciar el
adulterio del emérito. Vergonzoso, pero es que todo cuanto gira alrededor de
Juan Carlos I lo es; pues posteriormente España ha destinado fondos públicos a
espiar a otra de sus amantes -Corinna Larsen-, llegando a acosarla, según
denuncia ella, o a ofrecer al buscado por la Interpol Abdul Rahman El Assir una
rebaja de su deuda fiscal en 10,3 millones a cambio de silencio sobre sus
negocios de armas con el emérito.
Parece, pues, que
cuando hablamos del CNI sí hay motivos sobrados para poner en cuestión nuestra
calidad democrática. Las continuas menciones del CNI en el sumario del caso
Kitchen o el escándalo revelado por WikiLeaks de la contratación de Hacking
Team para nuevos espionajes no hacen más que poner en duda si se están o no
produciendo abusos de poder. Ante eso, las buenas palabras no bastan, se
precisan pruebas porque nada hay más peligroso que la pérdida de confianza en
los servicios de Inteligencia de un país. El hecho de que la oposición y una
parte del Gobierno se vean obligadas a reclamar una comisión de investigación
ya es en sí mismo una muy mala noticia porque sugiere que, efectivamente, no
existe transparencia en este asunto. Y eso no despeja el pútrido hedor de la
sospecha.
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