ESE OSCURO OBJETO DE DESEO
La
censura no puede ser un instrumento de lucha feminista,
y el Código Penal no es
un buen aliado de las mujeres
CRISTINA GARAIZABAL
El deseo de las
demás es cutre, amigas, el mío no. Con esta irónica afirmación, cinco bolleras
del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid presentamos en 1988 una
ponencia cuyo contenido sigue teniendo vigencia.
El objetivo era
cuestionar posiciones feministas que abogaban por la censura de la pornografía.
Estábamos en contra de la censura y discrepábamos de un análisis simplista de la sexualidad que consideraba
las fantasías sexuales como una expresión de las prácticas reales y despojaba
el impulso sexual de la carga de deseo, de simbolismo y de relación con el
inconsciente que tiene. Pues bien, por desgracia, muchas de estas ideas siguen
presentes y han alcanzado una magnitud muy superior a la que entonces tenían.
Hoy sigo creyendo que la censura no puede ser un instrumento de lucha
feminista, y el Código Penal no es un buen aliado de las mujeres.
Me gustaría hablar
de sexo, del deseo, de sus aspectos oscuros, violentos y tenebrosos, que podría parecer que choca con nuestros
ideales feministas, pero que nos producen un intenso placer. ¿Qué significan?
¿Qué hacemos con ellos? ¿Son solo producto del heteropatriarcado? No lo creo:
podemos transitarlos, gestionarlos y jugar con ellos y no flagelarnos o
reprimirlos. El deseo no tiene género; las mujeres cis no tienen deseos y
fantasías muy diferentes de los de los hombres cis ni los de las personas
trans. La ética y los valores que intentamos que guíen nuestras vidas no pueden
servir para juzgar nuestros deseos, sino para orientar nuestro comportamiento.
Porque el problema está en cómo gestionamos nuestros deseos, qué hacemos con
ellos, cómo los movemos. Lo que en realidad importa son nuestras actuaciones,
ya que son las que pueden resultar opresivas, denigrantes, discriminatorias.
Resulta preocupante
que, para hacer hincapié en que se ha producido una violación, se condene
también, a veces, el acto sexual en sí y
no solo la ausencia de consentimiento
En los primeros
análisis feministas, pusimos mucho énfasis en la crítica a la desexualización
de las mujeres. La ideología heteropatriarcal decía que la sexualidad femenina
era menos explícita, más difusa y a las mujeres se nos colocaba en el papel
pasivo, esperando siempre que la iniciativa la tomara el otro (un hombre por
supuesto), dejándonos a nosotras el papel de consentir o no. Muchas no nos
sentíamos del todo reflejadas en esas descripciones, pero las generalizábamos, sin tener en cuenta que
una cosa son los mandatos hegemónicos y otra muy diferente es qué hacemos con
ellos. Hoy las cosas han cambiado mucho en este terreno y la diversidad se ha
hecho más visible. Teniendo esto en cuenta, ¿podemos decir que todas las
mujeres tenemos las mismas vivencias sexuales? ¿Se puede generalizar la idea de
que las mujeres somos seres menos
sexuales? Y aún más, ¿podemos considerar que existe una sexualidad feminista?
¿Hemos de hacer bandera de determinadas prácticas sexuales frente a otras?
Desde mi punto de vista, contestar afirmativamente a estos interrogantes
implica seguir estableciendo nuevas normas que estigmatizan a aquellas
sexualidades disidentes, con los sufrimientos que esto provoca a quienes las
practican. Por otra parte, ¿quién determina cuál es la sexualidad feminista y
en nombre de qué principios?
Al hablar de la
sexualidad, hay que diferenciar muy claramente la sexualidad de las agresiones
sexuales. Agredir se puede hacer a través de la sexualidad y de cualquier otra
faceta del comportamiento humano, y lo que define una agresión es la imposición
mediante la violencia o la intimidación de la voluntad de una persona sobre
otra. Resulta, por ello, preocupante que, para hacer hincapié en que se ha
producido una violación, se condene también, a veces, el acto sexual en sí y no solo la ausencia de
consentimiento. Así ha ocurrido en las movilizaciones contra la sentencia de la
‘manada’ de Pamplona, cuando algunos sectores del feminismo aseguraban con gran
convicción que ninguna mujer puede consentir tener sexo con un grupo de chicos.
