NOS ECHARON DE LOS BARRIOS Y AHORA QUIEREN QUE VOLVAMOS
DAVID BOLLERO
La crisis del
coronavirus ha resultado ser la vacuna (al menos temporal) para otra epidemia:
la de los apartamentos turísticos, esos que nos echaron de los barrios, que
poco a poco y con el beneplácito de los poderes públicos fueron robando el alma
a las ciudades y que ahora se encuentran al borde del abismo, con pérdidas que
la Federación Española de Asociaciones de Viviendas y Apartamentos Turísticos
(Fevitur) cifra en 260 millones de euros. Y nos piden que volvamos a los
barrios.
No fueron sólo
fondos buitres, hubo muchos particulares que contaban con un inmueble y
decidieron trocearlo, llenarlo de muebles suecos prefabricados y convertirlo en
apartamento turístico cuyos ingresos, en muchos casos y hasta que comenzó a
legislarse con cierta seriedad, ni siquiera se declaraban. El COVID-19 ha
traído nuevos inquilinos a esos apartamentos: el silencio, la ausencia, el
vacío.
"Nadie puede
decirme qué hago con mi propiedad privada", era su argumento, mientras los
precios del alquiler se disparaban, dejaban a familias en la calle y expulsaban
a la población de los barrios. Otras personas, que tenían cierto apego a sus
inmuebles, se resistían a recurrir al alquiler turístico por temor al deterioro
provocado por huéspedes rotativos y optaban por la especulación. Vista la
escasez de alquiler de larga estancia, disparaban los precios conscientes de lo
desorbitado de los mismos, amparándose en que "es precio de mercado".
Todas esas
personas, junto a quienes acabaron con el comercio tradicional y la hostelería
de toda la vida para entregarse a la fotocopia de las franquicias andan hoy
sudando frío. Con una temporada alta, si no perdida, sí raquítica, no les salen
las cuentas y nos llegan ahora con cuentos. Con la segura disminución de
turistas extranjeros e, incluso, la probable prohibición a su ciudadanía de
países como Alemania de volar a nuestro país, algunos bolsillos españoles,
otrora llenos, van a andar este año más vacíos.
Encomendad@s este
año al turismo nacional y, quizás y en función de cómo se produzca el
desconfinamiento, incluso al provincial, nos piden que volvamos a los barrios.
Muchos pisos turísticos se reconvierten en alquiler de larga estancia y rezan
hasta l@s ate@s porque lleguen huéspedes. Quienes cambiaron nuestros bares por
un irlandés prefabricado, nuestros cafés y chocolates con churros por
aguachirle para llevar o nuestras tapas por costillas y nachos grasientos
quieren ahora que abandonemos a quienes nos acogieron con sus cañas, sus menús
del día, sus cafés con leche o sus patatas bravas...
El COVID-19 no ha
provocado que nos echen de menos; extrañan el dinero, resultanto indiferente de
dónde provenga éste, siendo irrelevante cómo se transforma o destruyen los
barrios, cómo las ciudades se replantean para quienes vienen esporádicamente de
fuera, expulsando a l@s de dentro. Quizás es hora de que el poco dinero del que
dispongamos -si disponemos de él- vaya a quienes no nos abandonaron, a quienes
no nos dejaron en la cuneta. No es revancha, tampoco es el mercado,
sencillamente, es cuestión de principios que no se doblegan a la avaricia.
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