viernes, 17 de abril de 2020

TOCOMOCHO 19


TOCOMOCHO 19
JM AIZPURUA
Encerrado en la vivienda sin otro encargo que lavarte las manos, es inevitable que se te quede cara de memo.

Y esperando que SM el bicho tenga a bien inocularte, los viejos nos hacemos muchas preguntas ¿Para que vivir abrumado y apastillado? ¿No será mejor morir tranquilo que entubado y asfixiado?
Continuamente nos dan la murga de que somos caros para la sociedad, olvidando que esta existe por nosotros, y año a año nos sisan en las pensiones, subiendo un chin que anulan con la retención y cada vez tenemos menos. Les sobramos. Nos hacen sentir como un pangolín en el mercado.
El Covid19 les arreglará algo las cuentas, pero es preciso que los que queden se planteen su inexistente futuro. Vivimos mucho porque nos asaetan a pastillas que nos mantienen en un antinatural estado de dependencia y a algunos almacenados en asilos donde su alma se quiebra y sus recuerdos le abrasan. ¿Para que vivir sin vida?

75 u 80, son límites en los que la falta de salud hace insufrible la enfermedad que será la rémora de otro ser que tiene derecho a vivir la suya sin dependencias.
Pero cada persona mayor tiene su derecho personal a enfocar sus últimos años, siempre que ello no limite el de sus seres queridos o el Estado. Si puede sostenerse y lo quiere; adelante. Pero si su existencia hipoteca la de otros ¿es éticamente razonable?
Yo cuando veo al que cumple los 100 y le hacen fiestas, no puedo evitar el sentir pena por quien seguro fue un tigre y hoy es una caricatura empastillada ya lejos de la grandeza que tiene un ser humano.
Yo ya hice de todo lo que fui capaz en mis 70 años. Lo que sigue ya no es interesante ni para mí; es más de lo mismo. Contar, que puede tener su interés, se hace en poco tiempo, por lo que la eutanasia aparece como recurso efectivo contra el parasitismo social. Pero voluntaria y meditada. Para mí, campeón de 100 metros y senderista empedernido, no poder andar se me hace incompatible con vivir. Y no ver; algo cruel. Y a ese destino me dirijo.
A mí que siempre fui valiente, esa pastillita salvadora, que impide que tu naturaleza destruya lo que en muchos años construiste; tu dignidad, para que no se vea arrastrada por los suelos, en un gagaismo galopante que te pone a los pies de los caballos. A mí me gusta la pastillita.
Su equivalente el suicidio, es algo que no debe producirse pues será muy doloroso para la familia que puede verse responsable y sentir remordimientos sobre algo que es natural: la necesidad de cortar con un camino destructor de la vida digna.
Pero estas reflexiones no sé cómo se verán por esas mozas que hoy quieren llegar a casa solas y borrachas. Y al día siguiente, con la resaca: lo verán peor.




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