También en la sentencia del caso Arandina el énfasis se ponía en afirmar que se
trataba de sexo entre una menor y hombres adultos. Y en el caso de las
trabajadoras del sexo, se considera nuevamente que ninguna mujer puede
consentir dedicarse a ello voluntariamente. No es esta mi opinión. Creo, por el
contrario, que puede ser legítimo tener sexo con varios hombres o que una chica
de 15 años lo tenga con un chico de 18 o que haya mujeres que decidan dedicarse
al trabajo sexual. Siempre que las prácticas sexuales sean consentidas, no
tengo nada que objetar.
Y no hay que
olvidar que la sexualidad y todos los comportamientos humanos tienen una
estrecha relación con la agresividad. La agresividad forma parte del ser humano
y negarlo no es buen punto de partida. En cambio, aceptarla en nosotras y jugar
con ella en el sexo, en el deporte, en nuestras fantasías, etc… nos ayuda a
gestionarla, a transitarla, a modularla y a elaborarla para evitar así, en
muchos casos, convertirnos en personas violentas.
Qué hacer con la
pornografía y especialmente cuando acceden a ella menores.
En primer lugar, la
afirmación de que existe una relación causa-efecto entre la pornografía y el aumento
de la violencia es más que discutible. Me parece también discutible aceptar el
porno escrito pero no el filmado “porque en este último hay mujeres reales
implicadas” o defender determinadas prácticas violentas en las que se juega con
el poder y el control cuando el sexo es
entre mujeres, pero condenarlas en las relaciones heterosexuales porque, como
algunas dicen, “entre un hombre y una mujer el poder difícilmente puede ser un juego”.
La afirmación de
que existe una relación causa-efecto entre la pornografía y el aumento de la
violencia es más que discutible
Ahora bien, creo
que lo que nos inquieta realmente es saber qué pasa cuando son los menores
quienes acceden a la pornografía y la influencia de esta en la construcción de
su sexualidad. Ante este problema, intentar prohibirles el acceso no es la
solución, entre otras cosas, porque parece algo imposible. En mi opinión, la
solución pasa porque entiendan que el porno es fantasía y que la realidad va
por otros derroteros. La educación en valores, el respeto a los deseos de la
otra persona, romper los tabúes que aún hoy rodean la sexualidad y que impiden
hablar abiertamente de ella son la vía para evitar las consecuencias indeseadas
que puede tener su consumo en adolescentes.
La censura para
combatir los contenidos artísticos que se consideran machistas.
La libertad de
expresión y, más en general, la lucha por las libertades y la igualdad de
derechos son valores fundamentales en los que deberían asentarse las propuestas
feministas. La lucha por las libertades está intrínsecamente ligada a la lucha
por las transformaciones sociales y económicas. La libertad para poder ser,
para pensar y para decidir tiene que ser uno de los ejes centrales del
pensamiento feminista. Prohibir las actuaciones de determinados artistas porque
sus obras nos parecen machistas me parece un camino peligroso, especialmente en
la actualidad, cuando vamos viendo ciertas derivas antidemocráticas y
autoritarias por parte del Estado y una
derecha cavernícola que basa su acción precisamente en el recorte de las
libertades y en las prohibiciones. Además, ¿quién decide lo que se considera
machista? ¿Canciones que exaltan el sexo duro y explícito? ¿Por qué esto es
machista? Quizás porque se parte de que son canciones dirigidas a los hombres y
que ninguna mujer puede sentirse interpelada por ellas desde una posición
activa y empoderada. Así se vuelve a caer una vez más en la idea de que la sexualidad explícita es una
agresión a las mujeres, ya que la
sexualidad femenina es más sensual que sexual y está siempre ligada al amor.
Pero, incluso
aunque estemos ante una producción artística claramente machista, la solución
no es la censura. La solución pasa por convencer y discutir críticamente estos
contenidos, no por recortar la libertad de expresión. Creo que esta libertad
solo puede ser limitada cuando incita abiertamente a la violencia. Incluso la
incitación al odio me suscita dudas.
La generalización
de la idea de que “los espacios públicos de las ciudades son muy peligrosos
porque nos violan y nos matan”
Entre los buenos
propósitos de denunciar y alertar a las mujeres sobre la violencia sexual a
veces se cuelan determinados mensajes que no ayudan a reforzar nuestra
capacidad de agencia en este terreno. Por el contrario, desatan el miedo en las
mujeres, paralizan, bloquean la iniciativa e impiden la toma de decisiones.
