PARTE DE LA BIBLIA FUE ESCRITA
POR UNA MUJER HITITA
ANA SHARIFE
Moisés pudo ser
traicionado por todos y “asesinado por algún discípulo con la bendición de los
mismos que mataron a Ajenatón”, señala una línea de investigación recién
traducida del senegalés Sogué Diarisso, que refuerza la idea de que el
sacerdote murió martirizado “como ya pensaba en 1922 el biblista y arqueólogo
Ed Sellin, quien haría un descubrimiento capital encontrando en el libro del
Profeta Oseas (siglo VIII a.C.), las trazas indudables de una tradición según
la cual Moisés encontró un final brutal durante una revuelta”.
El recuerdo de
Ajenatón, el faraón hereje que lo protegió, quedó borrado y “ocultaron sus
orígenes egipcios” por temor, señala en La revolución del faraón Ajenatón y el
moisés bíblico (2018). Varios siglos después de aquella expulsión se
reescribiría la historia de Egipto en la Torah. Según Roger Sabbah, egiptólogo,
arqueólogo y descendiente de una larga línea de rabinos, por sacerdotes
egipcios, quienes, frente a la amenaza persa quisieron salvar la fantástica
visión del mundo a través de mensajes codificados.
“La búsqueda de
consensos con los pueblos que abrazaron la espiritualidad egipcia, aun conservando
sus tradiciones, debió llevar a los redactores de la Biblia a injertar sus
historias”. Por eso se aprecian diferentes estilos y lenguajes, contradicciones
y duplicados.
El mismo
historiador Harold Bloom sostiene en El libro de J (1990) que “parte de la
Biblia la escribió una mujer”, al menos lo que ahora conocemos como Génesis,
Éxodo y Números. “Lo que ella escribe fue censurado, revisado y frecuentemente
abrogado o distorsionado por una serie de redactores a lo largo de cinco
siglos, culminando con Ezra, o uno de sus seguidores, en la época del regreso
del exilio babilonio”. Posiblemente una mujer hitita, quizá Betsabé (sugiere un
reseñista del escritor) que retrató a Yahvé con una insólita “libertad e
ironía”.
Hoy, un estudiante
de Historia del Arte, de Literatura o Filosofía e incluso de Cine estaría
perdido si no supiera nada de la Biblia. Sus textos impregnan toda nuestra
cultura, y se perdería excelencias literarias como el Libro de Judit, o El
Cantar de los cantares, una celebración del amor furtivo de dos amantes.
El escritor
senegalés señala que “las corrientes más modernas sobre el estudio de la
Biblia, sobre todo las obras de Philip R. Davies, Niels Peter Lemche y el
arqueólogo bíblico Israel Finkelstein consideran que todos sus libros,
especialmente la historia del Éxodo, la Conquista y los reinados de Saúl, David
y Salomón fueron compuestos en un período tardío (entre la conquista asiria y
el dominio persa) sobre la base de viejas leyendas alteradas para legitimar las
reformas religiosas de la época”.
Por eso, en sus
páginas encontramos numerosos relatos sumerio-mesopotámicas, entre ellos el
diluvio universal, que procede de la narración acadia en verso del Poema de
Gilgamesh, o la elegía babilónica Enûma Elish, que narra el origen de la
creación, de enorme influencia en el Génesis. E incluso la leyenda de la
infancia de Moisés, tomada de una antigua leyenda sumeria donde Sargón de
Acadia (el fundador del Imperio Acadio) sería abandonado en una cesta en el río
al nacer (2270 a. C.).
El faraón hereje
“Por favor sácame
de estas minas” fue la súplica inscrita en alfabeto semita por un esclavo que
imploraba ayuda al Dios hebreo. Hallada en una pared de una excavación
arqueológica en Sarabit al-Jadim (Sinaí egipcio) donde en la antigüedad se
extraía turquesa, su lamento nos sacuden desde el fondo del tiempo.
Tanto Messod y
Roger Sabbah como Sigmund Freud coincidieron en señalar que los caracteres
hebreos procedían de una adaptación de los jeroglíficos a las escrituras
fenicias, y que el pueblo hebreo tiene su primer núcleo en estos hombres, los
primeros adeptos de un joven faraón que vendría a revolucionar la religiosidad
de su tiempo: Ajenaton (1353-1336 a. C.), un soberano que cuestionaría la
cosmogonía ancestral de Egipto y consagraría su fe a un solo Dios, Atón, un ser
supremo que se relacionaba con la existencia de forma tierna y bondadosa.
