EUROPA NO SE CANSA DE EQUIVOCARSE: ¡QUÉ DESGRACIA!
JUAN TORRES LÓPEZ
Me vienen a la
mente estas frases tras el nuevo fracaso de la reunión del Eurogrupo. Los
líderes europeos ni siquiera disimulan sus desavenencias para mostrar
solidaridad ante el infortunio y la muerte de los miles de ciudadanos a quienes
gobiernan. Cuando escribo a primeras horas de la mañana estas líneas ni
siquiera se sabe si había terminado su reunión, pues anunciaron que seguirían
discutiendo por la noche. Pero me temo que no hace falta esperar para saber que
ha sido un fracaso.
Está mal que los
diferentes países de la Unión Europea hayan sido incapaces de llegar a un
acuerdo sobre las medidas concretas que podrían adoptarse para hacer frente a
la pandemia. Aunque, reconociendo las dificultades innegables que plantea una
situación como la que estamos viviendo, podría admitirse que eso ocurriera y
que se tardara en encontrar la mejor fórmula para proporcionar a países tan
dispares una solución adecuada para cada uno de ellos.
Sería lógico que,
para llegar a un acuerdo satisfactorio para tantos países concernidos, hubiera
que recorrer un camino tortuoso y creo que cualquier persona sensata entendería
las dilaciones. Lo peor, sin embargo, lo verdaderamente lamentable no es la lentitud,
ni la disensión técnica, aunque esto muestre que la Unión Europea es un
armatoste que resulta ineficaz cuando la sociedad tienen problemas que reclaman
medidas urgentes para evitar, como en este caso, la muerte de miles de
personas. Lo que está hundiendo a la Unión Europea es que ni siquiera sepa
disimular que sus dirigentes son incapaces de actuar fraternalmente, de
expresar de vez en cuando palabras de solidaridad y de ayuda y que, al menos,
tienen la sabiduría abreviada de la que hablaba Bacon. Todo lo contrario, están
dándole la razón a Luis XI: los líderes europeos no saben reinar.
En su fabulosa
novela Trafalgar, Pérez Galdós se refiere a la actuación del pueblo de Cádiz
tras el desastre diciendo que "jamás vecindario alguno ha tomado con tanto
empeño el auxilio de los heridos, no distinguiendo entre nacionales y enemigos,
antes bien equiparando a todos bajo el amplio pabellón de la caridad (...)
Quizás la magnitud del desastre apagó todos los resentimientos" y
enseguida se hace una pregunta retórica: "¿No es triste considerar que
sólo la desgracia hace a los hombres hermanos?".
A los dirigentes de
la Unión Europea les está pasando lo contrario. Ni en medio de un desastre son
capaces de dejar a un lado los resentimientos para hacer políticas auténtica y
eficazmente humanitarias, ni la desgracia les está ayudando a actuar como
hermanos. Ni ante la muerte son capaces de ser grandes y generosos.
Al paso que vamos,
la catástrofe que vamos a padecer los europeos no va a ser la que directamente
provoque el coronavirus sino la irresponsable actuación de nuestros líderes.
En la reunión de
ayer se discutía la forma de movilizar 500.000 millones de euros. Una cifra de
por sí ya insuficiente si se tiene en cuenta que ya hay estimaciones del daño
que se va a producir que indican que sólo un país como España podría tener una
pérdida de actividad en un primer año equivalente a la mitad de ese medio
billón de euros.
Según han informado
los medios, en la mesa de la reunión estaba distribuir esa cantidad en tres
medidas: 200.000 millones para que el Banco Europeo de Inversiones proporcione
garantías paneuropeas a los bancos; otros 200.000 millones para que el
Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) conceda préstamos de rescate (dando por
hecho que va a haber que rescatarlos), sobre todo, a España e Italia; y 100.000
millones para ayudas al desempleo (dando, pues, por hecho, que no se va a
evitar sino que va a multiplicarse).
Como en ocasiones
anteriores, Alemania y Holanda se atrincheran para obligar a que la intervención
y las ayudas no sean, en ningún caso, mancomunadas; para que los préstamos del
MEDE vayan unidos a condiciones que obligarían realizar nuevos recortes; y para
evitar por todos los medios que las ayudas al empleo se consoliden, convertidas
más adelante en un seguro de desempleo europeo.
