ENTRE
EL AGUA Y EL SUELO DE CRISTI CRUZ
FELICIDAD
BATISTA
Ningún viaje se realiza únicamente a
un destino. Todos los viajes son un recorrido interior en el marco necesario de
geografías y arquitecturas, paisajes urbanos o naturales, mares o ríos, “agua y
suelo”.
Cuando aprendemos a andar nos convertimos ya en exploradores de la vida. Descubrimos los rincones de la casa, los misterioso agujeros de los enchufes, las puertas que nos llevan al mundo ignoto del pasillo, al jardín o a la calle. Conforme crecemos, ese universo se nos vuelve reducido y necesitamos de nuevo explorar y los libros nos abren sus páginas: La Odisea o el Ulises, Julio Verne y sus novelas, Emilio Salgari y los mares de Sandokán, etc. Y de esas historias y relatos tenemos la necesidad literaria y biológica de embarcar en una nave y surcar el océano entre islas, ascender por las escalerillas de un avión y conocer los cielos de Europa, las nubes de América, los cirros de Asia o las estrellas de Oceanía.
Los viajes siempre
son simbólicos, alegóricos y metafóricos y, en ese mar de coincidencias, encontramos
Entre el agua y el suelo de Cristi Cruz. Se enmarcaría dentro de la literatura de
viajes, pero no en la descripción sino en la narrativa, no en los enclaves, sino en la introspección y
los viajes al interior de los mundos que los personajes reflejan, interpretan o
nos cuentan. Voces de mujer que nos conducen por los senderos que se abren a
cada paso, que se abandonan al andar, se descubren hacia dentro o se bifurcan.
La misión del viajero no es retratarse a sí mismo aisladamente, sino ser un
descubridor permanente. El viajero siempre portará esa maleta vacía para
aprovisionarla de la experiencia, del aprendizaje del “camino” que diría el
poeta de Alejandría Constantino Cavafis
Estructurado en cinco
partes: Cimientos, Fugas, Resistencia, A modo de recordatorio y Pérdidas y
Hallazgos. El lector se adentrará por ciudades, parajes y países que,
inexorablemente, lo llevarán a territorios comunes, a vivencias personales y a
la emoción siempre de partir y a la felicidad del regreso, no como un final
sino como el comienzo de nuevas expediciones.
Cristi Cruz nos
lleva con un lenguaje viajero y fluido, desde diferentes percepciones y
ópticas, a territorios conocidos o no, pero siempre ignotos. En ese primer
viaje juvenil; esa aventura iniciática donde la independencia sobrevenida,
lejos de la mirada familiar, siente el
vértigo de la libertad. Así, el personaje manifiesta: «Me imagino encuentros
románticos y aventuras emocionantes. ¡Tantas cosas que contar a la vuelta! ¡Voy
a ser libre! Al menos más que aquí». Mujeres, con sus miradas, nos transportan
a mundos reales o recreados, deseados, vívidos y tangibles.
Resulta emotivo al
leer, volver a fotografiar el mundo con las cámaras analógicas, de carretes,
donde las imágenes se captan sin la certeza verlas en papel, nítidas y no
borrosas, cercanas y no alejadas. Aunque cada instante queda atrapado en la
prosa siempre precisa de la autora.
Personajes
narradores que son islas rodeados de agua: dulce, salada, en ebullición, en
calma, convulsa, marítima, deslizante en los ríos o bulliciosa en las fuentes.
Porque todo viaje es una transformación pero también un renacer. Y, ahí está el
agua que envuelve como líquido amniótico al ser humano en su tránsito viajero
de ciudad en ciudad y de piel en piel, y en su renovación personal. No hay nada
como abandonar el nido y volar por otros cielos para comenzar a comprender
quiénes somos. La autora escribe sobre personajes que aunque la cotidianidad
los devore y la soledad los sitie, abren sus propios caminos.
Leer Entre el agua y el suelo es transitar por estaciones y
emociones. La indagación en la cultura de los lugares, su belleza, pero
también sus secretos,
misterios, dramas, tragedias o felicidad. La alianza, a veces, entre lluvia y viento como
escribe la autora: «acaba con las pocas defensas que te quedan y revientas.
