SER DE VOX ES GUAY
¿Por qué
algunos adolescentes asumen posiciones antifeministas públicamente? ¿Cómo
responder?
NURIA ALABAO
En bastantes charlas sobre extremas derechas, profesores y profesoras de secundaria cuentan que algunos de sus alumnos adolescentes sacan pecho de sus posiciones antifeministas: usan vocabulario ultra como “feminazis” o dicen que la violencia de género no existe. He hablado con algunos amigos que se dedican a la enseñanza para pensar qué está pasando y qué podemos hacer.
Lo primero es
quitarle un poco de hierro al asunto; lo más probable es que no sea un fenómeno
masivo ni que siempre se corresponda necesariamente con actitudes machistas. A
menudo se expresa más bien como provocación: una manera de afirmarse. Como
explica Carlos Herrero, profesor en un instituto de Rivas Vaciamadrid, en
realidad los chavales tienen actitudes cada vez más igualitarias. De hecho,
tienen mucho que enseñarnos porque muchos de ellos están experimentando nuevas
formas de vivir los géneros o “entre” los géneros. Hoy parece que se abren más
posibilidades. La posición de algunos de estos jóvenes como “no binarios” –que
sienten que no encajan en ninguna definición de roles preestablecida– lo
atestigua. Las posibilidades de vida se multiplican y es una buena noticia.
Pero esta revolución no llega a todas partes y todavía enfrenta dificultades.
Como explica
Herrero, lo que ha conseguido Vox es que algunos de estos chavales, y aunque
sus posiciones sean minoritarias, “salgan del armario”, que expresen de manera
más pública o vehemente sus posiciones antifeministas –o incluso homófobas– que
antes estaba peor visto verbalizar. Muchos de estos chavales las utilizan como
una suerte de rebeldía, para construirse como adolescentes e incluso para
afirmar su masculinidad para enfrentarse “al mundo”, a la “autoridad” del
profesor o a lo “políticamente correcto”; o simplemente buscan escandalizar.
Hoy las posiciones mayoritarias en realidad son las feministas o, por lo menos,
un discurso mas igualitario en cuestiones de género.
La adolescencia
siempre es difícil, pero los chavales están sometidos hoy a fuerzas quizás más
complejas que les dificultan todavía más el camino a la vida adulta. Por un
lado, la propia búsqueda de su papel en un orden de género que ha sido cuestionado
por el movimiento feminista –con mayor intensidad en los últimos años–.
Actualmente, muchas adolescentes se declaran feministas en las escuelas y
gracias a las luchas feministas, existen más modelos diversos sobre lo que
supone “ser mujer”, de manera que las jóvenes pueden construirse con mayor
margen de libertad, aunque parte de su lucha sea por encontrar caminos propios.
Sin embargo, y a
pesar de los avances, los chicos disponen de menos formas “alternativas” de ser
hombres y en general se sienten más presionados para encajar en los roles
tradicionales. La vigilancia que se ejerce sobre la masculinidad es más fuerte,
y el “maricón” sigue utilizándose para patrullar sus fronteras y castigar a los
chavales para que se adapten a la norma de género. Los chicos gays o que no
encajan de alguna manera todavía pueden llegar a pasarlo mal aunque lo tienen
muchísimo más fácil que los que vinieron antes.
Cuando se juntan la
indeterminación provocada por la transformación de los modos de relación –¿cómo
ser hombre hoy?– con el resto de indeterminaciones sociales no es extraño que
los chavales busquen certezas identitarias
A las presiones
sobre el género, se suman las presiones sobre la vida. Por ejemplo, los
mensajes sobre lo difícil que es hacerse adulto en España, las dificultades de
emancipación –la edad media en España es de más de 29 años, las tasas de paro
juvenil son escandalosas–, que los harán dependientes durante muchos años; es
decir, que no serán tratados como adultos hasta muy tarde. Cuando miran su
futuro ven una nube negra –que se suma a la ansiedad que provocan las
predicciones sobre los efectos del cambio climático–. La pandemia ha impuesto
el aislamiento y nuevas dificultades y los ha hecho todavía más dependientes
del éxito en las redes sociales. En 2020, el suicidio en España se ha
convertido en la primera causa de muerte de los más jóvenes –entre 14 y 29
años–. Hoy quizás todavía es más difícil ser adolescente que en épocas pasadas.
