“LA PIEDRA DEL CAMINO”
POR JOSÉ
ALMEIDA
septiembre 95
“La piedra del camino”, en su origen un
conmovedor relato corto, ha pasado –gracias a la generosidad de su autor- a ser
una conmovedora novela corta. Esto es así –en contra de lo que digan los puristas
de turno en cuanto a la no conveniencia de la alteralidad del texto original-
porque VR siempre ha pensado que el autor tiene toda la potestad para perfilar
los textos literarios mientras lo crea conveniente.
Así, conocemos dos versiones de su ya
clásica novela “Nos dejaron el muerto”; y ahora nos regala una segunda
versión de “La piedra del camino”, con ilustraciones del pintor Alfredo Sánchez, editada dentro de la colección Tayri y Airam, por Benchomo.
“La piedra del camino”, expresión
sacada de una famosa canción mexicana –“El rey”- de su gran maestro José Alfredo Jiménez, sirve de título para
esta desasosegadora historia sobre lo que significa la impotencia de
enfrentarse a los poderes fácticos, que muy bien pudieran ser la Banca, la
Iglesia, el Ejército, la Mafia, etc…; pero que, en este caso, se concretiza en
la policía, siempre al servicio de esos otros poderes y siempre en contra de
las ansias liberadoras.
En
el título, a modo de rumor o murmullo enriquecedor, va implícita otra
enseñanza: “Mi palabra es ley” y “No hay que llegar primero, sino saber
llegar…”. Toda una declaración de principios para esta sociedad que nos
hemos dejado construir, donde lo principal es llegar a cualquier precio, pero
llegar el primero, causa y origen de otros males mayores, como son la
competencia feroz y una permanente insolidaridad que sólo puede desembarcar en
un peligroso estado de ansiedad de frustración.
Por otro lado, “Mi palabra es ley”, nos
anuncia en cierta forma lo que será la base del argumento: la palabra del
protagonista se contrapone a la del policía, prevaleciendo ésta, aun sin razón
y en un clarísimo ejercicio de abuso de poder.
“La piedra del camino” se inicia con la
voz del protagonista, que nos sitúa en la historia y la acota temporalmente: “…
mañana, diez de enero de mil novecientos
setenta y nueve…”, dato importante porque nos delimita el contexto político
y social en los que se desarrollan los hechos narrados: España y Canarias viven
períodos muy críticos debido a que todavía ondea la sombra de la larga noche
del franquismo.
Al
principio del capítulo primero obtenemos la situación geográfica: es una
historia que se desarrolla en Canarias, concretamente en la ciudad de Las
Palmas de Gran Canaria, protagonizada por un hombre joven que debe vivir en lo
que se conoce como “Los Riscos”, por lo tanto de clase social baja, más o menos
analfabeto y marginal y, por supuesto, sin conciencia de su sometida condición:
tantos han sido los años de opresión y esclavitud, de hambres y penurias, que
hasta ya se ve y se vive como normal que así sea. (Y eso sin contar la pésima
influencia de la ideología católica sobre las conciencias y las acciones en lo
que se refiere al arraigado sentimiento de resignación y de culpa).
Es importante resaltar cómo define
Víctor Ramírez al varón protagonista y a la esposa de éste, Rosa Elena, porque esas características se
pueden extrapolar al hombre y a la mujer del Archipiélago. Así tenemos que “el hombre joven, cuando sueña, no atiende
advertencias ni consejos”, y por lo tanto mucho más idealista, frente a su
esposa Rosa Elena, mucho más práctica y realista: “Pero Rosa Elena vuelve a decirle que ponga los pies en el suelo”.
Podríamos
decir que “La piedra del camino” se desarrolla en dos planos narrativos o, lo
que sería lo mismo, nos encontramos con dos historias paralelas: por un lado,
la historia de cómo llegó a ser acusado ‘el hombre joven’ de manera injusta por
una supuesta “mala maniobra
malintencionada, y también de insulto y desacato a la autoridad, con escándalo
público”; y, por otro, el relato de la preparación de un viaje vacacional
que planean la pareja protagonista.
Normalmente cabe decir que aparte de
introducir en la novela la forma
coloquial de expresarse la gente de “Los Riscos”, hace uso de palabras
exclusivas de la lengua canaria. Por otro lado, también podemos distinguir dos
voces principales: la del narrador, que sirve de lazo de unión entre las dos
historias, y la del protagonista, ‘el
hombre joven’, que nos va contando cómo sucedieron los hechos por los que
fue denunciado.
Otro
hecho que merece considerarse es la circunstancia de que del protagonista no
conocemos su nombre. Siempre que se hace referencia a él se dice ‘el hombre
joven’. Esta determinación por no mencionar el nombre del protagonista se podría
interpretar como un recurso utilizado por el autor para hacer más patente la
indefensión en la que se encuentra el protagonista.
Por último, sólo invitarles a que se
adentren en esta bella y conmovedora novela de Víctor Ramírez. Y la pregunta
que insidiosamente machacona nos acoge, de si es verdad que estamos tan
desamparados ante ciertos poderes, se vuelve preocupantemente afirmativa.
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