¿EXACTAMENTE, QUÉ ESTAMOS CELEBRANDO?
Una conmemoración digna y decente se tomaría muy en serio el
antifranquismo, no solo por el pasado, sino por nuestro futuro
Un momento. No entiendo nada. ¿Qué coño estamos celebrando? Entiendo que sea motivo de alegría el hecho de que ciertos personajes se mueran y dejen de apestar la tierra —no tengo problema ético en reconocerlo—, y que sea un deber democrático celebrar el fin de las dictaduras, aunque sea con cincuenta años de retraso. Pienso en derrocamientos como el de Mussolini, boca abajo aquel hermoso 28 de abril, o en coches voladores que también terminaron del revés más cerca de aquí, en Madrid. Conmemorar la memoria colectiva honrando los momentos en los que se acabó con tiranos fascistas es un ejercicio necesario para “que no nos arrase el olvido” como dicen estos días en Argentina tras el cierre del CONTI, antigua ESMA, el centro cultural y lugar de memoria de la Dictadura.
Pero,
¿qué conmemora el PSOE celebrando una muerte en una cama? ¿A quién
homenajeamos? ¿A la parada cardíaca irreversible? ¿A la cardiopatía isquémica
con infarto agudo de miocardio anterosepial? ¿A las úlceras digestivas
recidivantes? ¿A la enfermedad de Parkinson? ¿Al fracaso renal agudo? que el dictador
se muriese entre cables y respiradores, en esa patética última foto con la boca
abierta y la agonía del estertor, —que ojalá le durase un buen rato—, no
implica en sí nada que celebrar. Las 7:30 horas del 20 de noviembre no son algo
de lo que presumir desde un Gobierno, sino en todo caso, para lamentar y
reparar. A diferencia de nuestros vecinos y vecinas portugueses, en España el
dictador murió en la cama y dejando todo “atado y bien atado”, por usar los dos
clichés que mejor definen ese momento. Aquel día ni siquiera acabó la
dictadura, -las Leyes Fundamentales del Movimiento siguieron vigentes hasta el
31 de diciembre de 1978-, y el franquismo se perpetuó en las mismas élites,
apellidos y poderes.
La justicia española, con el
archivo sistemático y generalizado de las denuncias y querellas de los crímenes
del franquismo, impide cualquier reparación, ni siquiera simbólica, a sus
víctimas
El dinero
público riega de contratos a la OHL de los Villar Mir o a la Acciona de
Entrecanales, que hicieron su fortuna con la mano de obra esclava republicana.
Los Cebrián y los Polanco pasaron de hacer relato del Movimiento para el diario
Arriba a fundar El País. Los Franco son dueños de un patrimonio de 600 millones
de euros en propiedades inmobiliarias que nadie les ha expropiado. La nieta del
criminal Vallejo Nájera tiene un programa de prime time en la televisión
pública. En los pasillos del Congreso cuelgan retratos de los presidentes
franquistas de la Cámara que nadie se atreve a descolgar. Las torturadoras misóginas
del Patronato de Mujeres, que operó hasta bien entrados los 80, siguen
recibiendo subvenciones, honores, premios y concesiones millonarias para su
“acción social”. Martín Villa sigue respirando. El “Estado Feroz”, como lo
llama Elorduy, dotado de una judicatura y unas fuerzas de seguridad jamás
depuradas, siguió operando durante estos cincuenta años, gracias,
principalmente, a la aquiescencia del PSOE y a la sistemática represión de
todos y todas aquellos que intentaron disputársela.
¿Qué
estamos celebrando? La justicia española, con el archivo sistemático y
generalizado de las denuncias y querellas de los crímenes del franquismo,
impide cualquier reparación, ni siquiera simbólica, a sus víctimas. En los
últimos años se han presentado más de 100 querellas por torturas, desaparición
forzada, ejecuciones extrajudiciales, robo de bebés y trabajo esclavo. Más de
una decena de estas querellas han sido interpuestas desde la entrada en vigor
de la Ley de Memoria Democrática; todas se han inadmitido o archivado. Hay
ciento catorce mil muertos republicanos en las cunetas y sólo el trabajo de las
asociaciones memorialistas les ha desenterrado del olvido, pero también hay una
memoria viva del tardofranquismo que se puede y debe honrar y a la que se le ha
condenado a un silencio atroz. En nombre de la transición pacífica, nadie habla
de Arturo Ruiz, de Mari Luz Nájera, de los 3 de Vitoria, de Ángel Almazán, o de
las detenciones, torturas, cárcel o la clandestinidad que ha marcado sus vidas,
hasta mucho después de muerto el dictador. Un sacrificio de lucha que, como
dicen en la Asociación La Comuna, fue determinante para el final de la
dictadura y para no conformarse con esa amnesia histórica impuesta en pos de la
democracia. Esas personas no están bajo ninguna cuneta y siguen aquí,
esperando.
