LOS REYES MAGOS O JUANITO
ANÍBAL MALVAR
Cabalgata de reyes magos el pasado miércoles en Segovia. EFE/Pablo
Martín
Ya ha pasado el día de reyes. Los niños de cierta ideología, muchos de ellos mayores de 40 años, dicen que hay que mantener la tradición, y no aseverar que los reyes magos no existen. Y todos los años, durante varios días, observamos cómo los periódicos y los telediarios anuncian la llegada de tres tipos cargados de regalos. Una estrategia comercial se convierte en tradición, y parece ser que con las tradiciones no hay que meterse, por mucho que sea tradicional también la ablación de clítoris en ciertas inculturas. Pero ya hemos superado el día de los Reyes Magos, y los niños ya no leen los periódicos ni ven los informativos de manera compulsiva, así que creo que es momento para poder escribir sobre el asunto.
Todos los años os
relato, con cierto miedo a aburrir, que en la Biblia no existe alusión alguna a
tales reyes. Los que acudieron al presunto portal de Belén en esa truculenta
historia no eran tres reyes. Eran magos. Alquimistas. Científicos. Ese tipo de
sabios a los que la Iglesia ha perseguido y mandado asesinar desde que se
instauró la superstición como forma de cultura.
Sin embargo, todos
los años, como borregos, los periódicos y todos los medios de comunicación
generalistas asumimos que existen esos reyes que van dejando regalos a los
niños. La mentira es normalizada. La incultura se convierte en portada. Y el
negocio es redondo. El bombardeo informativo sobre esta superchería es tan
bestia que los padres que no pueden comprarle garbanzos a sus hijos acaban
gastándose el dinero que no tienen en plásticos con forma de pistola o
muñequitas de látex de El Corte Inglés. Es una campaña de publicidad que los
medios le hacemos gratis a los vendedores de idiotez: a las grandes
superficies.
Por eso no se puede
decir que los reyes magos no existen. Te despiden de los periódicos porque
pierdes publicidad. Decir que los reyes magos no existen es casi tan
pecaminoso, en un periódico, como escribir que Felipe VI conocía y compartía
las andanzas peseteras de su padre. Vender la ignorancia, la estupidez y el
timo como tradición sigue siendo muy rentable en esta época, que llamamos del
saber y la comunicación. Las grandes superficies comerciales se forran. Muchos
de vosotros que me leéis, y que tenéis cierta capacidad adquisitiva, habéis
llenado vuestros salones de chorradas plásticas envueltitas en papeles de
colorines no biodegradables para mantener esta presunta tradición. Vuestros
hijos y nietos se habrán puesto contentísimos. Y dos mil niños de la Cañada
Real llevan un año sin luz. No creo que esos niños crean ya en los reyes magos.
Por una mera
cuestión deontológica, estas fábulas no deberían aparecer en los periódicos. Se
eliminó el día de los inocentes, en los que siempre los medios contábamos
alguna más o menos graciosa noticia falsa. Sin embargo los reyes, el día de la
madre y del padre, y todas esas falsas tradiciones consumistas, continúan ahí.
El mensaje es claro: hay unos determinados días en los que, socialmente, con el
pretexto de la ilusión de los niños, se te obliga a consumir. Cualquier cosa
que no necesites. A eso se le llama regalo. Y yo no creo que sea un regalo que
haces, sino un robo que admites.
No os voy a decir
que yo sea un tipo muy puro que no cae en los halagos consumistas. Pero cada
vez menos.
Los que sois padres
sabéis que no os queda otro remedio. El bombardeo informativo es tan enorme que
no podéis descontentar a vuestros hijos cuando vean que los otros han recibido
bicicletas con tres ruedas y unicornios con dos cuernos. Fantasías que cuestan
dinero y no sirven para nada.
Que los periódicos
inflamen el consumo navideño de cosas inútiles basándose en el engaño a los
niños es perverso, y dice mucho de nuestros periódicos. Nos obliga a gastarnos
el dinero que no tenemos en ilusiones publicitarias, y no en necesidades.
Vuestros hijos no os van a querer más por más cosas que les regaléis. El único
regalo que yo valoro es una edición barata en Plaza y Janés de Jane Eyre que me
hizo mi madre cuando era un chaval. Ese libro me enseñó a escribir. Y desde
entonces no hago otra cosa que llenar vuestras estanterías de obras maestras
indiscutibles, cargadas de prosodia y alejandrineces. No sé cómo no se os
hunden las estanterías.
El otro día, en el
cementerio de la Almudena, por capricho, le regalamos por reyes a la tierra el
cuerpo de Juan Moreno Mendoza. Un amigo. Una especie de padre que nunca me hizo
un regalo. Salvo su presencia. Escribo esto espantando lágrimas del teclado
como si fueran mosquitos. No os creáis que gastándoos la pasta el seis de enero
en El Corte Inglés vais a tener más amor de vuestros hijos. Ni en el día de la
madre o del padre (otros inventos recientes de los grandes comercios). El amor
se consigue de otra manera. Si yo fuera un poco listo, os diría que nunca le
hagáis demasiado caso a los periódicos que os venden qué, cómo y cuándo tenéis
que comprar amor. Yo siento mucho más amor por los que nunca me han comprado
nada. Juanito.
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