ANDALUCÍA: BODAS DE FÍGARO
Si el sueño
húmedo de quienes quieren recuperar el bipartidismo tiene una buena ventana de
oportunidad desde 2014, es esta: las elecciones del 19 de junio
GERARDO TECÉ
Juan
Manuel Moreno Bonilla, presidente de Andalucía, en un desayuno informativo de
Europa Press.
En noviembre de
2018, una reportera de El Intermedio metía micrófono a los transeúntes de la
céntrica calle Sierpes de Sevilla buscando tantear el nivel de conocimiento que
había sobre el rival electoral de la todopoderosa presidenta anda
luza, Susana
Díaz. “¿Sabe usted quién es Moreno Bonilla?” Las dos respuestas más frecuentes
eran “¿quién?” y “¿Moreno quién?”, seguidas muy de cerca por quienes, al ver su
foto, se animaban a resolver asegurando que se trataba de un miembro del coro
rociero Siempre Así. Tres años y medio más tarde, el presidente andaluz Moreno
Bonilla anuncia adelanto electoral y lo hace con las encuestas de cara y un
nivel de popularidad inimaginable para quien llegó a la
presidencia tras
cosechar el peor resultado de la historia del PP andaluz. La gestión de la
pandemia le ha sentado bien. Tampoco era complicado. Mientras su jefe, Pablo
Casado, gritaba enloquecido prestándole su cuerpo a Isabel la Católica, como
Whoopi Goldberg se lo prestó a Patrick Swayze en Ghost, con la estrella de
Barrio Sésamo Díaz Ayuso tirando de extravagancia y ruido ensordecedor, Moreno
Bonilla se alejaba de todo eso apoyándose en el aburridísimo discurso de la
responsabilidad: póngase usted la mascarilla y al bar podremos ir cuando se
pueda, estamos colaborando con el Gobierno de España, hay que hacer caso a los
científicos… Claro, los andaluces, por comparación televisiva con el mainstream
madrileño, percibían que en el Palacio de San Telmo en lugar del corista de
Siempre Así estaba Sir Winston Churchill.
Moreno Bonilla
anuncia adelanto electoral para el 19 de junio y lo hace de un modo muy
distinto al perpetrado en Madrid o Castilla y León. Sin aspavientos, sin tirarse
en el área simulando penalti inexistente de su fiel socio de Ciudadanos. Si
Moreno Bonilla pudiese, viviría en eterna luna de miel con su vicepresidente
Juan Marín, cómodo escudero. Pero las encuestas auguran otra cosa muy distinta.
Dicen que el tipo sosegado que llegó al Gobierno andaluz de rebote tendrá que
darle la mano a la ultraderecha –liderada tal vez por la alicantina Macarena
Olona, tal vez por Espinete alzando el brazo, qué más da– para seguir al frente
de Andalucía. Para las manos de Moreno Bonilla no será nada nuevo. En ellas ya
hay rastros ultraderechistas. El suyo en 2018 fue el primer gobierno
democrático que se apoyó en Vox dando por inaugurado el trifachito, esa fórmula
política consistente en que PP y Cs se ponían el traje de gobernantes mientras
los ultraderechistas los apoyaban desde fuera. Esto ha muerto. La sucursal de
Vox en Andalucía, que hace unos meses anunció que dejaba de respirar como
protesta ante un Juanma Moreno que seguía acogiendo menores extranjeros como
obliga la ley o llamando violencia machista a la violencia machista, ahora
quiere tocar moqueta y no aceptará un no del PP por respuesta. Parece que los
ultraderechistas mejorarán resultados respecto a 2018. No importa que su papel
durante la legislatura andaluza haya consistido en encadenar ridículos
empíricamente demostrables. Tampoco que el candidato que los llevó en 2018 a
estrenarse institucionalmente –ese que venía a acabar con los chiringuitos– se
pase el día de juicio en juicio acusado de haberse llevado unos milloncejos vía
subvenciones públicas fraudulentas. Para que todo eso importase tendría que
existir una prensa crítica en Andalucía que, como pasa en España, ni está ni se
la espera. Si las encuestas aciertan, Moreno Bonilla, un tipo más cercano al
candidato del PSOE, Juan Espadas, que a la histriónica Macarena Olona, no
tendrá la gobernabilidad fácil. Sus críticos aseguran que no tendrá problema en
entenderse con Vox, ya que su gestión, más allá del tono moderado, ha
consistido en incidir en la privatización de los servicios públicos andaluces,
en la falta de inversión y las políticas de amiguismo, descubriendo así los
críticos de Moreno Bonilla en qué consiste ser gobernante del Partido Popular.
