FLORENTINO ES ESENCIAL
DAVID TORRES
No soy de los que
piensan que vamos a aprender lecciones básicas de esta pandemia. Más bien
pienso que a estas alturas no hemos aprendido nada. La decisión de reanudar la
actividad laboral en ciertos sectores no esenciales este mismo lunes, apenas
dos semanas después de decretar un confinamiento estricto, suena tan
irresponsable que, en efecto, el gobierno ha decidido no responsabilizarse de
lo que pueda suceder a partir de ahora, a pesar de las advertencias de científicos
y expertos. Es temerario echar las campanas al vuelo demasiado pronto, sobre
todo cuando las campanas doblan a muerto.
Se percibe una
contradicción fundamental al prohibir aglomeraciones en entierros y hospitales
al mismo tiempo que se permiten en el metro, en el autobús y al lado de la
hormigonera. Esto no hay manera humana de entenderlo, salvo si uno admite que
en España no hay religión más extendida que el culto al ladrillo y que su
práctica bien merece el sacrificio de miles o docenas de miles de trabajadores.
Así se explica que durante décadas, en Madrid y en otras ciudades, abrir
zanjas, cerrar zanjas, armar rascacielos, revestir andamios, cortar calles y
levantar obras hayan sido el único y auténtico motor de la industria nacional.
La construcción es nuestra fe y Florentino su profeta.
Poco importan los
bulos y exageraciones que se han volcado hasta ayer sobre las espaldas de
Sánchez en relación al desastre sanitario y las cifras de decesos: a partir de
hoy lunes, el repunte en el número de víctimas y el más que probable colapso en
los hospitales españoles recaerán directamente sobre su conciencia y la de sus
asesores. Si es que la tienen. Cuando se juega la vida de los ciudadanos tan
alegremente hay que calcular con mucho cuidado las prioridades y los servicios
esenciales. No es lo mismo salvar vidas en una UVI o reponer alimentos en un
supermercado que colocar ladrillos y montar chasis de automóviles. Al final la
economía suele consistir en una cuerda que cuelga de un hilo muy precario, sí,
pero siempre se rompe del lado de los pobres. A este paso, el único sector
industrial que va a salir hecho un toro de esta desgracia es el funerario.
El riesgo resulta
inaceptable, especialmente si uno repara en que el foco más letal de la
pandemia en Europa, y quizá en el mundo, tuvo lugar en Bérgamo y que sucedió
casi exclusivamente por la presión homicida de la patronal ante el cierre de
sus factorías en la zona de Val Seriana y por la negligencia de las autoridades
italianas al no decretarlo hasta que ya era demasiado tarde. Entre la economía
y la vida, eligieron la economía y perdieron la vida. No la de los grandes
empresarios, claro, ni la de los políticos que permitieron la masacre, sino la
de cientos y cientos de trabajadores que desfilaban cada noche en ataúdes
cargados en camiones del ejército. "Bergamo non si ferma" dijeron el
alcalde y los jefazos de la patronal con la pachorra criminal que caracteriza a
los buenos capitalistas. Bérgamo no se detiene. Pero se detuvo, joder que sí se
detuvo, a ritmo de marcha fúnebre.
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