QUÉ HARÍA ÁFRICA SIN LA FIFA
DAVID BOLLERO
El presidente de la
FIFA, Gianni Infantino, durante su intervención
en el Consejo de
Europa. - FIFA
La FIFA apesta. Lleva años haciéndolo sumida en casos de corrupción y con la inmundicia ética inserta ya en su ADN. La llegada de Gianni Infantino a su presidencia no ha revertido esa situación como demostró hace unos días su discurso ante la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (PACE). El momento cumbre o, por ser más preciso, de mayor bajeza moral fue cuando defendió la celebración del Mundial cada dos años porque "tenemos que dar esperanza a los africanos para que no tengan que cruzar el Mediterráneo para poder tener una vida digna"... y, de paso, hacer caja.
El paternalismo
colonialista, con tufo racista, de Infantino es reflejo de lo que es Europa, ni
más ni menos. El modo en que el Viejo Continente se arroga el papel de tutor de
África cuando, en realidad, lo que pretende es explotarlo, exprimir hasta su
última gota es intolerable.
"Tenemos que
darles oportunidades y dignidad", dijo Infantino, como si África, que sólo
en extensión es tres veces Europa, no hubiera sido saqueada y masacrada por el
Viejo Continente, que continúa esquilmando sus recursos naturales, subastándose
personas migrantes a las que encarcela o 'externaliza' a otros países
Turquía. Europa ha sido y es para África
una auténtica garrapata, un parásito que chupa la sangre, la fuerza vital del
continente para, después, querer erigirse como su salvador.
Y parte de esa
sangre son sus jugadores, como muy bien retrató la película Diamantes Negros de
Miguel Alcantud, nominada en 19 categorías en los Premios Goya de 2014, que
narra con crudeza el proceder de los clubes de fútbol europeos a la hora de
fichar jóvenes promesas africanas. Son muchos los llamados pero pocos los
elegidos, sin que los descartados importen demasiado, ni a la opinión pública
ni a gente como Infantino.
La última Copa
Africana de Naciones, celebrada durante este mes, ha evidenciado la voracidad
de Europa con África. Durante su celebración hasta quince equipos de la Premier
League inglesa se vieron afectados perdiendo 39 jugadores, once jugadores
perdió la liga española, 22 la serie A italiana y Francia hasta 51 jugadores.
Si en la
competición gala se quedaron sin el marroquí Achraf Hakimi, el camerunés Karl
Toko Ekambi o los senegaleses Abdou Dialló y Idrissa Gueyé, en la Premier
también se esfumaron el senegalés Sadio Mané, el egipcio Mohamed Salah y el
guineano Naby Keita en el Liverpool; el
Chelsea perdió a su portero senegalés Édouard Mendy; el Manchester City al
argelino Riyad Mahrez; y Manchester United a los marfileños, Eric Baily y Amad
Diallo, entre muchos otros.
La lista de
jugadores africanos en Europa que marcharon a la Copa África es interminable, con
casos en España como el argelino Aissa Mandi, el senegalés Boulaye Dia, el
nigeriano Samuel Chukweze o el marfileño Serge Aurier en el Villareal; o los
marroquíes Yassine Bono, Youssef En Nesyri y Munir El Haddadi en el Sevilla,
por citar algunos. Hasta la segunda división se vio afectada con las ausencias
en Almería y Leganés de los nigerianos Umar Sadiq y Kenneth Omerou,
respectivamente.
Tras sus polémicas
declaraciones, Infantino tiró del socorrido recurso de "me han
malinterpretado", afirmando que su objetivo era transmitir que el fútbol
podría "ayudar a mejorar la situación de las personas en todo el
mundo". Paparruchas. ¿Saben por qué? Porque en la misma intervención ante
la PACE también alabó los progresos de Qatar, sede del Mundial de este año, en
materia de Derechos Humanos (DDHH). Lo hizo, además, manipulando la realidad,
llegando a afirmar que únicamente han muerto "tres trabajadores y son
demasiados" en la construcción de los estadios de fútbol, cuando los
fallecidos se cifran por miles.
Con tal de
justificar lo injustificable, como es la celebración del Mundial en un país que
vulnera de manera flagrante los DDHH, Infantino no dudó en posicionarse en
contra de los informes de la Organización Internacional de Trabajo (OIT), que
sólo en 2020 cifró los trabajadores muertos en 50 trabajadores, en algo más de
500 los gravemente heridos y en 37.600 quienes sufrieron lesiones de leves a
moderadas. Con tal de no admitir que se trata de una mera cuestión de dinero,
de mucho dinero, el presidente de la FIFA obvia también informes como los de
Amnistía Internacional, que destaca casos como el alrededor de 100 trabajadores
migrantes que estuvieron hasta siete meses sin cobrar el salario; o de Human
Rights Watch, que llama la atención sobre cómo los derechos de las mujeres en
Qatar para casarse, estudiar, trabajar y viajar quedan cercenados por la tutela
masculina... la misma que la FIFA y Europa quieren ejercer sobre Europa.
A este respecto es
muy triste constatar cómo un informe de la propia Asamblea Parlamentaria del
Consejo de Europa elogia el impacto de la FIFA en las reformas legislativas en
material laboral en Qatar -que tiene paralizadas-... sobre todo porque este
organismo, que a pesar de su nombre no tiene nada que ver ni con el Consejo
Europeo ni con la Unión Europa, se creó en 1949 para el fomento de la
democracia y del estado de Derecho, teniendo como pilar Convenio Europeo de
Derechos Humanos y Libertades Fundamentales. Terrible hipocresía edulcorada con
montañas de petrodólares.
Va siendo hora de
plantarse -eso también va por las Selecciones y por los jugadores-, de depurar
el mundo del fútbol y, sobre todo, de leer más a intelectuales africanos como
el economista senegalés Felwine Sarr, que en su ensayo Afrotopía es tajante al
afirmar que "África no tiene que alcanzar a nadie. Ya no debe correr por
los senderos que se le indican, sino caminar con paso firme por el camino que
ha elegido. No se trata de alcanzar a nadie, sino de dar lo mejor de uno
mismo".
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