María Fernanda
Rodríguez enseña en un instituto de San Cristóbal y cree que tras el
crecimiento de las posiciones de extrema derecha en los institutos –y en
general en la sociedad– hay un trasfondo de “masculinidad herida”. Cuando se
juntan la indeterminación provocada por la transformación de los modos de relación
–¿cómo ser hombre hoy?– con el resto de indeterminaciones sociales no es
extraño que los chavales busquen certezas identitarias o traten de agarrarse a
algo que les proporciona un lugar en el mundo. Esta necesidad de reconocimiento
o de estatus se potencia además con la inestabilidad económica o el miedo a
caer, y con la pérdida de poder de los hombres en todos los ámbitos cuando la
precariedad avanza, los trabajos no dan sentido, y el sometimiento se
acrecienta en muchos órdenes. Así, podemos identificar también un vínculo entre
estas dificultades vitales y la afirmación de la masculinidad tradicional que
puede expresarse mediante posiciones antifeministas u homófobas. Su “machismo”
es una ilusión compensatoria a su subordinación real. “Estos chavales que
tienen la autoestima muy frágil y económicamente están muy jodidos, compensan
así sus sentimientos de subordinación social. En vez de politizarse en un
sentido emancipador, optan por la ilusión identitaria como cuando se alinean en
posiciones de ultraderecha –aunque hay otras identidades posibles–, explica
Rodríguez. De hecho, también pueden funcionar como afirmaciones identitarias o
de búsqueda de estatus las posiciones que identificamos como “correctas” de los
y las adolescentes queer, no binarios, o incluso feministas.
Tampoco podemos
perder de vista que lo más problemático y difícil de enfrentar no son las
posiciones antifeministas de carácter ideológico –que se pueden discutir en el
aula– sino aquellas que tienen que ver con los comportamientos y los modos de
relación donde la afirmación de la masculinidad tradicional están relacionadas
con las condiciones de vida y la reproducción de mecanismos aprendidos en
sociedades también violentas como la nuestra. Esa violencia es experimentada
cotidianamente por muchos adolescentes migrantes perseguidos por la policía,
chavales que son desahuciados, sufren abusos en casa o soportan las
consecuencias de la pobreza. Evidentemente la reafirmación de la masculinidad
tradicional no se corresponde necesariamente con el apoyo a la extrema derecha.
Ni de hecho, todo apoyo a la extrema derecha desde posiciones antifeministas
está relacionado con posiciones de clase subalternas, sino, por lo menos en el
caso español, más bien lo contrario.
En los casos más
extremos, la crisis identitaria y de futuro de estos adolescentes ofrece un
terreno fértil para los reclutadores de grupos extremistas de supremacistas
blancos o masculinos o neonazis, como explica Michael Kimmel sobre EEUU en
Healing from Hate –aunque sucede también en Europa–. Algunos de estos jóvenes
incluso han estado detrás de atentados en escuelas o mezquitas que se han
cobrado decenas de vidas y los han justificado con argumentos antifeministas
extremos –como los propios de la subcultura incel–.
¿Cómo hablar con
ellos?
Los chavales pueden
identificar esas posiciones antifeministas como transgresoras porque muchas
veces, como explica Herrero, el feminismo que perciben en los medios o las
redes es uno que a menudo se expresa como verdades morales indiscutibles y que
puede ser también extremadamente culpabilizador. Otros feminismos más abiertos
y transformadores no tienen tanto espacio en el mainstream. Evidentemente, el
auge de la extrema derecha no es culpa del feminismo, y precisamente, en sus
versiones más emancipatorias puede proporcionar herramientas para desactivar su
discurso, tanto en el plano de la confrontación hombres/feminismo, como el que
opone a los nacionales con los extranjeros como causa de todos los males.
