CRÍMENES PERFECTOS (CRÓNICA DE SUCESOS)
AGUSTIN
GAJATE
Dicen que el crimen perfecto no
existe, pero esa afirmación es falsa: se perpetra todos los días y mata en
silencio a miles de personas en todo el mundo a diario. No es obra de una
persona en concreto, sino de una impresionante y vasta estructura de crimen
organizado, que convierte a la víctima en el culpable del fatal desenlace, por
eso los autores materiales siguen impunes después de décadas de actividad
delictiva y perfeccionan cada día más su entramado y sus sofisticados métodos
de persuasión. Van muy por delante de las autoridades, que en lugar de actuar
contra ellos han convertido a las instituciones que gestionan en cómplices y,
en cierta medida, en socios del negocio. Como dice el refranero popular: sabe
más el diablo por viejo que por diablo.
Todo comenzó hace muchas décadas,
cuando una banda de desalmados encontró una fórmula magistral para elaborar una
sustancia tan adictiva como tóxica y la introdujeron en el mercado, a la vez
que conseguían desplazar o ilegalizar la distribución de otras sustancias
parecidas de la competencia. Para que tuviera éxito no dudaron en contratar
científicos, que elaboraban informes que ensalzaban las bondades de la
sustancia, el placer que daba al consumirla y lo relajado que quedaba el
consumidor tras la absorción de ésta, minimizando u obviando sus efectos
letales.
También hicieron un completo plan de
mercadotecnia utilizando todos los medios publicitarios a su alcance: prensa,
radio, televisión, cine, vallas y cualquier soporte que existiera en aquella
época y en las posteriores. A eso se añadió el patrocinio de eventos deportivos
y musicales, de saludables y atractivos atletas y nadadores que competían en
las olimpiadas, así como de equipos de todas las disciplinas deportivas, pero,
sobre todo, de las más multitudinarias: fútbol, baloncesto, balonmano,
ciclismo, automovilismo y motociclismo, entre otras.
Pero no bastaba con esto: había que
conseguir que la gente consumiera en público, que se sintiera orgullosa y feliz
de hacerlo delante de otras personas en el trabajo, en casa delante de los
niños, que así se educaban en la adicción, y en cualquier calle, plaza,
estadio, parque urbano o escenario natural. Para ello, la banda contó con la
inestimable colaboración del cine y de la televisión, cuyas principales
estrellas, pero también los actores secundarios, aparecían a cada momento
consumiendo en actitud relajada, saludable y feliz en cualquier espacio social,
como restaurantes, cafeterías, clubes de jazz o discotecas, pero no sólo lo
hacían en grupo, sino también de forma íntima al acabar de tener sexo y en
solitario, en torno a una idílica hoguera en medio del bosque.
Habrá quien piense que esto sólo
sucedía en los países que disfrutaban de una presunta economía de libre
mercado, alias 'capitalistas', pero no fue así y el poder de convicción de la
banda fue tan inmenso, espectacular y escandaloso que hasta en los países que
tenían economías dirigidas con férreo control, alias 'comunistas', y donde no
podían introducir su mercancía, el Estado se encargaba de imitarla y fabricarla
para comercializarla entre sus ciudadanos, con resultados igualmente funestos.
Fue un idilio perfecto hasta que
comenzaron a acumularse las muertes y que los médicos, que también eran consumidores,
evidenciaran que las causaba la sustancia, aunque muchos de ellos nunca dejaron
de consumirla. Alarmados por la pandemia no declarada que se extendía por
hospitales de todo el mundo, las autoridades públicas no prohibieron la
distribución de la sustancia, sino que, poco a poco y de forma
extraordinariamente prudente, fueron desarrollando acciones no para impedir su
consumo, sino para restringirlo.
Lo primero
que hicieron fue gravar la sustancia con impuestos especiales, de manera que,
cuando un consumidor la compraba, los Estados percibían cerca del ochenta por
ciento del precio que pagaba por ella, como sucede ahora. Así el negocio es
redondo para la banda y para los Estados. Para disimular un poco, las
autoridades también prohibieron a esta estructura del crimen organizado y que
genera miles de puestos de trabajo estables que siguiera publicitando la
sustancia y patrocinando eventos multitudinarios, equipos y deportistas, pero
tampoco así consiguieron que disminuyera sustancialmente su consumo.
Compensaron a los medios de comunicación con campañas publicitarias que
explicaban lo mala que era la sustancia e incluso pusieron imágenes asquerosas
de tumores en sus envoltorios, pero, aun así, el nivel de consumo, aunque
descendía, seguía siendo preocupante. Ya, por último, terminaron por prohibir
su consumo en cualquier recinto cerrado a excepción de los hogares, donde
todavía se pueden transmitir a las futuras generaciones los valores morales de
la adicción.
Hubo un tiempo en el que algunos
familiares de los envenenados por la sustancia demandaron a los fabricantes
para que los indemnizaran por la pérdida y hasta hubo tribunales que les dieron
la razón, lo que tuvo mucho mérito, porque entre los magistrados, fiscales,
letrados y funcionarios de justicia, al igual que entre los policías, había
muchos consumidores, aunque las condenas siempre fueron rebajadas en instancias
superiores y nunca prohibieron la fabricación ni la distribución de la
sustancia, ni enviaron a la cárcel a los culpables.
El caso sigue abierto, pero no se
practican detenciones, ni se solicitan diligencias, ni se abren nuevas líneas
de investigación más allá de atender a las demandas de las víctimas en algunos
países, pero no en la mayoría, lo que da que pensar si este 'modus operandi' es
consustancial a muchas otras industrias multinacionales y al propio sistema
productivo, cuya actividad no sólo provoca pérdida de vidas humanas, sino
también la muerte o el colapso de la vida del planeta.
Ahora que el sistema económico
global se ha reseteado y se está reiniciando por obra y gracia de un
microscópico virus no informático sino biológico conocido como COVID-19, alias
'el coronavirus', quizá sea el momento de reflexionar desde los hogares donde
estamos confinados si tenemos que seguir siendo culpables de las adicciones que
sufrimos individualmente, pero que han sido programadas, impulsadas y
organizadas por grandes corporaciones sin otro interés que un absurdo
incremento de su beneficio económico y que obtienen manteniendo al conjunto de
la sociedad en un estado de semiinconsciencia dependiente, siempre a merced de
sus decisiones estratégicas.
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