SON COMO NIÑOS
DAVID TORRES
Ayer domingo los
niños salieron a la calle en tromba como no se veía desde 1983. Quizá desde
antes, porque no había tanto niño junto en las ciudades españolas desde que
salíamos a jugar con espadas de madera allá a finales de los setenta. Por aquel
entonces la calle era nuestro hábitat natural: los críos nos pasábamos todo el
santo día fuera de casa jugando al trompo, a las chapas, a la lima, a las
bolas, al dólar, al rescate, a churro media manga manga entera y a otros
pasatiempos sumamente peligrosos para la pedagogía, la autoestima y la columna
vertebral. En mi barrio poníamos petardos en las mierdas de perro y
disparábamos piedras con trabucos manufacturados a base de botellas de leche:
una noche yo dejé tres calles a oscuras de una sola pedrada, una hazaña que
profetizaba varias escenas de Acorralado, con Rambo derribando helicópteros,
degollando perros por deporte y recordando el tiempo en que Vietnam era una
fiesta.
Por eso mismo, por
el riesgo de dejarnos sueltos en la jungla de asfalto, fue que la informática
se desarrolló a velocidad de vértigo y muy pronto las tristes raquetas de tenis
electrónicas y las lamentables pantallas de comecocos evolucionaron hasta las
complejas escenografías en tres dimensiones y pico que disfrutan los críos de
hoy día en sus hogares. Rara vez se ve ahora un triciclo o una bicicleta en el
exterior, salvo en las películas de Garci. Probablemente habría muchos niños
que ansiaban jugar al fútbol en el césped en lugar de en la Wii, pero este
domingo fueron los padres quienes tomaron los parques por asalto con la excusa
de que los hijos se les estaban acartonando entre cuatro paredes: más de uno se
pintó unas pecas y se puso pantalones cortos para subirse al patinete y
recobrar la infancia perdida. No hay como que te prohiban algo para que te den
ganas de pasarte la prohibición por el arco del triunfo, aunque te vaya en ello
la salud, la vida, las estadísticas y el sistema sanitario en conjunto.
La mayor parte de
los niños que rabiaban por salir a la calle habían rebasado ampliamente las
cuatro décadas de edad, algunos incluso ya estaban instalados en la tercera.
Por eso unos cuantos firmaron un manifiesto el viernes para tronar contra la
dictadura del confinamiento, a pesar de que las cifras demuestran que el
encierro doméstico ha resultado el arma principal contra la pandemia del
Covid-19. Ocurre que, por esos caprichos de la democracia, este ejercicio de
reclusión forzosa ha sido impuesto por el gobierno equivocado, cuando la
derecha lleva acariciando el sueño húmedo del autoritarismo desde que Fraga
proclamó que la calle era suya. En buena parte, los abajo firmantes son los
mismos amantes de la libertad que impusieron la ley mordaza, azuzaron a los
antidisturbios contra los manifestantes en Madrid y en Barcelona y pusieron entre
rejas a cantantes y titiriteros.
Entre ellos, aparte
de Rosa Díez, Esperanza Aguirre, Albert Rivera, Cayetana Álvarez de Toledo y
Vargas Llosa, destaca la firma del ex presidente del gobierno, José María
Aznar, que se saltó el confinamiento con su esposa Ana Botella desde el primer
minuto de partido, porque a él nadie le va a decir si puede coger el coche o el
patinete borracho perdido. En uno de sus monólogos magistrales decía Pedro
Reyes, que en paz descanse, que el hombre, para desarrollarse, tiene que ser
primero niño, a excepción de José María Aznar, que cuando era un niño parecía
un hombre, y ahora que es un hombre, piensa como un niño. Es primavera, sí,
pero hay capullos que nunca florecerán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario