SU INFAME TINTA GRIS
POR
ISRAEL MERINO
Foto de archivo de TotekingMarta Fernández Europa Press
Acordaos
de Toteking. El rey del rap en español, el califa del hip-hop patrio. El tipo
que decidió, poco después de sacar un discazo que confirmó la sorprendente
buena forma de su olfato artístico, retirarse definitivamente de la música. Por
decencia y miedo al ridículo, pero también como favor hacia todos los
chavalitos de la nueva generación; por respeto a su obra y legado, pero también
como humilde sacrificio, igual a aquel que hacen esos padres buenos que ceden
sus chaquetas a sus hijos, hacia todos aquellos imberbes que sueñan con llenar
salas y grabar videoclips: nuestra muerte debe servir para regar la vida de los
otros.
En la esquinita contraria al Tote situaría a Fernando Savater, ese viejo triste que ejerce como matoncito digital del coche escoba del periodismo español –The Objective no busca jóvenes talentos periodísticos en las facultades de comunicación, sino en los arrabales de los asilos morales; tremendo tanatorio de elefantes cirróticos se han montado–. Quienes estéis puestos en las movidas digitales habréis visto que el mencionado señor, tipo con algo de prestigio el milenio pasado, decidió dedicar una de sus columnas ininteligibles a Lalachus, la cómica, refiriéndose a ella como “la tía gorda esa”. Porque nunca está de más desprestigiar a alguien por su apariencia física.
Como
decía más arriba, la cosa escrita por Savater no me indignó ni me ofendió, sino
que me provocó esa misma pena extraña que me da cuando un anciano se resbala
por la rampa de la residencia Nueva Esperanza, me cruzo con una señora del
barrio que me responde con oraciones inconexas a preguntas concretas o veo cómo
se cae de más la saliva por los labios de mis seres queridos mayores; es una
pena casi paternal, profundamente edadista –lo siento– a la que no sé cómo
reaccionar. Supongo que nunca nos preparan para cuidar de nuestros pobrecitos
menos tiernos.
Savater
es un pobre tipo; un friki de otra época, un lunático con apenas conexiones con
la realidad. Está resignado porque no es capaz de comprender nada de lo que lo
rodea; es un minibar hongoso, un semáforo oxidado en una avenida anchísima por
la que pasa gente a la que desprecia solo porque tienen menos arrugas que él.
El
señor no ha entendido que lo que realmente se vuelve viejo no es la carne, sino
la mirada, y que uno se puede mantener fresco hasta morir siempre que quiera
esforzarse. Es solo un vago vital, un tremendo haragán ético que ha decidido
convertirse en una diáspora de miseria solo por no querer aprender a, menudo
esfuerzo titánico, no ser un ser humano despreciable con quienes lo rodean.
Si
Toteking decidió retirarse para ser recordado como un artista fresco y eterno,
Savater ha decidido derretir con su infame tinta gris todo su legado. Él solito
ha decidido hacerse viejo, qué pena.
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