DE DICTADURAS Y FRIVOLIDADES: MADURO, VENEZUELA Y UN POCO DE PURPURINA
POR JUAN CARLOS MONEDERO
Nicolás Maduro, durante su investidura.Ronald Peña R. / EFE
El
Oscar a la mejor película internacional en 2024 fue para La zona de interés,
una película de Jonathan Glazer sobre el Holocausto donde no aparece por
ningún lado el Holocausto. Esa es precisamente su magia. Porque, aunque no lo
ves, hacer como que no está ahí sería una canallada o una frivolidad,
que en este caso sería lo mismo.
Narra la vida cotidiana de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz-Birkenau, un ario convencido de que los judíos y los enemigos del Reich no eran seres humanos con derechos. La película no cuenta las tareas del CEO del konzentrationslager, un centro de exterminio que apenas es una intuición inquietante a lo lejos. La película transcurre en el chalet adosado del campo, donde Höss vivía junto a su familia, en una vivienda idílica con música, flores, sirvientes, armonía e incluso libros. Allí, Hedwig, su esposa, se dedica a cuidar el jardín y atender a los niños. Cuando el honrado padre de familia regresaba del duro trabajo, salía a pasear con sus rubios hijos, los llevaba a pescar y a nadar en el río, mientras los educaba en las verdades nazis de la vida.
Parte
de la cotidianeidad de la familia consistía en repartirse los bienes robados a
los prisioneros. No sale en la película, pero Hermann Josef Abs, quien
fungiera como portavoz internacional de los derechos de propiedad en los años
cincuenta del siglo pasado, presidente de la Sociedad Alemana y jefe de Deutsche
Bank, fue bajo el régimen nazi el supervisor de la expropiación de los
bienes de los judíos. Para qué desperdiciar esa experiencia.
Al
otro lado del muro se oyen a veces disparos, algún que otro grito ahogado,
ruido de trenes, puertas de metal que se cierran. Nada que perturbe la
idílica tranquilidad del hogar. Es verdad que también se ve el humo a lo
lejos, más allá del muro. De hecho, la madre de Hedwig, de visita, se horroriza
y antes de marcharse le deja una carta a su hija. Pero la mujer del comandante
del campo prefiere prenderle fuego a la carta. Ojos que no ven, corazón que
no siente.
En
los campos de concentración no cabía la posmodernidad. Era todo muy estructuralista.
¿Cómo frivolizar en un campo de concentración? ¿Cómo no ver la
contundencia de lo material en una dictadura? La posmodernidad vive en el
escepticismo hacia la objetividad, piensa que la verdad es algo fragmentado y
que lo relativo y lo plural son cosas esenciales. Nada que objetar cuando se
estaba discutiendo con los manuales de marxismo-leninismo soviéticos. Pero el
énfasis en la relatividad y la fragmentación terminan desactivando los
proyectos emancipatorios colectivos. Al final se diluyen los marcos para
entender las opresiones globales y para imaginar transformaciones sociales
profundas. La purpurina es divertida, pero nadie se suicida con sombrero.
Mucha gente del mundo LGTBIQ ha olvidado las luchas de quienes ganaron sus
derechos y hoy vota a la derecha y a la extrema derecha. Coinciden también en
condenar lo que el discurso neoliberal dice que son dictaduras.
Hay
una izquierda que toca de oído
(es decir, que construye su ideología con lo que escucha en los medios de
comunicación). El riesgo de que terminen sirviendo en la casa de al lado del
campo de concentración es muy alto. Aunque dejen algunos alimentos en el bosque
para que algún prisionero los encuentre.
Este
día 10, una banda paramilitar entró en un campamento del Movimiento Sin
Tierra de Brasil, matando a dos personas e hiriendo a otras seis. En el
mundo hay muchos campos de concentración, aunque no los veas. Millones de seres
humanos están en alguna suerte de campo de concentración, condenados a la
miseria, a una menor esperanza de vida, a la enfermedad, a la marginación, a la
violencia. Sufren todo tipo de agresiones. De clase, de género, de raza,
de religión. Quien frivolice con esto es un imbécil. Los
multimillonarios del mundo no lo serían si no existieran tantos pobres.
En
las casas de al lado de los campos de concentración, como si no pasara nada,
viven diferentes personajes. Ahí están los altos mandos nazis y sus familias,
que, obviamente, se benefician de los prisioneros. Los ignoran como
personas, pero se quedan con sus bienes y tienen ese buen puesto para gestionar
su exterminio y su esclavitud. También están los empleados de los nazis, que
son los que se encargan de que todo esté en orden. Hay alguna gente valiente.
Como decía, en La zona de interés, dentro de la casa, hay una
mujer que esconde en el bosque alimentos para que los prisioneros puedan
encontrarlos y alimentarse. Se juega la vida. Aunque no cambia las cosas.
Algo es algo.
En
América Latina, en África, en Asia y también en Europa, hay líderes que viven
en la casa de al lado del campo de concentración. No se les ve siempre, pero
también viven de los respectivos campos de concentración. Son personas
respetables que no se manchan las manos, van bien vestidas, son elegantes,
han estudiado en colegios y universidades elegantes, comen elegantemente, hablan
elegantemente, se divorcian elegantemente y toman decisiones elegantemente a
través de elegantes y caros bufetes de abogados. Sin los campos de
concentración financiándoles la elegancia, no serían tan elegantes.
Están,
por lo común, al servicio de los EEUU y de su propio statu quo. El
entramado es complejo. Zuckerberg acaba de arrodillarse ante Donald Trump
y le ha prometido que se va a notar menos el campo de concentración que
esconden Facebook e Instagram. Que no va a ser menos que Elon Musk. José Raúl Mulino,
el presidente de Panamá, dice que va a ayudar todo lo que pueda a Trump para
eliminar a cualquier rebelde, aunque EEUU le quite la soberanía a su país. Y
Trudeau, antes de marcharse, dice que los EEUU son amigos, aunque Trump
quiera anexionarlos como la provincia 51. ¿Han dicho algo los que criticaban el
anexionismo ruso? Son los que condenan a Venezuela al tiempo que te dicen que
el integrista del ISIS que hace unos meses cortaba cabezas a machetazos, ahora,
con traje y barba recortada, es un hombre de bien.
Fuera
del campo de concentración y de la casa adosada, están los que quieren asaltar
el campo de concentración y liberar a los presos. No se les ve en la película. Polonia
ha celebrado el aniversario de la liberación del campo de Auschwitz-Birkenau y
no ha invitado a los rusos, que fueron quienes lo liberaron. Los que cuestionan
el discurso oficial son catalogados de enemigos de la democracia y de la
libertad por los jerarcas nazis, por el comandante del campo y su familia e,
incluso, por alguno de los sirvientes de la casa.
El
mundo enfrenta grandes retos: los conflictos por los bienes comunes y la
creciente desigualdad; el colapso medioambiental y la transición energética;
los cambios geopolíticos, las guerras consecuentes y el impacto del
narco-colonialismo; el vaciamiento de las democracias representativas;
la deuda financiera, que tiene la última palabra cuando las cárceles del lawfare –la
guerra jurídica–, y el control de los medios de comunicación no son
suficientes.
Hay
una solución de derecha a estos retos, pero lleva al campo de concentración.
Hay otra, que lleva a la emancipación. Las trincheras solo tienen dos lados.
Aunque la táctica sea más flexible y necesitemos ser también reformistas,
además de revolucionarios y rebeldes. Si no sabes a dónde vas, te pierdes.
¿Es
realmente tan importante lo que pasa en Venezuela? ¿Los que dicen estupideces
sobre Venezuela saben, por ejemplo, lo que está haciendo con la democracia
Noboa en Ecuador? Venezuela molesta porque se ha convertido en un símbolo
que hace que se vea lo que han levantado los elegantes con mucho palo y alguna
zanahoria: los campos de concentración neoliberales, el humo, los hornos y los
trenes del modelo capitalista, especialmente en su fase extrema, la que representan
los Trump, los Netanyahu, los Ayuso, los Milei, los Bolsonaro, los Kast,
los Abascal, Meloni, Orban, Noboa y todos esos soldados de los campos de
concentración. Además, le cuenta al mundo que hay que asaltar el campo, acabar
con los nazis y liberar a los prisioneros.
Hay
países resignados que aceptan que no pueden hacer nada o muy poco, dirigidos
por líderes que prefieren vivir en el adosado al campo de concentración.
Algunos, incluso, se juegan la vida dejando un trozo de pan o unas frutas escondidas
para que las encuentren los prisioneros. Pero eso no cambia mucho las cosas.
Con
el horizonte del 10 de enero, en Venezuela, los EEUU, de la mano de
Biden, el que ha financiado todas las bombas que han caído sobre Palestina,
junto con Trump y Elon Musk –que sueñan con prenderle fuego a todos los
desobedientes y huir luego a Marte–, junto a los líderes que comandan sus
respectivos campos de concentración, junto a los que prefieren vivir junto
al campo sin problemas, junto a los que tocan de oído para que los medios de
comunicación no se metan con ellos y ellas, han cavado una trinchera. Son los
mismos que antes de las elecciones en Venezuela dijeron que no aceptaban el
resultado del Consejo Nacional Electoral, los que hackearon el sistema de
transmisión de datos del CNE, y, cuando el presidente Maduro presentó un
contencioso electoral ante el Tribunal Supremo, se negaron a presentar las
actas que obran en su poder (tenían testigos en las 30.000 mesas). Si las
30.000 actas que tienen María Corina Machado y Edmundo González les dieran como
ganadores, hace tiempo que las hubieran publicado el Washington Post, El
País, Clarín, Mercurio, Semana y la CNN. No las hemos visto porque no
han ganado. Y el CNE da por terminado el proceso porque ante su
descalificación, dejó al Tribunal Supremo que hablara. Como en cualquier
otro país. Los golpistas venezolanos son los que dicen que Venezuela es una
dictadura. Es de frívolos, ignorantes o cobardes repetir esa mentira.
En
ese lado de la trinchera, aunque no lo veas, están los que levantan campos de
concentración, los que pagan sicarios para asesinar gente o
desestabilizar países, los que negocian con los narcos, los que organizan
guerras para venderles armas, los que invaden países para robarles sus riquezas
o usar su territorio. Los mismos que pierden elecciones y recurren al golpe de
Estado.
El
presidente legítimo de Venezuela es Nicolás Maduro, más legítimo de lo que lo
es Donald Trump (delincuente condenado), elegido porque un milmillonario compró
Twitter y lo puso al servicio del que le ha devuelto el favor multiplicando su
riqueza. Es igualmente estúpido decir que Maduro se ha
"autoproclamado", cuando quien lo ha nombrado, como dice la
Constitución, es la Asamblea Legislativa. En Venezuela quien se autonombró fue
Guaidó, reconocido en su momento por los que hoy hablan de dictadura. Frívolos
y frívolas que se olvidan de la dictadura de Franco, de Hitler, de Pinochet
o de la Junta Militar argentina.
La
tarea de los demócratas, te gusten más o menos los líderes, es respetar la
autodeterminación de los pueblos, ayudar a acabar con las trincheras y con los
campos de concentración de los que se creen dueños del mundo. Aunque eso
enfade a los jerarcas y a los que viven sirviendo en la casa adosada. Le
pongan más o menos purpurina o cobardía a sus renuncias.
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