Esas tres medidas,
para colmo, ni siquiera concitan el acuerdo de los países más afectados, Italia
y España. Los italianos se niegan, con razón y por dignidad, a ser rescatados
por el MEDE. España afirma que no necesita todavía esa posible ayuda (lo cual,
por cierto, sorprende porque hay miles de empresas y autónomos que todavía no
han recibido ayuda alguna) pero estaría dispuesta a ceder, recibiendo el
préstamo del MEDE, si no conlleva una condicionalidad muy dura y a cambio de
que se ponga en marcha un Plan Marshall que facilite la reconstrucción. Una
apuesta arriesgada esta última porque equivale a dar por hecho que la
destrucción se va a producir, en lugar de luchar por evitarla.
El error de todos
estos dirigentes es histórico y fatal porque, a diferencia de lo que ha solido
ocurrir en otras crisis anteriores, ahora hay una coincidencia bastante grandes
entre economistas de muy diferente signo o matiz ideológico.
Incluso alguien tan
poco sospechoso de extremismo, el anterior presidente del Banco Central Europeo
Mario Draghi, ha defendido prácticamente el mismo camino de actuación que
llevamos reclamando muchos economistas de todas las tendencias en las últimas
semanas.
En un artículo
publicado en el Financial Times el pasado 25 de marzo (aquí), dice que el
coronavirus es "una tragedia humana de proporciones potencialmente
bíblicas" que "una recesión profunda es inevitable" y que el
desafío al que hay que enfrentarse es el de actuar "con suficiente fuerza
y velocidad para evitar que la recesión se transforme en una depresión
prolongada... que deje un daño irreversible". Y con rotundidad afirma que
la respuesta va a implicar implicar un aumento significativo de la deuda
pública porque "la pérdida de ingresos sufrida por el sector privado...
debe ser absorbida, total o parcialmente, por el presupuesto del
gobierno".
Draghi afirma que
"debemos proteger a las personas de perder sus empleos en primer
lugar" pero también es esencial, sigue diciendo, "que todas las
empresas cubran sus gastos operativos durante la crisis, ya sean grandes
corporaciones o incluso más pequeñas y medianas empresas y empresarios
autónomos".
Para que eso sea
posible, Draghi dice que "los bancos deben prestar rápidamente fondos a
coste cero a las compañías que pueden salvar el empleo" y para que eso sea
posible reclama que se movilice todo el sector financiero europeo con la ayuda
de capital si hace falta de los gobiernos.
Si se actúa así,
sigue diciendo, "los niveles de deuda pública habrán aumentado. Pero la
alternativa, una destrucción permanente de la capacidad productiva y, por lo
tanto, de la base fiscal, sería mucho más perjudicial para la economía".
Lo que dice Draghi
es lo que vengo diciendo en las últimas semanas y me alegra que alguien con
tanta información y crédito lo corrobore, aunque no comparto con él el dejar a
un lado al Banco Central Europeo a la hora de dar soluciones (ni tan siquiera
lo cita en su artículo). A mi juicio, es la pieza fundamental para evitar que
ese incremento de deuda que él ve imprescindible se convierta en una losa fatal
pasado mañana. Dejarlo de lado es un error descomunal y tengo la completa
seguridad de que, antes o después, tendrán que rectificar para obligarle a
actuar con toda su potencia.
Coincido, en fin,
con un vaticinio último de Draghi que yo desearía que fuese un simple error de
predicción: "el coste de la vacilación puede ser irreversible".
La situación europea es
muy preocupante no sólo porque sus ministros de economía y finanzas y sus jefes
de gobierno vacilan, sino porque ni siquiera logran disimular ante los europeos
de todas las nacionalidades y grupos sociales para mostrar que, al menos ante
la desgracia, son capaces de darse la mano y de hablar sin reproches para
transmitir mensajes de esperanza, de cooperación y solidaridad. Con su desunión
condenan a sus pueblos y prenden fuego a la Unión Europeo. Será un milagro que
los pueblos no le devuelvan la factura pero, al final, seguro que no la pagan
los burócratas que gobiernan las instituciones europeas sino, otra vez, la
población más débil y necesitada. Están convirtiendo a Europa en una verdadera
desgracia.
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