MERCEDES PINTO: UNA MUJER QUE NO SE CALLÓ
Una lectura de ‘Él’ y ‘El divorcio
como medida higiénica’
JOSÉ ÁNGEL BARRUECO
El
retrato más famoso de Mercedes Pinto.
FOTO
DEL LIBRO 'YO SOY LA NOVELA. VIDA Y OBRA DE MERCEDES PINTO', DE ALICIA LLARENA
(LAS PALMAS DE GRAN CANARIA, EDICIONES DEL CABILDO, 2003)
Para quienes no lo sepan, y seguro que aún quedan personas que lo desconocen, Mercedes Pinto, nacida en La Laguna (Tenerife) en 1883 y fallecida en Ciudad de México en 1976, fue pionera en algunos asuntos relacionados con la protesta ante el maltrato y la exigencia de un divorcio rápido para librarse de maridos paranoicos. Sucede con ella, en la industria editorial, algo absurdo aunque frecuente: durante algunos lapsos de tiempo está de actualidad, luego deja de estarlo y, al cabo de unos años, regresa con fuerza al primer plano. Puede que ahora estemos en ese punto en que está un poco olvidada, pero no me sorprendería que los responsables de alguna editorial estuvieran trabajando para reeditar sus obras.
Vaya
por delante que no soy ningún experto, y que la gran especialista de España en
Mercedes Pinto es la poeta e investigadora Alicia Llarena González, quien
además de ocuparse del rescate de su obra en 2001 a través del Cabildo de Gran
Canaria y del Instituto Canario de la Mujer ha escrito prólogos, artículos,
estudios preliminares, la biografía Yo soy la novela. Vida y obra de Mercedes
Pinto (2003) y una semblanza para niños ilustrada por Luisa Rivera, Mercedes
Pinto. La escritora que abrió ventanas de colores (2020), de modo que mi texto
sólo será una guía orientativa para abrir el apetito de sus posibles nuevos
lectores.
Me
centraré en la lectura de la novela autobiográfica Él, y en ese texto breve y
revolucionario (en realidad una ponencia) titulado El divorcio como medida
higiénica, que le costó a su autora el exilio en los años 20. La edición que
figura en mi biblioteca es posterior a ese rescate iniciado en 2001: la mía
pertenece a Ediciones Escalera, cuyos editores, Talía Luis Casado y Daniel Ortiz
Peñate, publicaron en 2011 dos obras de Mercedes: Él y Ella. La primera, que es
la que me interesa aquí, incluía al final el texto sobre el divorcio, y, aunque
abarca pocas páginas, acaba resultando aún más interesante que la propia
novela, que Luis Buñuel trasladó al cine en 1953, con Arturo de Córdova y Delia
Garcés en los papeles protagonistas.
Él
La
novela autobiográfica Él fue publicada en 1926. Es la historia, escrita
mediante fragmentos y breves estampas que podríamos considerar muy cinematográficas,
de su matrimonio con un hombre paranoico y dañino que la maltrata a ella,
física y psicológicamente, pero que también ejerce su crueldad en los animales.
Que nunca sepamos el nombre del individuo, y que la narradora siempre se
refiera a este fulano como “Él”, siempre en mayúscula, es un giro irónico, como
si un tirano nos hiciera creer que está a la altura de los reyes e incluso de
los dioses y ella se burlara de esa osadía, de ese toque egocéntrico que
predomina en los maltratadores. Incluso el hombre llega a gritarle: “¡Yo
triunfaré y seré para las gentes como un dios!”. La protagonista de estos
desvelos soporta “noches de sadismo y horror”, e incluso reprimendas del marido
cuando le anuncia que está embarazada, pero nadie la escucha. Le faltan pruebas.
No puede demostrar que convive con un loco que ejerce violencia pero no deja
huellas. Quizá la peor clase de maltrato porque no se puede probar. Los demás
no lo saben, pero ella sí: el hombre con el que vive está mal de la cabeza, es
un enfermo, arrastra graves desequilibrios psíquicos, trastornos emocionales,
tendencias suicidas y una crueldad extensiva a quienes cree que son sus
enemigos en la sombra.