Parto de que las vivencias sexuales son complejas y más para quienes habitamos
la categoría mujer. En muchas mujeres, como dice Carole S. Vance en el libro Placer y peligro (Ed. Revolución, Madrid,
1989), las vivencias sexuales son claramente contradictorias, moviéndose entre
el placer que la sexualidad provoca y el peligro que suscitan las consecuencias
indeseadas: los embarazos, las infecciones, las agresiones sexuales, pero
también, y esto es muy importante para nuestro horizonte feminista, la
sensación de miedo y peligro que nos puede provocar salirnos de la norma y
desear aquello “prohibido” por la ideología heteropatriarcal.
La acción feminista
no puede basarse solo en alertar de los peligros, tiene que apostar muy
claramente por el placer y la libertad sexual, especialmente para las mujeres.
La lucha contra las agresiones pasa por desarrollar nuestra capacidad de
agencia en este terreno, por desarrollar nuestra autonomía, por tomar el
espacio público y hacernos visibles como seres sexuales, por ir vestidas como
nos apetezca y educar a las personas en que eso no implica que vayamos
“buscando guerra”, muchas veces nos gusta tan solo ser miradas porque cuando se
quiere ligar, además de la manera como se va vestida se ponen en danza otras
señales. Esta es la acción principal y no seguir tipificando como delito,
calificándolas como agresiones, todas aquellas conductas que nos resultan
molestas. Como quiere hacer la ministra de Igualdad, Irene Montero, proponiendo
un nuevo delito cuando en los espacios públicos se realicen “proposiciones,
comportamientos o presiones de carácter sexual que, sin llegar a constituir un
trato degradante ni atentado contra la libertad sexual, crean para la víctima
una situación intimidatoria” (El Periódico 23/01/2020). No podemos convertir en
delito todo aquello que nos molesta, el camino es afirmarnos y enfrentarnos a
ello.
No podemos
convertir en delito todo aquello que nos molesta, el camino es afirmarnos y
enfrentarnos a ello
Azuzar los miedos
no es el camino. La vida es riesgo, y el ejercicio de la libertad puede llevar
a correr ciertos riesgos: saberlo, ver si podemos afrontarlos, estar
preparadas, autoprotegernos… pero no renunciar a la libertad. La protección es
necesaria en algunos casos, pero hemos de ser conscientes de que esta
protección se puede contraponer a la libertad y anularla. ¿Cuándo reclamar
leyes que nos protejan? ¿Cómo formular aquello que precisa claramente de una
respuesta penal, por ejemplo la violación?
¿Qué competencias le otorgamos al Estado? En todos estos debates, partir
de una sana desconfianza hacia el proteccionismo estatal me parece
imprescindible. Quizás porque sé lo que significó vivir en la sociedad
franquista en la que, con la excusa de protegernos, se nos impedía ejercer
nuestra libertad.
Agresiones
sexuales: el consentimiento. Solo sí es sí.
A partir de la
sentencia de la ‘Manada de Pamplona’ se ha puesto sobre el tapete la necesidad
de reformar el Código Penal en lo relativo a las agresiones sexuales. ¿Es
realmente necesario? ¿Es el Código Penal lo que está mal o es su aplicación? La
necesidad de esta reforma se argumenta haciendo especial hincapié en el
consentimiento, lo que me parece correcto, pero siempre que se tenga en cuenta
que el consentimiento es un tema con muchas aristas, su plasmación legal no es
fácil y, según cómo se formule, podemos volver a escrutar más a la víctima que
al acusado. En los debates actuales vuelven a aparecer algunas ideas cuestionables.
En su definición, consentir es “asentir con conocimiento, permitir algo
sabiendo de lo que se trata” (como se puede ver la iniciativa de la acción
recae sobre el otro). No hay problema si lo consideramos en sentido general.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando se utiliza fundamentalmente para expresar la
voluntariedad o no de las mujeres en una relación sexual? Porque parece que la
facultad de consentir es patrimonio exclusivo de las mujeres. Esta preocupación
aumenta cuando acaba expresándose mediante la consigna “solo sí es sí”.
El feminismo
mayoritario aboga últimamente por cambiar el “NO es NO” por la consigna de “Solo SÍ es SÍ”. Este cambio se presenta como
una manera de hacer hincapié en la falta de consentimiento de la víctima en el
delito de violación, y tenemos sobre el tapete una ley sobre las libertades
sexuales basada en ello, según ha declarado Irene Montero, ministra de
Igualdad. ¿Qué implica este cambio? En primer lugar, parece que se parte de
que, en el caso de las mujeres, lo habitual frente a la sexualidad es el NO y,
salvo que sea muy explícito el SÍ, no hay consentimiento. Nuevamente se vuelve
a reproducir la idea de que la sexualidad no va con las mujeres, dando por
buena la contención sexual de muchas mujeres
y estigmatizando a todas aquellas que se muestran sexualmente explícitas
y activas.
