LALACHUS, LOS SENTIMIENTOS RELIGIOSOS
Y LOS JUECES
Aunque se supriman las ofensas contra los
sentimientos religiosos del CÓDIGO penal —que está bien hacerlo—, los jueces
reaccionarios van a utilizar cualquier otra tipología para seguir haciendo
lawfare
DIAIRIO RED
RTVE
Por primera vez en varios años, la televisión pública se ha vuelto a situar en cabeza en el ranking de audiencia durante las campanadas de Nochevieja. Y esta vez no lo ha hecho intentando dirigirse a la gente más mayor, con humor blanco, con vestidos caros y con lugares comunes, sino que lo ha hecho rompiendo los códigos habituales como ya hizo hace unos meses con La Revuelta. Lalachus y Broncano no solamente se dirigen a la gente más joven —en realidad, a todo el país— con un lenguaje más moderno, más desenfadado, más honesto y menos prediseñado, no solamente su sentido del humor es más gamberro, más espontáneo y tiene menos corsés. Además, hablan de los problemas que tiene la mayor parte de la gente de nuestro país —y muy especialmente los jóvenes— y son capaces de hacerlo de una forma que se percibe auténtica. En los pocos minutos que duró la retransmisión de las campanadas, la clave no está tanto en que Broncano se haya descolgado con una cuerda por el techo del edificio o que hayan saludado con un megáfono a Chicote y a Pedroche en el balcón de al lado, como en la capacidad de Lalachus de representar un feminismo genuinamente diverso, que afronta los ataques reaccionarios con la cabeza alta y que nos recuerda a todos en un momento de máximo audiencia que eso de hacer de menos a los demás por la forma de su cuerpo no solamente está muy feo, sino que además es violencia. Por supuesto que Broncano nos hace reír y tiene un estilo comunicativo distinto a lo que estamos habituados a ver, pero también es un tipo que se acuerda de los trabajadores del campo de Jaén o que desea un 2025 en el que todo el mundo tenga derecho a la vivienda cuando toda España lo está mirando. Las campanadas de este año en la televisión pública fueron entretenimiento y a la vez política y eso es normal porque eso siempre ha sido así. Lo que ocurre es que, antes, era otro tipo de entretenimiento y otro tipo de política. Y, por supuesto, la extrema derecha se ha dado cuenta de que algo importante había ocurrido.
En un
primer momento, acudieron a su arma más habitual y más conocida: el odio. Al
principio, completamente descolocados por lo que estaba teniendo lugar, apenas
acertaron a llamar "gorda" a Lalachus. Como si no fuera evidente para
todo el mundo que estábamos contemplando a una mujer mucho más bonita que todos
los matones que estaban intentando hacerla de menos, como si "gorda"
fuera un insulto solo por un matón decida utilizarlo con esa intención. Al no
tener éxito esta estrategia tan estúpida, decidieron buscar con un poco más de
cuidado y acabaron encontrando una cosa muy pequeña, pero que les permitió
agarrarse a un clavo ardiendo de una forma un poquito más eficaz que mediante
el (supuesto) insulto: hacerse ellos las víctimas. En un momento dado de la
retransmisión y obviamente en clave de humor, Lalachus enseñó a cámara una
estampita en la que la vaca del programa 'Grand Prix' estaba representada como el
sagrado corazón de Jesús. "Esta es nuestra oportunidad", pensaron los
que la estaban insultando a ella (en su cabeza, claro, en la que tener un
cuerpo normativo es obligatorio y no tenerlo es un oprobio). "Los
insultados somos nosotros. Está insultando nuestros sagrados sentimientos
religiosos", empezaron a gritar. Una piel muy fina —sí—, una
mandíbula de cristal muy frágil —también—, una gran contradicción entre la
violencia que ejercen y el sentido del humor que no pueden soportar y una táctica
muy vieja, pero mucho más viable que ir por la vida llamando "gorda"
a la gente. ¡Adónde va a parar!
