KLEMPERER EN TELEVISIÓN
"La
ética murió, cambió con Pablo Iglesias e Irene Montero y se ha naturalizado que
se puede hacer burla hasta de la situación de salud de los menores de la
pareja. Con chanzas, burlas y bromas en prime time".
ANTONIO MAESTRE
Celia Villalobos | EFE (Archivo)
La degradación de la convivencia tiene un punto de no retorno. Los treinta segundos de Celia Villalobos insultando, despreciando y humillando a Pablo Iglesias en un programa de televisión de Cuatro mirando a cámara y utilizando a sus hijos y la relación con su mujer como producto de consumo televisivo ha cruzado todas las líneas rojas que muestran de manera concreta y grotesca el estado de la situación. Una pulsión de odio en la derecha que masticada y rumiada en los años de gobierno de la coalición es expulsada a la mínima ocasión, sin sentido aparente y de forma cotidiana, con la colaboración de quienes prestan su escenario para lograr rédito económico.
Celia Villalobos no
es más que un juguete roto que comenzó su declive en el momento en que fue
cazada jugando a un juego en su iPad regalado por el Congreso cuando presidía
el Debate del Estado de la Nación con Mariano Rajoy en la tribuna. Un personaje
deteriorado en su imagen pública pero que aún pueda permitirse el lujo de usar
una tribuna, cedida precisamente por su caída al pozo, para expeler una
diatriba de insultos y calificaciones personales y privadas a un adversario
político. La gravedad es aún mayor porque se produjo sin que le conminen a
cesar de ello en directo, a obligarla a disculparse, a expulsarla del plató. En
vez de eso todos comienzan a reír de manera ostentosa convirtiéndose en atrezzo
bizarro de una excelsa muestra de bajeza intelectual y moral que sirve para
marcar un punto de inflexión en la política española en el que la
deshumanización del adversario se convierte en un producto de consumo.
Hubo un tiempo en
España en el que se debatía entre bambalinas periodísticas si era noticia que
un político de este país con altas responsabilidades en la cuestión consumiera
de manera habitual prostitución, que fuera un putero, vamos. Lo sé porque
asistí a esos debates y defendía que en ese caso en particular, en el que la
humillación y explotación de la mujer era el centro, estaba más que justificada
su publicación. Las informaciones nunca salieron a la luz porque quien las
poseía esgrimía que eso pertenecía a su ámbito privado. El celo con el que en
este país se ha defendido que hay situaciones con las que no se hace política
llegaron el extremo de considerar el consumo de la prostitución un asunto
privado. Por exceso para defender a unos, y por defecto cuando aparecieron
otros. Porque la ética murió, cambió con Pablo Iglesias e Irene Montero y se ha
naturalizado que se puede hacer burla hasta de la situación de salud de los
menores de la pareja. Con chanzas, burlas y bromas en prime time.
En el debate
público es válido defender posiciones antagónicas con argumentos, razones y
confrontación de ideas siempre y cuando no atenten a derechos fundamentales que
nieguen la alteridad. De manera vehemente si es menester y haciendo de la
política y la información algo vivo y animado. Pero ya es tarde para que ese
sea el marco del debate. Se ha generalizado el sentido común de la extrema
derecha en la política hasta el punto de ceder tribunas de expresión a quien
usa el dolor de unos hijos y la situación sentimental del adversario político
buscando enardecer audiencias. Viktor Klemperer analizó el enorme peligro que
suponía la pérdida de conocimiento del significado de las palabras para una
democracia en su obra La lengua del Tercer Reich. Un ensayo mediado por la
experiencia en el que mostraba cómo el lenguaje iba creando una realidad
alternativa que enmascaraba los hechos a través de la propaganda hasta hacer el
odio mayoritario y continente de la verdad en el pueblo. Recordé a Klemperer
viendo a Celia Villalobos en televisión.
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