Como revientan los diques cuando la fuerza del agua se convierte en algo
sobrenatural».
El viajero tiene
misiones que cumplir, retos que vencer, espacios que conquistar. Bacanales
seguras de nostalgia. Y las historias van surcadas por esas corrientes de aguas que riegan nuestra lectura con la
pasión de conocer, descubrir, encontrar o huir. Cristi Cruz organiza los
relatos desde miradas distintas, desde enfoques diferentes, pero todos mecidos
por el líquido de la vida con sus desiertos, sus valles frondosos, sus ciudades
emocionales, tristes, aburridas o violentas.
En la sección de “Cimientos”,
la explosión en Londres de una bomba del IRA también implosiona en la mujer joven que escucha el estruendo de una nueva
vida que comienza y donde la lluvia se mancha de sangre. Pero también arribamos a las playas de Brasil y al maremágnum de sentimientos a orilla de mar. O
una ciudad de Praga, donde el río Moldava y las notas de Bach resultan
sanadores.
Bajo “Fugas”, los viajes se alargan, los recorridos se inunda de la
serenidad escandinava, una calma que exhala la naturaleza. Sus ríos tranquilos
de color whisky, blancos o zinc. Sus lagos, espejos de cielo, el Atlántico helador
pero también inunda de paz a la viajera. Quien
siente el agua finlandesa, pero también la
presencia cercana de quien asiste de testigo invisible a su reencuentro con la
vida serena. Sentir como la literatura se cuela tantas veces Entre el agua y
el suelo, y vuela al Mediterráneo, donde la mitología griega se hace
patrimonio, islas calcáreas que resisten historia e historias en mares
cristalinos azotados a veces por las insidias del viento meltemi.
En “Resistencias”, tres ciudades
estadounidenses, tres momentos emocionales, tres voces que nadan entre el
rechazo, la felicidad y la cercanía. Houston
violenta. Las calles de San Francisco descienden hasta la bahía en las imágenes
que la autora guarda de series de televisión, pero en las que ahonda adentrándose
en los renglones literarios, en la librerías que no cierran de noche, en los
bares donde ahogan versos la Generación Beat. Nueva Orleans arrasada por
huracanes asesinos pero donde la jazz y las reminiscencias cercanas apaciguan y
el agua es tan libre que no entiende de diques y se desboca arrasando cuanto encuentre a su paso.
En la parte de “A modo de recuerdos”, zigzaguea por la Historia. Berlín que fue ciudad partida, unificada, y
hoy libre, sigue habitada por los terribles fantasmas que sobrecogen a la
viajera que los detecta en fachadas y muros, en museos y murmullos. Como olas
en cruz, el cementerio de Omaha también es un punto
de encuentro con la guerra que nunca es pasado. Dubrovnik, puerto del mar
Adriático y aguas turquesas, evoca batallas marítimas y también
esconde, entre los muros de sus
estrechas calles venecianas, la guerra fratricida de los Balcanes que diezmó a
la generación de los ochenta.
En “Pérdidas y
hallazgos”, no falta el Nueva York gélido ni Las
Vegas ardiente, inventada y jugadora a perder. Y el largo, profundo y sinuosos
camino por El Gran Cañón y el río Colorado de aguas
rojizas, terrosas, que discurren por el desierto de la vida.
Los viajes comenzamos a vivirlos al mismo tiempo que los pensamos. En
este suculento libro de Cristi Cruz, la multiplicidad de destinos, voces,
temas, nos dejan a la orilla de toda
exploración: la que acontece cuando miramos al horizonte y necesitamos saber
qué hay más allá y la que se recorre en el interior más
profundo de nuestros mares personales.
Y cierro esta presentación de Entre el agua y el suelo con una
reflexión que se hacía la protagonista del relato Emabrcadero, en el
café Trieste de San Francisco, refugio de la Generación Beat: «Por enésima vez
me pregunto cuándo llegará el momento en que decida empezar para saber si todo
lo que bulle en mi cabeza es digno de ser narrado. Queriendo escribir,
anhelando escribir, temiendo escribir». Para fortuna de los lectores, la autora
sí se atrevió.
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