martes, 7 de enero de 2025

¿EXACTAMENTE, QUÉ ESTAMOS CELEBRANDO?

¿EXACTAMENTE, QUÉ ESTAMOS CELEBRANDO?

IRENE ZUGASTI 

Una conmemoración digna y decente se tomaría muy en serio el antifranquismo, no solo por el pasado, sino por nuestro futuro

 Este año 2025 van a celebrarse los 50 años de la muerte de Franco. Aparentemente, el gobierno va a programar una serie de actividades y eventos en torno a tan significativa fecha y la Corona ha rehusado asistir al acto principal del cincuentenario, lo que ha indignado a muchas personas porque se supone que la monarquía constitucional de un estado democrático como el español debería estar orgullosa de celebrar 50 años con un dictador bajo tierra.

Un momento. No entiendo nada. ¿Qué coño estamos celebrando? Entiendo que sea motivo de alegría el hecho de que ciertos personajes se mueran y dejen de apestar la tierra —no tengo problema ético en reconocerlo—, y que sea un deber democrático celebrar el fin de las dictaduras, aunque sea con cincuenta años de retraso. Pienso en derrocamientos como el de Mussolini, boca abajo aquel hermoso 28 de abril, o en coches voladores que también terminaron del revés más cerca de aquí, en Madrid. Conmemorar la memoria colectiva honrando los momentos en los que se acabó con tiranos fascistas es un ejercicio necesario para “que no nos arrase el olvido” como dicen estos días en Argentina tras el cierre del CONTI, antigua ESMA, el centro cultural y lugar de memoria de la Dictadura.

Pero, ¿qué conmemora el PSOE celebrando una muerte en una cama? ¿A quién homenajeamos? ¿A la parada cardíaca irreversible? ¿A la cardiopatía isquémica con infarto agudo de miocardio anterosepial? ¿A las úlceras digestivas recidivantes? ¿A la enfermedad de Parkinson? ¿Al fracaso renal agudo? que el dictador se muriese entre cables y respiradores, en esa patética última foto con la boca abierta y la agonía del estertor, —que ojalá le durase un buen rato—, no implica en sí nada que celebrar. Las 7:30 horas del 20 de noviembre no son algo de lo que presumir desde un Gobierno, sino en todo caso, para lamentar y reparar. A diferencia de nuestros vecinos y vecinas portugueses, en España el dictador murió en la cama y dejando todo “atado y bien atado”, por usar los dos clichés que mejor definen ese momento. Aquel día ni siquiera acabó la dictadura, -las Leyes Fundamentales del Movimiento siguieron vigentes hasta el 31 de diciembre de 1978-, y el franquismo se perpetuó en las mismas élites, apellidos y poderes. 

La justicia española, con el archivo sistemático y generalizado de las denuncias y querellas de los crímenes del franquismo, impide cualquier reparación, ni siquiera simbólica, a sus víctimas

El dinero público riega de contratos a la OHL de los Villar Mir o a la Acciona de Entrecanales, que hicieron su fortuna con la mano de obra esclava republicana. Los Cebrián y los Polanco pasaron de hacer relato del Movimiento para el diario Arriba a fundar El País. Los Franco son dueños de un patrimonio de 600 millones de euros en propiedades inmobiliarias que nadie les ha expropiado. La nieta del criminal Vallejo Nájera tiene un programa de prime time en la televisión pública. En los pasillos del Congreso cuelgan retratos de los presidentes franquistas de la Cámara que nadie se atreve a descolgar. Las torturadoras misóginas del Patronato de Mujeres, que operó hasta bien entrados los 80, siguen recibiendo subvenciones, honores, premios y concesiones millonarias para su “acción social”. Martín Villa sigue respirando. El “Estado Feroz”, como lo llama Elorduy, dotado de una judicatura y unas fuerzas de seguridad jamás depuradas, siguió operando durante estos cincuenta años, gracias, principalmente, a la aquiescencia del PSOE y a la sistemática represión de todos y todas aquellos que intentaron disputársela.

¿Qué estamos celebrando? La justicia española, con el archivo sistemático y generalizado de las denuncias y querellas de los crímenes del franquismo, impide cualquier reparación, ni siquiera simbólica, a sus víctimas. En los últimos años se han presentado más de 100 querellas por torturas, desaparición forzada, ejecuciones extrajudiciales, robo de bebés y trabajo esclavo. Más de una decena de estas querellas han sido interpuestas desde la entrada en vigor de la Ley de Memoria Democrática; todas se han inadmitido o archivado. Hay ciento catorce mil muertos republicanos en las cunetas y sólo el trabajo de las asociaciones memorialistas les ha desenterrado del olvido, pero también hay una memoria viva del tardofranquismo que se puede y debe honrar y a la que se le ha condenado a un silencio atroz. En nombre de la transición pacífica, nadie habla de Arturo Ruiz, de Mari Luz Nájera, de los 3 de Vitoria, de Ángel Almazán, o de las detenciones, torturas, cárcel o la clandestinidad que ha marcado sus vidas, hasta mucho después de muerto el dictador. Un sacrificio de lucha que, como dicen en la Asociación La Comuna, fue determinante para el final de la dictadura y para no conformarse con esa amnesia histórica impuesta en pos de la democracia. Esas personas no están bajo ninguna cuneta y siguen aquí, esperando.

