LOS MISERABLES
JORGE BEZARES
La mayoría de los
españoles está viviendo la pandemia como una tragedia. Normal, tantos muertos,
sobre todo los abuelos, no es para echar unas risas sino para llorar a lágrima
viva.
Y más con el
desastre económico que dejará el coronavirus, que, como siempre, se cebará
también con los más pobres por los siglos de los siglos.
Sin embargo, hay
una minoría que vive esta tragedia como una oportunidad. Sí, como un pretexto
para difundir bulos, mentiras y críticas exacerbadas, y para expandir el odio
como la Covid-19. Escondidos tras una mata en las redes sociales, nos vomitan
encima a todas horas.
Me refiero a los
dirigentes del PP y VOX –parece que Ciudadanos ha recogido velas-, y a muchos
de sus seguidores, que no están embarcados en una guerra sin cuartel contra el
coronavirus sino en una guerra de infundios y mala fe contra Pedro Sánchez y su
Gobierno.
Una bajada de la
cifra diaria de muertos o una desescalada de contagios son malas noticias para
estos miserables, que encima nos quieren hacer creer que ellos y solo ellos son
los patriotas, los garantes de la unidad de España, los auténticos españoles,
por colgar en sus balcones una bandera.
La inmensa mayoría
de los medios de comunicación, desde los informativos a los programas magacines
del tipo Ana Rosa –vaya tela marinera: mejor estaría en Sotogrande con la
desbandada clandestina de madrileños-, está haciendo seguidismo de esta mala
baba humana y política a golpe de especulaciones y medias verdades.
¿Información? La justa para vestir el muñeco de unos medios supuestamente
serios y objetivos.
Ni El País,
sacrosanto periódico de centro-izquierda, está a la altura. Leer el artículo de
la segunda página de opinión en Casa Cebrián es encontrarte con que, por
ejemplo, consultar a los expertos puede llegar a ser "obsceno" o que
la rueda de prensa de Pedro Sánchez "difícilmente es concebible en
cualquier país democrático". Esta última parrafada es de Manuel Aragón,
padre del pifostio catalán: fue el miembro del Tribunal Constitucional que
rompió la mayoría progresista y de aquellos barros, estos lodos. Ahora, por lo
visto, quiere darle al Gobierno la mortal con el estado de alarma y la
Constitución. Y no es que le pudiera faltar razón en algo, pero sí autoridad,
sobre todo cuando pretende sentar cátedra sobre el tiempo de duración de una
intervención presidencial.
Una pena que
personas teóricamente progresistas no estén dando la talla en unos momentos
donde había que darla por castigo. Y
darla solo es mostrar un mínimo de lealtad en una situación de catástrofe sin
verdades absolutas, sin manual para controlarla y atajarla, con más
especulación que información fidedigna. Por supuesto que cabe ser críticos –yo
estoy en contra de la actuación del ministro de Cultura-, pero sin practicar el
tremendismo ni el quintacolumnismo que algunos atesoran en sus sesudos análisis
de sus santos culos.
Y no me refiero
solo a Felipe González, que es un caso perdido no ahora que le gusta hasta el
alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida –desinfecta las calles, picha-,
sino desde que le pasaron el bronceador por el yate y se cruzó al lado oscuro
de la fuerza con armas, bagajes y puros.
Demasiados
compañeros tirados al dólar, demasiados atrapados en las redes capitalinas de
asesorías, regalías, paseíllos por tupidas alfombras y mangancias varias.
Y ahí manda, claro,
la patronal, que se ha tirado al monte y ya se opone incluso al ingreso mínimo
vital que pagaría el Estado. Hay que ser miserables –tanto o más que los otros
miserables- para oponerse a que todo ser humano tenga derecho a un mínimo de
dignidad. ¿Para cuándo una remesa de artículos contra la dignidad desde este
progresismo afín a las derechas? ¿O quizás ante toca una andanada contra el
supuesto cambio de régimen que pretende el Gobierno?
El Rey, que es
claro beneficiario de este Gobierno y del propio Pedro Sánchez –el trágala con
la última de su padre con el ‘corinavirus’ es de todo menos de cambio de
régimen-, ya podría sudar la camiseta real un poquito y llamar al orden a los
más notables miserables, súbditos confesos suyos para más inri, para así
defender de forma efectiva una unidad de España que solo ellos, todos ellos,
están poniendo en peligro en estos días de cocodrilos diminutos y grandes
sinvergüenzas.
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