martes, 18 de enero de 2022

 

SIMEONE SÍ, PERO…

El técnico argentino es víctima de su propio éxito, 

verdugo y ajusticiado a la vez

FELIPE DE LUIS MANERO

Tras la semifinal de la Supercopa ante el Athletic tuve la oportunidad de departir con un futbolista profesional en torno a la profunda sima –lo que empezó siendo un bache crece cada vez más deprisa– que atraviesa el Atlético. Hablamos del balón parado. “Fíjate, antes era imposible rematarles en su área y ellos te llegaban una vez y te marcaban, y ahora mira…”, me decía con asombro.

 

Unas semanas antes debatí sobre el tema con un aficionado, antiguo socio, al que en realidad nunca le hizo mucha gracia Simeone. Me decía que el equipo jugaba muy mal, que él ya apagaba la televisión antes de que terminase el partido, que el cholismo le producía un profundo hartazgo, que han sido diez años geniales, sí, pero que hasta aquí hemos llegado. Me puso como ejemplo positivo al Real Madrid de Ancelotti. “Pero si eso es lo que durante años ha hecho el Cholo”, repuse yo. “Pues que juegue a lo que sea, pero que juegue a algo, no a lo de ahora”, obtuve como respuesta final.

 

A ambos –al futbolista y a mi amigo– les expuse mi teoría: se trata de una cuestión de desgaste emocional. Da la sensación de que el título de Liga conseguido la campaña pasada ha causado estragos en la plantilla, incluso a los recién llegados, que se han visto contagiados por una atmósfera de grave bloqueo físico y mental. Es como si todos estuvieran fundidos, como si lo hubieran dejado todo hace unos meses, como si se hubieran vaciado hasta quedarse en los huesos, intuyendo tal vez que no habría una oportunidad igual en el futuro.

 

Resulta tan difícil como legítimo criticar la labor de un entrenador que acaba de ganar una Liga y que ha restaurado la historia y la dignidad de un club

 

Terminó exhausto también el propio Simeone, que consiguió, a mi modo de ver, su mayor logro futbolístico desde que llegó al Atlético: ganar una Liga plagada de dificultades (covid, lesiones…), con un estilo diferente al que venía utilizando durante todo este tiempo. Porque ese Atlético era alegre, atrevido, eléctrico. Y el dibujo que usaba en el campo era el 5-3-2. Lo digo para rebatir enérgicamente esa corriente que asegura que el Atleti, para dejar de ser conservador, debe de volver al 4-4-2, precisamente el esquema sobre el que se instauró el cholismo de alto voltaje defensivo y cero grietas entre líneas.

 

No, no creo que sea una cuestión táctica, ni siquiera de trabajo. Cuesta creer que el equipo, de pronto, haya dejado de entrenar las jugadas de estrategia, o se haya olvidado del modo correcto de hacerlo. Hay un intangible que todos han advertido, pero nadie logra resolver. Tal vez el mayor ejemplo sea Oblak, un portero que es capaz de parar un penalti y fallar en un blocaje sencillo en el mismo partido. Eso antes no pasaba.

 

Y empieza el murmullo. Resulta tan difícil como legítimo criticar la labor de un entrenador que acaba de ganar una Liga y que, más allá de eso, ha restaurado la historia y la dignidad de un club. La crítica es precisamente una consecuencia directa de eso: el técnico argentino es víctima de su propio éxito, verdugo y ajusticiado a la vez.

 

A este Atlético no hay por dónde cogerlo, su manta es tan exigua que ni tapa la cabeza ni cubre los pies. Y aunque algunos medios publiquen titulares tendenciosos, la realidad es que, por primera vez en diez años, existe cierto debate en torno a la continuidad del entrenador en parte de la afición. Después, el plebiscito del Metropolitano dictará sentencia como siempre a su favor, porque sus acólitos más acérrimos son muchos y ruidosos, él se lo ha ganado. Como también la capacidad para decidir cómo y cuándo marcharse. Si algo tengo claro, es que a Simeone no lo van a echar, será él quien ponga punto y final a su etapa como entrenador rojiblanco.

 

Diez años son muchos, hasta para el tipo elegante con porte de sobrio enterrador que sigue desgañitándose en la banda

 

Pero pienso en el tiempo y me entra cierta sensación de agobio. Diez años son muchos, hasta para el tipo elegante con porte de sobrio enterrador que sigue desgañitándose en la banda. Ya no solo es la última Liga: es también la de 2014, es esa mágica remontada en la final de Copa de 2013 ante el Real Madrid, son las dos finales perdidas de Champions, es el equipo compitiendo con los mejores una y otra vez, una y otra vez… Son muchas cosas.

 

Lo expone perfectamente en su novela Los días perfectos Jacobo Bergareche: el tiempo es un monstruo sin escrúpulos capaz de aniquilarlo todo, sobre todo los asuntos relacionados con la pasión. Después de leer el libro y mirar la fecha de mi alianza, me entró un canguelo importante, acrecentado sobremanera tras la confesión que me hizo L. Había tenido un sueño en el que pasábamos de ser pareja a convertirnos en trío, al parecer con la inclusión de un corpulento policía, muy ducho además en el montaje de muebles. O sea, no era algo –solo– sexual, éramos un trío formal. También es verdad que en esa época acabábamos de ver la última temporada de Élite y andábamos un poco alterados.

Pero lo cierto es que yo me acojoné y, no sé bien por qué, pensé en Simeone (aún estábamos en pretemporada): si él podía continuar tantos años a ese ritmo, yo también. De mi ensoñación me sacó la misma L., al reflexionar en voz alta sobre el sueño:

 

–Supongo que eso es algo que no puede pasar en una pareja como la nuestra.

 

–¿Una pareja cómo?

 

Su mirada se perdió, triste, en el horizonte, y dijo con voz lánguida:

 

–Una pareja tan estable.

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