¿Hay que derogar el delito
contra los sentimientos religiosos? Por supuesto. Como las injurias a la corona
y otros muchos, no tiene sentido en una sociedad democrática del siglo XXI que
sigan existiendo semejantes aberraciones represivas y contrarias a la libertad
de expresión más propias del antiguo régimen
Rápidamente
consiguieron convertir el gravísimo agravio a sus sentimientos más sagrados en
tendencia en las redes sociales, y entonces apareció la siguiente fase. Primero
la organización fundamentalista Hazte Oír —que sirvió para lanzar a VOX y que
tiene estrechos lazos económicos con los oligarcas rusos más cercanos a Putin—
y después los ínclitos Abogados Cristianos —que se preocupan muy poco por las
violaciones a menores en el seno de la iglesia católica, pero mucho por las
estampitas de la vaca del 'Grand Prix'— anunciaron que iban a aplicar la misma
medicina que utilizan contra Podemos y contra Begoña Gómez, ahora contra los
sediciosos de la televisión pública: denuncia por delito contra los
sentimientos religiosos a Lalachus, a David Broncano y al presidente de RTVE,
José Pablo López.
Al poco
tiempo, el ministro de Presidencia y de Justicia, Félix Bolaños, reaccionó en
las redes sociales: "En 2025 impulsaremos la reforma del delito de ofensas
religiosas para garantizar la libertad de expresión y creación, una medida del
Plan de Acción por la Democracia."
El
coordinador general de Izquierda Unida, Antonio Maíllo, se hacía eco de la
misma idea: "Urge reformar el delito de ofensas religiosas para asegurar
el derecho a expresarse y crear libremente."
Olvidando
por un momento que ambos apuestan por la "reforma" del delito y no
por su eliminación, cuando es absolutamente evidente que es lo segundo lo que
hay que hacer, al tratarse de una tipología de carácter medieval; dejando de
lado también por un momento, el hecho de que el PSOE ha tenido mayoría
parlamentaria disponible para llevar a cabo un cambio en ese sentido en el
código penal al menos desde el 20 de diciembre de 2015 y nunca ha querido
hacerlo; poniendo la pausa temporalmente a estas dos consideraciones, el
defecto mayor en el razonamiento que hacen tanto Bolaños como Maíllo es otro y
es de una índole completamente distinta.
¿Hay que
derogar el delito contra los sentimientos religiosos? Por supuesto. Como las
injurias a la corona y otros muchos, no tiene sentido en una sociedad
democrática del siglo XXI que sigan existiendo semejantes aberraciones
represivas y contrarias a la libertad de expresión más propias del antiguo
régimen. ¿Eso va a resolver el problema de que se pueda encausar judicialmente
a artistas, comunicadores o personas de izquierdas con el objetivo de
amedrentar al conjunto de la sociedad? Por supuesto que no. Y no va a resolver
ese problema porque el principal elemento que permite el lawfare en España no
son las formulaciones concretas de las diferentes tipologías delictivas, sino
la existencia de demasiados jueces activistas de extrema derecha que se saben
impunes y no tienen ningún tipo de escrúpulos a la hora de retorcer el derecho
para castigar a los que ellos consideran sus enemigos ideológicos. Si no es con
el delito contra los sentimientos religiosos, lo harán con otra tipología. De
hecho, la prueba es que los propios Abogados Cristianos decidieron denunciar a
Pablo Echenique por un tuit y no eligieron acusarlo de ofensa a los
sentimientos religiosos —algo que perfectamente podrían haber hecho por la
temática del tuit— sino de delito de odio. Que la demanda haya sido admitida a
trámite no tiene prácticamente nada que ver con la tipología que figura en el
código penal sino con la voluntad reaccionaria del juez de instrucción y de la
mayoría de los magistrados de la Audiencia Provincial.
El hecho
definitorio para que se pueda montar una cacería judicial contra Lalachus,
Broncano y el presidente de RTVE no es el texto de la ley sino que el PSOE haya
pactado con el PP —y con el apoyo de Sumar y de Izquierda Unida— entregar a la
derecha y a la extrema derecha el poder judicial. Una vez hecho eso, ya se
puede reescribir el código penal entero que no va a tener ningún efecto. Y
decirle a la gente lo contrario es tomarla por idiota.
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