Lo primero y más
evidente para ayudar a desactivar estas posiciones es evitar la censura moral o
señalar temas como “no debatibles”. Todos los espacios, pero sobre todo las
escuelas, deberían ser lugares donde se pueda hablar de cualquier tema –con
respeto–. Espacio seguro es aquel donde se pueden expresar dudas, equivocarse y
aprender. Porque si el feminismo se impone como un dogma quizás consigamos que
los chicos –o incluso chicas– digan lo que creen que “está bien”, pero que
sigan pensando de manera diferente y expresándolo así en sitios privados. Individualizar
el problema mediante la culpa supone, además, perder de vista el verdadero
problema de carácter estructural. En este sentido, el discurso de los
privilegios puede ser profundamente despolitizador además de que aplana las
condiciones de vida absolutamente dispares de los chavales. El motor del cambio
social no puede ser la culpa sino la responsabilidad y el compromiso.
Por otra parte,
algunos chavales dicen que les gustaría formar parte del movimiento feminista
pero no saben cómo participar ni se sienten invitados e incluso se pueden
llegar a sentir señalados como “potenciales agresores”. Esto implica perder
fuerza para el cambio fundamental, ya que estos mismos chavales podrían ejercer
de influencia positiva entre sus compañeros o ponerles límites ante actitudes
machistas. Son ellos los que pueden construir nuevas formas de masculinidad de
manera efectiva y tenemos que acompañarles en ese camino. El proyecto de
prevención de la violencia sexista y de formación en temas de género de Acción
en Red, Por los buenos tratos, supone un buen ejemplo de enfoque no
culpabilizador que potencia la autonomía de los y las adolescentes y los
incluye por igual en el enfoque feminista.
La mejor manera de
enfrentar el antifeminismo es tratar de explicar cómo el feminismo también
puede mejorar la vida de los hombres
Por tanto, el
feminismo no es un corpus moral y no debería funcionar como una religión, sino
que tiene que ser un proyecto de cambio compartido por hombres y mujeres que se
construya colectivamente y de forma antiautoritaria. Al ser un proyecto que se
propone transformar las formas de organización social, también tiene espacio
para que los chavales –y los hombres– se sientan parte de este movimiento. La
mejor manera de enfrentar el antifeminismo es tratar de explicar cómo el
feminismo también puede mejorar la vida de los hombres. Por un lado, por la
opresión que supone tener que encajar en el molde restrictivo de la
masculinidad tradicional –y las consecuencias negativas que tiene para sus
vidas y para las personas que les rodean, por ejemplo, en su relación con la
violencia, o con el ponerse en riesgo, o la necesidad de ser siempre fuertes y
juzgarse a través de ese baremo–. Por otro, porque la principal amenaza para la
posición social de los hombres no es el feminismo, sino los daños infringidos
por el sistema económico. Sus verdaderos problemas son los trabajos de mierda,
el desempleo, la falta de dinero o las dificultades de llevar adelante vidas
con sentido en el capitalismo. El patriarcado forma parte de estos problemas o
los refuerza, aunque prometa a los hombres compensaciones de estatus o poder
–basadas en la injusticia y la dominación de las mujeres–, y la reacción
antifeminista promete compensaciones simbólicas de estatus que no aborda las
causas económicas y políticas de sus problemas. Mejorar la vida de todos es,
por tanto, una buena receta contra los peores efectos de la masculinidad cuando
se junta con la precariedad vital.
El feminismo tiene
una potencia enorme como proyecto de cambio social, ya que a partir de la
situación de subordinación de las mujeres podemos entender la sociedad: que la
desigualdad –de género, de estatus migratorio– es en realidad funcional a la
acumulación de capital. ¿Podríamos explicarle esto a los chavales que pueden
formar parte del feminismo, que los necesitamos para transformar el mundo en
vez de hacerlos sentir como el enemigo? En la pensadora bell books podemos
encontrar buenas pistas para los profesores que quieran explicar la existencia
de un feminismo inclusivo. Por ejemplo en El feminismo es para todo el mundo.
Ella precisamente usa sexismo en vez de machismo porque reconoce que el enemigo
no son los hombres, sino el patriarcado: “El problema es el conjunto del
pensamiento y la acción sexista, independientemente de que lo perpetúen mujeres
u hombres, niños o adultos”. La toma de conciencia feminista por parte de los
hombres es tan esencial para el movimiento revolucionario como los grupos de
mujeres, concluye hooks.
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