El nuevo faraón
pone a un destacado y rebelde sacerdote, Osarsif Marmusé, al mando de los Nueve
Arcos (pueblos tradicionalmente hostiles a Egipto), quien llama a los hicsos
establecidos en Canaán (actual Israel y Palestina) con quienes levanta un
poderoso ejército. Egipcios, hicsos, hititas y habirus, entre otros, empiezan a
disfrutar de los mismos derechos bajo la protección de Ajenatón. Todo el pueblo
tiene acceso a la muerte osiriana, una fusión con la luz divina anteriormente
reservada para la élite. Tanto el cronista romano Manetón (siglo III a.C.),
como el egiptólogo Jean-Charles Coovi Gómez señalan a Osarsif como el verdadero
Moisés, quien tomará su nombre más adelante.
“Princesas, mujeres y esclavas extranjeras
elegidas por su belleza se instalan en Ajet-Aton, la nueva capital del imperio.
El cortejo de sirvientas que las acompañan aumenta la población femenina”. La
ciudad se convierte en pocos años “en un auténtico paraíso, un jardín de Edén,
poblada con las mujeres más bellas del mundo”, cuenta Messod y Roger Sabbah en
Los secretos del Éxodos (2000).
El faraón organizaría
todo para atraer a la élite egipcia a su ciudad, a la que sería la primera
religión monoteísta de la historia, y distribuye equitativamente joyas y bienes
materiales entre sus habitantes. “El papel de la mujer es cada vez más
importante en la sociedad y se asiste a una primera voluntad de igualdad de
género”, señala Juan-Claude Berk en La aventura amarniana de Akenatón (1975).
En África: la unión
de Jesús y Mahoma (2018) Diarisso recuerda que, según el cronista romano,
“Osarsif terminaría siendo destituido por el clero de Tebas”, sacerdotes que
despreciaban a los pueblos de los Nueve Arcos, a quienes Moisés y su faraón
habían protegido, muchos de ellos sufridos esclavos, canteros y constructores
de pirámides que hasta entonces vivían confinados en los trabajos de
excavaciones, sin siquiera poder fundirse con la luz divina al morir.
En conexión, las
contemporáneas Cartas de Amarna, correspondencia diplomática grabada en
tablillas de arcilla, describen bandas asaltantes de habirus atacando territorios
egipcios. Roger Sabbah señalaría en Los secretos de la Biblia (2004) que el
faraón es asesinado y su gente expulsada de Egipto. La ciudad fue
repentinamente vaciada tras la muerte del faraón y Osarsif (Moisés) y sus
hombres forzados a abandonar Egipto, perdiendo el imperio parte de su élite
depositaria de las tradiciones, del saber y de los misterios.
Dios: un personaje
literario
El investigador
senegalés recuerda que historiadores como Tidiane Ndiaye y Yaïr Zakovich hablan
de Moisés y el Éxodo como ficción literaria basada en la historia real de los
ancestros de los hebreos, especialmente los que siguieron al escriba Beya. Este
ayudaría a la viuda del faraón Seti II (1204-1198) y nieto de Ramsés II a que
su hijo heredara el trono, pero tras la oposición del general Sethnajt y el
desencadenante de una guerra civil, Beya huye con su gente a Etiopía (hechos
registrados en los anales egipcios), convirtiéndose “los falashas en los negros
errantes del pueblo judío”.
La explicación a
toda esta “situación marginal dentro de la Biblia”, prosigue, “hay que buscarla
“en la persistencia de la persecución de los sacerdotes egipcios en Egipto,
Babilonia, Canaan, etc., y la voluntad de distanciarse de ellos. Perseguidos
por todo el contorno de la cuenca mediterránea se van diseminando en las
profundidades de África y un poco en Asia, dejando a otros pueblos apropiarse
de su historia y reescribirla a su antojo”. Verán todas sus hipóstasis
suprimidas “y ni el Sol quedará rezagado”.
De esta dispersión
de sacerdotes egipcios nacerían el resto de profetas: en el siglo VI a.C. se
sitúan todos los movimientos religiosos destacados. Buda, un sacerdote egipcio
expulsado por Menfis (525 a.C.), Confucio en China, Zoroastro en Irán. Y la
adoración a Dios sería la adoración a un personaje literario adulterado por
sacerdotes revisionistas y escribas culturales a lo largo de los siglos.
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