Que
nunca sepamos el nombre del individuo, y que la narradora siempre se refiera a
este fulano como “Él”, siempre en mayúscula, es un giro irónico
El
pasaje en el que el marido se queja del embarazo porque resulta inoportuno y
les acarreará más gastos resulta demoledor: “Los preparativos para el
nacimiento fueron pocos, silenciosos, como vergonzantes. Todo modesto; envuelto
en una timidez desolada, con algo de la humildad con que los pobres se sientan
en la iglesia, sin hacer ruido ni ocupar mucho hueco”. Es en fragmentos de este
calibre donde asoma la fuerza de la escritura de Mercedes Pinto, algo que
concuerda del todo con su imagen más famosa: mira en escorzo hacia la cámara,
luce labios pintados y un lunar bajo la nariz, las cejas pintadas en arcos
suaves… pero lo mejor son los ojos, una mirada asombrosa, a medio camino entre
la altanería de una princesa y el desafío de una guerrera. Parecen los ojos de
una dama decidida a no soportar ya ninguna infamia más, ojos que parecen
expresar: “Ten cuidado conmigo o te meto una hostia” (pero Mercedes no
pronunciaría el taco). Siempre hay mujeres que no se callan y Pinto fue, sin
duda, una de ellas.
La
novela Él se va volviendo más y más asfixiante a medida que pasamos páginas.
Cuando el marido se lamenta de sus fracasos y ella se apiada y le muestra
compasión, las consecuencias son terribles: dado que su mujer no se ha burlado,
él confiesa que así no puede descargar su ira sobre ella y estrangularla. Los
maltratadores también suelen enfocar su odio, su rabia y su violencia en todos
aquellos seres vivos que a la maltratada le importen o a quienes haya transmitido
su cariño. En uno de los pasajes más terribles, a la narradora le han regalado
un gatito… pero el hombre le coge manía porque a ella le gusta el animal: su
venganza consiste en introducirlo en un saco y arrojarlo desde la azotea. Algo
del estilo hará con un pajarillo.
Durante
su lectura podemos sentir el agobio, la frustración, la impotencia de no
resolver su situación, sobre todo en una época donde las mujeres parecían
condenadas a sufrir sin protestar. La narradora no puede más: “Desconfianzas,
suspicacias, absurdos, malicias, crueldades, sadismos, horrores me cercaban, me
estrujaban, me oprimían como cadenas de espíritus malvados, y yo sola ante la
vida, sin claridad para la defensa, sin pruebas para la acusación, ¿qué
haría?”.
Mercedes
Pinto escribió este libro tras sufrir varias calamidades, éxitos y fracasos: ya
estaba en el exilio, se había separado de aquel marido que inspira Él, se había
vuelto a casar y en Lisboa había perdido a uno de sus hijos y alumbrado otro
durante el viaje por mar hacia Latinoamérica. Quien escribe esta obra es una
mujer fuerte, lastrada por las heridas, porque no todas cicatrizarán.
El
divorcio como medida higiénica
El
texto anteriormente citado, El divorcio como medida higiénica, sirvió de
detonante para que Primo de Rivera la expulsara de España durante su dictadura.
Si un tirano te echa de tu país por escribir unas palabras que son dinamita
(pero que en realidad no ofenden a nadie: sólo cuentan verdades), entonces has
triunfado. Ha merecido la pena.
En
mi edición del libro se incluye una nota pertinente y aclaratoria. Nos cuenta
que, en noviembre de 1923, se celebró un Mitin Sanitario en la Universidad
Central de Madrid. La escritora y periodista Carmen de Burgos iba a clausurar
el programa, pero a última hora no pudo asistir por motivos de salud. Dado que
eran amigas, le pidió a Mercedes Pinto que la sustituyera. Y Mercedes les
ofreció esta bomba, donde dijo cosas que entonces les debieron estallar en las
narices a machistas y conservadores: “Un señor discutidor, suspicaz, dispuesto
a agriar las conversaciones con frases molestas y hasta llegando alguna vez a
una agresión, no es para los ojos de los extraños más que un hombre de mal
carácter, o tal vez cuando más ‘un señor raro’; pero esas gentes ven las cosas
de lejos, no saben los disimulos, las suspicacias y los engaños con que esos
hombres que no son raros sino sencillamente enfermos, llegan a ocultar al público
completamente las espantosas negruras de su hogar”.