Si el Gobierno de España quiere hacer antifranquismo, que lo celebre en el BOE. Revertir la impunidad de los crímenes franquistas pasa por modificar o derogar la Ley de Amnistía de 1977, esa ley de punto final que obstaculiza la investigación de las graves violaciones de derechos humanos cometidas durante el franquismo, así como la Ley de Secretos Oficiales de 1968. También por reformar el Código Penal para incorporar el principio de legalidad con una perspectiva de derecho internacional, y para que las definiciones de los delitos de tortura y desaparición forzada sean conformes a las convenciones internacionales. Pasa por la anulación de las sentencias de los tribunales franquistas y la rehabilitación de los condenados con indemnizaciones por los perjuicios en su salud, en su economía, en su salud. Pasa por aprobar por fin la maldita Ley de Bebés Robados, y que ello sirva para señalar directamente esa red de secuestradores y compradores de bebés, porque donde hay víctimas, siempre hay verdugos. Pasa por el desarrollo de reglamentos de la ley de Memoria Democrática que no la conviertan en papel mojado o folclore puntual con exhumaciones “vip” y retiradas de medallas que sirven al PSOE para que se les perdonen los desmanes con un par de titulares. Pasa por cambiar de proveedores en las administraciones públicas, que la riqueza franquista se construyó sobre la desposesión y el expolio de millones de personas, que ahora reciben fortunas a través del saqueo de lo público. Pasa por plantarle cara con rotundidad y sanciones a las Comunidades Autónomas y sus “leyes de concordia”, y también a los Ayuntamientos, como el de Madrid, que destrozan a martillazos los versos de Miguel Hernández.

Javier Milei ha tenido muy claro que parte fundamental de su política pasa por desprestigiar y enfangar la memoria de la dictadura cuestionando a sus víctimas y sus relatos

Lo de conmemorar la muerte de Franco ni siquiera es nuevo, por cierto: los y las antifascistas de Madrid llevan décadas organizando jornadas y manifestaciones cada noviembre, que a menudo han acabado en disturbios y detenciones. Y respecto a lo de indignarse porque la Corona no merece mucho más atención; ¿cómo va celebrar un Borbón la muerte de quien le restauró en la jefatura del estado? Es más, sería incluso más insultante que asistiera.

En Argentina, Javier Milei ha tenido muy claro que parte fundamental de su política pasa por desprestigiar y enfangar la memoria de la dictadura cuestionando a sus víctimas y sus relatos, ahogando económicamente sus estructuras y destruyendo sus espacios de encuentro y acción. En paralelo, repara a los hijos y nietos de los torturadores y asesinos y les garantiza asientos de poder en el ejército, en la judicatura o en la administración. Porque Milei bien sabe que no solo se trata de silenciar a unos, sino de garantizar la perpetuidad de los otros.

En España se afanaron bien en lo segundo, y nadie quiso saber nada de lo primero. Por no tener, no tenemos ni lugares de memoria que clausurar si apareciera un Milei, ni siquiera un museo estatal. Quien viene a nuestro país en busca de espacios de recuerdo y reconocimiento debe ahondar en archivos y moverse entre asociaciones, en busca de testimonios, de luchas populares, de lugares de resistencia que apenas están en los mapas. Si existen y se recuerdan, ha sido por la voluntad de personas organizadas. Hay muchas formas de imponer la ley del silencio: reducir el antifranquismo a un cumpleaños de farándula que sólo incomoda a los reaccionarios y llamar memoria democrática a lo que solo son normas de papel mojado, como hace el PSOE, es de las peores de ellas.

Una conmemoración digna y decente se tomaría muy en serio el antifranquismo, no solo por el pasado, sino por nuestro futuro. Convertiría la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol, —hoy casa de lo más parecido a Milei que tenemos en nuestro país, la Comunidad de Madrid—, en un lugar de divulgación e información del relato y la memoria del antifranquismo y del antifascismo. Un lugar al que mirar orgullosas cada año en las Campanadas, que repare la amnesia y que construya futuro. Que no haya que contarle a las visitas cuando vienen a Madrid que bajo el kilómetro cero, en aquellos sótanos, los fascistas se ensañaron con la gente valiente, que torturaron y asesinaron a lo mejor que ha tenido y tiene este país. Eso sí que sería para celebrarlo.

 

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