Enfrente ya no
tendrá a Susana Díaz, enterrada políticamente en el Senado –ese cementerio de
Curros de la Expo–, sino a quien la derrotó por orden de Pedro Sánchez en las
primarias andaluzas del pasado verano, el exalcalde de Sevilla Juan Espadas.
Espadas, que aún le afea por privado a Moreno Bonilla los halagos que éste le
lanzó tras ser proclamado líder del PSOE-A –eso no se hace, Juanma, cojones–,
tiene el encargo de reactivar a un socialismo andaluz que en 2018 se quedó en
casa. Mitad cabreado por la corrupción ERE, mitad confiado en la invencibilidad
de Susana Díaz. Si lo consigue, el resultado puede ser muy distinto al que
marcan las encuestas. No olvidemos que Andalucía es la aldea gala de Astérix
que los romanos de la derecha tardaron cuatro largas décadas en conquistar.
Quizá porque ya había otro tipo de derecha autóctona, la representada por el
PSOE andaluz. Quién sabe. Sea como sea, parece que aquellos tiempos en los que
el socialismo andaluz podía saltar de votante en votante, de Almería a Huelva,
sin tocar el suelo, han terminado. El Juan Espadas más pegado a Moreno Bonilla
que a los potenciales socios a su izquierda tendrá que contar con éstos si
quiere recuperar el feudo socialista y allanar la reelección de Pedro Sánchez.
Por Andalucía. Parece que este será el nombre de la confluencia que agrupará a
todo lo existente a la izquierda del PSOE. A todo no. No estará Teresa
Rodríguez. Es decir, no estará la candidata fundadora de Podemos y principal
rostro de la izquierda andaluza en los últimos tiempos, que ha decidido ir por
libre montándose un califato gaditano. Lo hace tras ser víctima de una guerra
interna a navajazos que acabó con una izquierda andaluza, que ya estaba partida
en dos tras la marcha de Errejón, partida en tres. ¿Qué puede salir mal?
Andalucía será el
pistoletazo de salida del nuevo ciclo político que acabará en las elecciones
generales que enfrentarán a Pedro Sánchez y a Núñez Feijóo, salvo que el
hermano de Ayuso vuelva a llevarse algo y el gallego tenga que dimitir. También
podría ser Andalucía un laboratorio político. Aunque la batalla se plantea como
una lucha de fuerzas entre izquierda y derecha, la posibilidad de un pacto
PP-PSOE –el que saque un voto menos se abstiene para que el otro gobierne en
minoría–, aunque mínima, hay que contemplarla. Porque Sánchez se quitará de en
medio a Unidas Podemos en cuanto la ocasión lo permita y porque Feijóo les reza
a las meigas para no tener que cruzarse en un pasillo con Abascal. Por la
afinidad personal de los candidatos andaluces de PP y PSOE y por la incomodidad
que a ambos les suponen las bodas que les esperan. Si el sueño húmedo de
quienes quieren recuperar el bipartidismo tiene una buena ventana de
oportunidad desde 2014, es esta. Que se atrevan o no a poner en marcha esta
operación, que necesitaría que la prensa cortesana, infectada de ultraderechistas,
condenase a Vox como ha condenado a Unidas Podemos, es otro tema. Veremos.
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