SOCIALISMO DISTÓPICO
«La
única salida a un porvenir de angustia es una izquierda que sepa imaginar un
futuro en el que todas queramos vivir», reflexiona Maestre.
ANTONIO MAESTRE
Una mujer durante una protesta contra la privatización de la sanidad en Madrid. REUTERS / JUAN MEDINA
No hay izquierda sin vanguardia ni utopía. Un proyecto que no sea punta de lanza en el avance de derechos sociales, que ni se han planteado ni soñado hasta que la izquierda los pone en escena, no tiene ninguna oportunidad de llamarse así. Puede intentar usurpar su buen nombre, cooptar la memoria de una cultura colectiva de progreso, justicia social y equidad, pero jamás podrá ser una opción para la izquierda en ningún contexto imaginado. Los derechos materiales que ahora algunos ubican como único patrimonio de la izquierda no podrían existir sin haberlos colocado en el pasado como una proyección utópica del deseo.
El antivanguardismo
de las corrientes rojipardas de la izquierda no es más que una máscara que la
reacción se pone para simular que defiende algo más que una vuelta a las
esencias de la tradición, lo que implica retroceder en derechos y avances
sociales. Porque si algo ha aprendido la izquierda es que cuando no tiene
posibilidades para avanzar y pretende anquilosarse, los derechos se acaban
perdiendo. La postura espontánea que implica hacer lecturas sobre los intereses
del pueblo alejados de las posturas de avance social posmateriales es contraria
a la esencia misma que Lenin defendió a principios del siglo XX en ¿Qué hacer?
Recuerden el
análisis concreto de la situación concreta y el contexto posfordista en el que
vivimos. La doctrina marxista no es un dogma que encajar a martillazos en
cualquier contexto histórico, sino que es una guía que sirve para adaptarse a
las condiciones objetivas que cada época otorga. Pretender defender que los
derechos de la clase obrera solo se dirimen en el aspecto material significa
negarles su derecho a la representación política, a la libertad de expresión o,
en esencia, a ser.
De hecho, la
importancia de los valores posmateriales es un indicador de bienestar en una
sociedad, y garantizar que la clase obrera tenga interés por los valores
posmateriales asegurará una mayor protección de sus valores materiales. Porque
sin representación política es más probable que tus intereses materiales estén
menos presentes o directamente desaparezcan. No es casualidad que en La Cañada
Real lleven un año sin luz y en su sector haya un 95% de abstención. A veces,
la correlación sí es causal.
Plantear la falsa
dicotomía entre valores materiales y posmateriales es igual de reaccionario que
considerar que las utopías y una izquierda de vanguardia no son necesarias
porque hay que mirar al mantenimiento de la situación que la clase obrera tenía
en los años 80 y 90 sin entrar en todas las consideraciones que implicaría
mirar al pasado en vez de al futuro. No hay mayor utopía que la instauración
del comunismo, porque el comunismo es en sí mismo un ideal superior y por eso
se defiende, una aspiración que tiene que tener como valor fundamental el
mientras tanto que Manuel Sacristán siempre ponía en valor para no caer en el
derrotismo y la apatía.
El socialismo que
algunos pretenden instaurar volviendo a un pasado idealizado que jamás existió
es la vuelta a la esencias de ese ideario premarxista del socialismo utópico,
que el marxismo superó y vapuleó, y que, paradójicamente, hoy tendría que
llamarse distópico por querer imponer unos marcos que, de ser aceptados y
volver, serían considerados una pesadilla por lo contrarrevolucionario y
contrarios a los derechos humanos que nos parecerían en nuestros días. La única
salida a un porvenir de angustia es una izquierda que sepa imaginar un futuro
en el que todas queramos vivir.
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