Por otra parte,
parece presuponerse que a las mujeres les cuesta decir NO. Quizá a algunas les
cueste, pero la solución es aprender a poner límites, no pedir al Estado que
los ponga por nosotras. Generalizar esta intervención del Estado y partir de
ello es esencializar la categoría mujer y colocar a estas como seres
vulnerables, incapaces de expresar lo que queremos. Pero más allá de las ideas
de fondo, ¿cómo puede llevarse esto a la práctica? La necesidad de expresar “la
voluntad expresa de participar en el acto sexual”, como se plantea en el
borrador de la nueva Ley del Ministerio de Igualdad, parece difícil de llevar a
la práctica. ¿Se tiene que consentir cada acto? ¿Ha de preguntarse a cada paso
si se consiente y si no se pregunta es una agresión? ¿El deseo siempre se
expresa claramente en un SÍ o un NO? Es posible que estas prevenciones acaben
matando el deseo y el juego sexual. La falta de consentimiento ha de quedar
suficientemente demostrada cuando exista violencia o intimidación y no parece
justificado que se plantee que hay violación cuando no se den esas
circunstancias. Además, con esta argumentación, también el ejercicio de la
prostitución podría ser considerado delito.
Me preocupan estas
ideas, sobre todo cuando se dicen al calor de la reforma del Código Penal en lo
referente a las agresiones sexuales y especialmente cuando se menciona Suecia
como modelo. Allí han reformado su Código Penal y han plasmado legalmente el
“Solo sí es sí” introduciendo el
concepto de “violación negligente”, por la que el autor podrá ser condenado
porque debería haber sido consciente de que la otra persona no consentía,
siendo suficiente con que el fiscal pruebe “que las circunstancias eran tales
que el autor debió haber entendido que no había consentimiento”. ¿Ayuda esto
realmente a reforzar la capacidad de decisión de las mujeres1? Estamos ante una
reforma del Código Penal en la que lo que está en juego es la privación de
libertad y los años de cárcel. Al afán punitivo de una parte del feminismo se
une un nuevo puritanismo que reproduce la posición femenina menos sexual y más
pasiva.
Por último quisiera
mencionar otro problema que frecuentemente surge cuando hablamos de la defensa
de las libertades. A Hetaira, colectivo en defensa de los derechos de las
prostitutas fundado en 1995, muchas veces se le acusaba de neoliberal cuando
defendía las decisiones de las trabajadoras sexuales, porque se decía que la
libertad era un privilegio al que solo podían aspirar las clases altas, ya que
“las mujeres pobres no podían decidir”. Nada más equivocado y tergiversador.
Por el contrario, creo que la idea de que la pobreza impide la toma de
decisiones no deja de ser una manera elitista y autoritaria de situarse por
encima del resto de personas para decidir por ellas qué es lo que más les
conviene. Esto es lo que sucede, por ejemplo, en el debate del trabajo sexual.
Soy de la opinión de que todas las personas tenemos capacidad para decidir
sobre nuestras vidas, aunque las posibilidades de ejercer esta capacidad no
sean iguales para todas. Y de lo que se trata es de apostar porque esta pueda
ampliarse precisamente en aquellos sectores de la población que están más
marginados y excluidos de la riqueza y de los derechos de los que gozan el
resto.
Apuesto por un
feminismo inclusivo, radical, que cuestione las estructuras que reproducen la
desigualdad, la exclusión y la marginación; que defienda firmemente las
libertades para toda la ciudadanía y amplíe los márgenes de decisión de aquellos
grupos más marginados y oprimidos; que
tenga como centro a las personas excluidas y discriminadas por el
sistema de géneros binarios; que apueste firmemente por la libertad sexual, sin
moralinas o normativas que estigmatizan; y que tenga especial preocupación por
los sectores más empobrecidos y excluidos del reparto de la riqueza.
––––––-
1. Eithne Dowds,
profesora de Derecho de la Queen’s University en Belfast, plantea que en la
práctica a la hora de demostrar si hubo o no consentimiento, se puede acabar
escrutando más a la víctima que al acusado”.
Cristina Garaizabal
es activista feminista. Cofundadora del Colectivo
No hay comentarios:
Publicar un comentario