El
divorcio como medida higiénica, sirvió de detonante para que Primo de Rivera la
expulsara de España durante su dictadura
La
autora comienza hablando de la herencia genética. De cómo una madre de entonces
se alegraba si le decían que su retoño era el vivo retrato de su padre… salvo
en el caso de que ese progenitor fuera paranoico, enfermo, lastrado por la
manía persecutoria. Mercedes sabe, así lo dice, que esa enfermedad puede
afectar tanto a hombres como a mujeres, pero ella es una mujer y por tanto va a
hablar en nombre de ellas. Y añade: “Los hombres casados con una enferma de
este género lo tienen todo a su favor”, porque en el caso del hombre sano
desposado con mujer enferma la gente se apiadará de él, podrá llevarla a un
sanatorio y pasar página; en el caso inverso, el Código establecía para el
divorcio que hubiera golpes, pruebas, testigos ajenos a la familia.
Uno
de los extractos más célebres de esta ponencia dice así: “Esa locura
engañadora, que lleva generalmente al que la padece a ver en los demás maldad y
refinada malicia, desprestigia a la esposa del loco, por regla general, y a las
iras de éste se les llamará “de mal carácter”, y a su sadismo exageraciones de
la esposa que comprende mal las expansiones de un apasionado, y a sus celos los
llamarán “exceso de amor”, si es que no –¡lo que desgraciadamente ocurre!– se
vuelve la opinión en contra de la esposa, y dicen que algo habrá en ella cuando
él la cela”.
Imaginemos
lo que debieron significar, para la sociedad de entonces, la España de los años
20 sumida en una dictadura, frases como éstas: “De manera que todas las
violencias, las torturas y los horrores incontables por asquerosos o brutales
que contra su esposa pueden ocurrírsele a un paranoico, no son nada ante las
leyes; tiene que esperar que le peguen un tiro… (y no le acierten) para que los
jueces piensen que si le acierta… ¡se hubiese quedado en el sitio! Y por lo que
se refiere a los testigos, desde luego comprenderéis lo imposible de que
ciertos martirios, generalmente de alcoba y nocturnos, tengan testigos, porque
no es costumbre que los amigos estén en las habitaciones a esas horas, y si la
esposa grita, ya tendrá cuidado de no volver a hacerlo porque el marido lo
impedirá, del modo que pueda, pero lo impedirá”.
Lo
que ella propuso es que los médicos pudieran diagnosticar esos desequilibrios
para poder garantizar un divorcio rápido que las librara de semejantes taras y
violencias: “Es indudable que la única medida a tomar es la del divorcio, pero
un divorcio rápido, que basado en un certificado radical de doctores
especializados evite el nacimiento de nuevos seres, o la muerte violenta de la
esposa, que si bien nuestras leyes no han podido evitarla, no será después de
ocurrida castigada tampoco, puesto que tardíamente y con el solo objeto de
salvar del castigo, se dirá y se demostrará muy a deshora que ‘era un
irresponsable’”.
Precursora y feminista
Como
vemos, Mercedes Pinto fue una mujer combativa, precursora, feminista, adelantada
a su tiempo y dotada de un ímpetu literario que la condujo a escribir poemas,
novelas, ensayos, artículos y obras de teatro. Incluso recibió los parabienes
de Pablo Neruda: del poeta son las palabras que figuran en su epitafio.
Intervino también en un par de películas: Días de viejo color (Pedro Olea,
1967) y El coleccionista de cadáveres (Santos Alcocer, 1970), y en los créditos
de la segunda figura con su nombre de casada: Mercedes Rojo. Además de la
adaptación de Él llevada a cabo por Buñuel, en 1995 la directora Valeria
Sarmiento rodó una especie de remake o nueva adaptación titulada Elle.
Su
vida fue apasionante, digna de elogio, de admiración. De haber nacido en
Estados Unidos, en Hollywood ya habrían rodado el correspondiente biopic sobre
sus hazañas, éxitos y viajes. Antes de la reedición de Ediciones Escalera de
2011, el cineasta David Baute rodó el documental Ella(s), en el que intervienen
Silvia Munt, Marta Aura y Paola Bontempi, tres mujeres en busca de sus huellas:
pero aún no he conseguido verlo. Su obra y su nombre van y vuelven al plano de
actualidad cada cierto tiempo, sobre todo gracias a la citada Alicia Llarena:
busquen en su página web más anécdotas, más detalles, más imágenes. Y luego
lean alguno de sus libros y la historia del texto-dinamita sobre el divorcio,
relatada por Llarena. No olvidemos que, cuando una mujer habla o escribe como
Mercedes Pinto, al patriarcado le tiemblan las rodillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario