miércoles, 5 de enero de 2022

MENOS FOTOS

 

MENOS FOTOS

Antes de Instagram, de Facebook, antes de Fotolog, la gente se hacía fotos haciendo cosas, o bien descansando de hacer cosas, apeándose por un momento de la vida. La foto era un recuerdo de la vida, no la vida misma

XANDRU FERNÁNDEZ

Al 2022 le pido menos fotos. Menos fotos de políticos y agentes sociales (el lenguaje como basurero, también aquí) posando como si hubiera ocurrido algo verdaderamente importante. Cuando lo único que ocurre, la mayoría de las veces, es que alguien está posando para una foto. Valoramos la calidad del posado, la iluminación, la donosura con que dejan caer el peso del cuerpo sobre la pierna izquierda, adelantando el pie derecho sin saber qué hacer todavía con las manos, metáfora antipolítica de la política de partidos y aledaños: gente que no hace nada con sus propias manos.

 

Hasta nueva orden, 2022 debería abolir las fotos con pretensión de manifiesto. Todos esos retratos de grupo con celebridad en posición de firmes, mirando con desafío y confianza a un futuro que, por suerte, no está donde se lo mira. Siendo generosos, se diría que miran al pasado, a su propio pasado, al momento decisivo en que alguien les convenció de que eran imprescindibles en la marcha de la Historia. No hace tanto, quizá: es reciente esa costumbre del posado perdonavidas, no se estilaba antes de que las redes sociales reconfigurasen nuestra sensibilidad, nuestra experiencia. Antes de Instagram, de Facebook, antes de Fotolog, la gente se hacía fotos haciendo cosas, o bien descansando de hacer cosas, apeándose por un momento de la vida, tomándose un respiro. Si era posible, interrumpían lo que estaban haciendo y le sonreían al fotógrafo sabiendo que esa sonrisa sería, un día, eterna. La vida, luego, proseguía, continuaba a toda máquina, mezclando memoria y deseo. La foto era un recuerdo de la vida, no la vida misma. El único género fotográfico donde la foto lo era todo eran los retratos de boda.

 

 

 

Las fotos de las bodas son el modelo de esas con que los medios ilustran la crónica política: el acto jurídico o religioso es el que casa a esa pareja, pero la foto oficializa el rito de convocar a familia y amigos y celebrar una nueva era. Igual que los novios seleccionan a los invitados, disponen dónde se colocarán y junto a quién, imponen un código de vestimenta aunque solo sea indirectamente, confiando en que los convocados conocen su estilo y su manera de ser, así también nuestros jóvenes aspirantes a celebridad política deciden con quién se hacen la foto, cuánto público y de qué condición hay que situar detrás de ellos, como repositorio de fieles, y si conviene evitar el formato Super Pop del grupo de rock abrazándose en el escenario y optar por el más grave pero no muy diferente cliché del equipo de superhéroes de espaldas al apocalipsis.

Uno repasa periódicos viejos y ve, por supuesto, fotografías de grupo, pero todas ellas son consecuencia de algo que es, por llamarlo de algún modo, la verdadera noticia. Puede ser una noticia apabullante, de esas que habitan alturas históricas inalcanzables: la conferencia de Yalta, el primer hombre en la Luna, el funeral de Ava Gardner. Puede ser una noticia doméstica, de las que llenan conversaciones cercanas y apelan al amigo o al familiar: la inauguración de un hospital, el hallazgo de un obús sin estallar, el primer premio en el campeonato de mus del barrio. Las fotos de nuestra actualidad política, en cambio, son su propia noticia, no informan de otra cosa que de la resolución de hacerse la foto. Resolución a la que irán adheridas, se supone, connotaciones que el ojo experto sabrá descifrar, como en esas fotos de boda en que el novio está rozando con la palma de una mano la nalga de su cuñada, o la de su cuñado. El ojo experto puede ver, profetizar el futuro a partir de esos detalles que al profano le pasan inadvertidos, pero tanto uno como otro deberían ser conscientes de que no hay nada más que la foto y la intención semiótica, que no hay hazaña que inmortalizar ni acontecimiento que registrar, tan solo, como en las bodas, la consagración de un encuadre feliz que ni implica ni impide un feliz matrimonio. Así también los pactos, los consensos, los propósitos de Año Nuevo.

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