Si el
Gobierno de España quiere hacer antifranquismo, que lo celebre en el BOE.
Revertir la impunidad de los crímenes franquistas pasa por modificar o derogar
la Ley de Amnistía de 1977, esa ley de punto final que obstaculiza la
investigación de las graves violaciones de derechos humanos cometidas durante
el franquismo, así como la Ley de Secretos Oficiales de 1968. También por
reformar el Código Penal para incorporar el principio de legalidad con una
perspectiva de derecho internacional, y para que las definiciones de los
delitos de tortura y desaparición forzada sean conformes a las convenciones
internacionales. Pasa por la anulación de las sentencias de los tribunales
franquistas y la rehabilitación de los condenados con indemnizaciones por los
perjuicios en su salud, en su economía, en su salud. Pasa por aprobar por fin
la maldita Ley de Bebés Robados, y que ello sirva para señalar directamente esa
red de secuestradores y compradores de bebés, porque donde hay víctimas, siempre
hay verdugos. Pasa por el desarrollo de reglamentos de la ley de Memoria
Democrática que no la conviertan en papel mojado o folclore puntual con
exhumaciones “vip” y retiradas de medallas que sirven al PSOE para que se les
perdonen los desmanes con un par de titulares. Pasa por cambiar de proveedores
en las administraciones públicas, que la riqueza franquista se construyó sobre
la desposesión y el expolio de millones de personas, que ahora reciben fortunas
a través del saqueo de lo público. Pasa por plantarle cara con rotundidad y
sanciones a las Comunidades Autónomas y sus “leyes de concordia”, y también a
los Ayuntamientos, como el de Madrid, que destrozan a martillazos los versos de
Miguel Hernández.
Javier Milei ha tenido muy
claro que parte fundamental de su política pasa por desprestigiar y enfangar la
memoria de la dictadura cuestionando a sus víctimas y sus relatos
Lo de
conmemorar la muerte de Franco ni siquiera es nuevo, por cierto: los y las
antifascistas de Madrid llevan décadas organizando jornadas y manifestaciones
cada noviembre, que a menudo han acabado en disturbios y detenciones. Y
respecto a lo de indignarse porque la Corona no merece mucho más atención;
¿cómo va celebrar un Borbón la muerte de quien le restauró en la jefatura del
estado? Es más, sería incluso más insultante que asistiera.
En
Argentina, Javier Milei ha tenido muy claro que parte fundamental de su
política pasa por desprestigiar y enfangar la memoria de la dictadura
cuestionando a sus víctimas y sus relatos, ahogando económicamente sus
estructuras y destruyendo sus espacios de encuentro y acción. En paralelo,
repara a los hijos y nietos de los torturadores y asesinos y les garantiza
asientos de poder en el ejército, en la judicatura o en la administración.
Porque Milei bien sabe que no solo se trata de silenciar a unos, sino de
garantizar la perpetuidad de los otros.
En España
se afanaron bien en lo segundo, y nadie quiso saber nada de lo primero. Por no
tener, no tenemos ni lugares de memoria que clausurar si apareciera un Milei,
ni siquiera un museo estatal. Quien viene a nuestro país en busca de espacios
de recuerdo y reconocimiento debe ahondar en archivos y moverse entre
asociaciones, en busca de testimonios, de luchas populares, de lugares de
resistencia que apenas están en los mapas. Si existen y se recuerdan, ha sido
por la voluntad de personas organizadas. Hay muchas formas de imponer la ley
del silencio: reducir el antifranquismo a un cumpleaños de farándula que sólo
incomoda a los reaccionarios y llamar memoria democrática a lo que solo son
normas de papel mojado, como hace el PSOE, es de las peores de ellas.
Una
conmemoración digna y decente se tomaría muy en serio el antifranquismo, no
solo por el pasado, sino por nuestro futuro. Convertiría la Dirección General de
Seguridad de la Puerta del Sol, —hoy casa de lo más parecido a Milei que
tenemos en nuestro país, la Comunidad de Madrid—, en un lugar de divulgación e
información del relato y la memoria del antifranquismo y del antifascismo. Un
lugar al que mirar orgullosas cada año en las Campanadas, que repare la amnesia
y que construya futuro. Que no haya que contarle a las visitas cuando vienen a
Madrid que bajo el kilómetro cero, en aquellos sótanos, los fascistas se
ensañaron con la gente valiente, que torturaron y asesinaron a lo mejor que ha
tenido y tiene este país. Eso sí que sería para celebrarlo.
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