JUVENTUD LITERARIA, DIVINO TESORO
AGUSTÍN GAJATE BARAHONA
La literatura parece en ocasiones reservada a personas con mucha experiencia, que han disfrutado con las obras de múltiples autores y autoras y sienten la necesidad de volcar sus vivencias y sentimientos, o de contar lo sucedido a otras personas, en textos que comparten con lectores y lectoras que, en la mayoría de los casos, desconocen.
Pero la literatura es más sencillo que todo eso: consiste en expresar emociones que puedan resultar contagiosas, a ser posible de forma diferente a como lo han hecho hasta entonces los demás escritores y escritoras que han tenido el privilegio de haber podido difundir sus creaciones. Por eso la literatura no tiene edad, aunque los jóvenes sean una minoría, en mi modesta opinión, dentro de esta compleja pequeña fauna humana.
Dentro de este selecto grupo de autores y autoras con poco más de una veintena de años se encuentra Elena de Saá Godoy, cuyo primer libro publicado por la editorial Círculo Rojo lleva por título 'El disparo de la discordia', donde reúne algo más de medio centenar de poemas, algunos de ellos ilustrados y otros engarzados con imágenes, dibujos e incluso música insinuada.
Esta joven
escritora escoge la poesía, la más libre de las artes de la palabra, como forma
de comunicar su mundo interior y nos revela a través de sus versos cómo siente
alguien con voz propia y una mirada limpia dentro de la sociedad actual: “Nací
siendo una hormiga/qué se transformó/en una flor que canta,/que baila,y sobre
todo/que disfruta de cada/instante como si fuera el último/de mi universo.”
No nace de
la nada, sino que toma el testigo entregado por otros autores: “Tengo
mariposas/entre los libros/que ya he leído./Los releo y su
significado/cambia./Otro mensaje/otra historia./Infinitos los recuerdos/que
vuelan en busca de una pasión.” En otro momento revela: “(...)Entendí que para
luchar/necesitamos la poesía/en esta época tan dispar/en que se escucha
mucho/reggaetón./Te busco en mi piel.../Poesía.”
Emerge como
autora comprometida, pero aclara: “Mi única bandera/es la bandera/de la rebeldía./Rebeldía
por un mundo/más justo,/más sano,/más amoroso,/donde podamos/hacer uso de la
libertad/en toda su plenitud/y donde no/nos echen la culpa/por ser como/SOMOS.” Y da a entender que escribe
porque no queda otra opción: “No tenía valentía/hasta que conocí el
infierno/que me enseñó a sacar fuerzas./Infierno que muerde/nuestra alma/se
lleva nuestro amor/nuestra coraza./Desesperación,/ansiedad./Un túnel sin
salida.”
Y asume las
consecuencias de entrar en acción: “Es el día./¿Dónde vamos?/A dar un paso al
frente./Vamos a saltar de la nube/y vamos a ir de golpe/a la tierra./Nos vamos
a hacer daño/y abriremos los ojos/ayudando a las personas/porque en el mundo en
que vivimos/no hay compasión ni empatía./quizás,/hay que tener más cariño//para
salvar vidas/del abismo...”
Cada impacto
físico o emocional deja huella en su piel, pero el dolor acaba por cesar o es
aceptado como compañero: “Música que cura las heridas,/poesía envuelta en
melodías/arropan la piel/de las amarguras.../Hermosos acordes que llenan el
alma.” No obstante, advierte de las secuelas: “Ahogamos nuestra vida/por decir
lo siento,/por las promesas/que no pudimos cumplir./Ahogamos nuestra vida/y nos
hicieron sentir peor/en eso que llamamos.../¿amor?”
La autora
convierte la reflexión en verso como prueba de madurez: “Como la vida
misma/nunca sabes qué te va a tocar./Si un día es malo/míralo con buena
cara./Si la vida fuera/el azar/seríamos un avión/entre turbulencias.” Y añade:
“Eres el caballo que galopa/siguiendo tu corazón./Tu historia es sólo tuya/y
nadie la puede cambiar./Eres el que tiene la tinta en tus manos/y decides que
contar.” La metáfora equina la impulsa con alas de Pegaso cuando escribe:
“Galopad raudos/mis pensamientos/que
están volando sobre mi cabeza/que vienen y van./Miedos, angustias, amor,
estrés./Pero lo mejor,/superarse./Así que/LEVANTA/baila,
canta y sobre todo/VIVE.”
Es entonces
cuando alza su mirada: “Sientes que están volando/con alas de cartón./Piedras
en un camino/que cuesta moverlas./Con esfuerzo/se transforman.” Pero pretende
llegar todavía más lejos:
“Sonrisas
que miran./Estrellas que parpadean/y tu rostro en el espejo.”
Sin embargo,
la escritora no despega del suelo, no levita para seguir conectada a la
realidad, a veces cruda, sobre la que caminan sus pies: “Sufriendo por fuera/y
sintiendo por dentro/cada emoción que/me origina ver este mundo./Una sonrisa de
felicidad./Sin guerras,/sin familias destrozadas/sólo disfrutando de la
música./Llenando el alma.” Bendita juventud la suya, divino tesoro.
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