QATAR: ¿QUÉ NO PUEDE EL FÚTBOL?
JHOHAN OPORTO
Dos años y medio del COVID a nivel mundial (marzo de 2020 a julio de 2022); unas Olimpiadas a media máquina en Japón entre julio y agosto de 2021; 6 meses de tensión e intriga económica, política y militar entre Ucrania y Rusia; aprietos políticos y económicos en varias regiones continentales; entre otros hitos de la actual crisis multidimensional en los centros y periferia del desarrollo capitalista, no podrán interrumpir el movimiento de intereses y pasiones populares en torno al balón futbolero entre noviembre y diciembre de 2022.
La contradicción
entre negocio y alivio recreativo tiene en Qatar 2022 un referente de novedad
que tiene al menos una década alimentando reflexiones de la crítica a la
producción del espectáculo futbolístico y las formas en que éste se consume por
las masas. El corazón reflexivo de esta contradicción se sostiene en la
relación inversamente proporcional de Qatar, desde la perspectiva occidental,
como meca de lo más alto, exclusivo y espectacular desarrollo de la ciencia y
la técnica, y a la vez como infierno de los derechos, el trabajo, el
pensamiento crítico, entre otros. Y, desde la perspectiva regional árabe, como
meca del apoyo al islamismo y sus brazos radicales yihadistas y talibanes, y a
la vez peligro y amenaza para la estabilidad y prosperidad de las naciones en
la zona (Egipto, Arabia Saudita, Emiratos).
Ya sea por
propaganda circunstancial o por una mirada totalizadora e histórica, el
epicentro del fútbol en Qatar nos permite apreciar la temperatura de las
dinámicas actuales del imperialismo capitalista.
Hidrocarburos y
trabajo
Qatar es un pequeño
y joven estado que en las últimas tres décadas se ha consolidado como potencia
mundial de producción de gas y petróleo. Su gas licuado circula por el mundo,
así como su cuantioso capital. Qatar es un estado hidrocarburífero determinante
en el mercado, y a partir de ello con mucho poder de influencia en otros
sectores de la economía, la política y la cultura en los cinco continentes.
La conversión del
país desértico en un oasis de ciudades de alta tecnología se ha sostenido en
una fuerza de trabajo inmigrante que constituye el 90% del total de su
población, 2,3 millones de personas aproximadamente. Se estima que, al menos 30
mil inmigrantes de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka fueron
ingresados al país con objeto de materializar las infraestructuras deportivas y
de apoyo para los eventos de noviembre-diciembre de 2022.
Amnistía
Internacional (2016) y Human Rigths Watch (2021) hicieron notar detalles de la
situación laboral y vivencial de tales trabajadores: pasaportes confiscados
para evitar el abandono de sus puestos, hacinamiento, malnutrición, cobros para
ser contratados, sobre horas no pagadas, condiciones laborales insalubres,
salarios retenidos y pagados fuera de plazo, deducciones ilegales y punitivas
al salario, entre otros.
En 2021, The
Guardian denunciaba que al menos 6,500 trabajadores habrían muerto en el
proceso de construcción de tales infraestructuras desde 2010; el mismo año
Amnistía Internacional señalaba una cifra mayor de 15,021 muertes. Las causas
de tales bajas serían: accidentes por deficientes sistemas de protección,
condiciones ambientales insalubres (shocks por limitada hidratación, infartos e
insuficiencia respiratoria por insolación, entre otros).
Aunque existen
registros documentados sobre la vida cotidiana de los obreros inmigrantes, las
cifras son difíciles de corroborar puesto que no existe un seguimiento
detallado por cada deceso. Complementariamente, las cifras no tienen
referencias comparativas de procesos económicos similares en la región o
economías como la India y China o incluso Estados Unidos. Sin embargo, el
hincapié de la prensa occidental por señalar este aspecto como centro de la
descalificación del espectáculo catarí, ha tenido un éxito en la opinión
popular mundial.
Lejos de esa
particularidad, en otra faceta de la desigualdad, y en la combinación de
ignorancia voluntaria e involuntaria de esas condiciones, un gran bloque de
trabajadores del mundo entero, principalmente hombres afincados en el
chovinismo de circunstancia, se aprestan a seguir la aventura de sus escuadras
con la esperanza de festejar el triunfo.
Mientras que unos
pocos, privilegiados o fanáticos, pueden costearse el traslado y estancia, los
más tendrán que resolver dos meses de acceso a la recepción óptima de partidos
y noticias sobre los partidos, mediante el acceso crediticio a equipos o
ampliando sus servicios de cable o streaming para acceder legal o ilegalmente a
tales contenidos.
La consigna popular
puede resumirse en: ¿Cómo perderse este espectáculo que convoca al 50% de la
población mundial?
Política futbolera
Como un gobierno
mundial de naciones, la Federación Internacional de Fútbol Asociados (FIFA) se
ha encargado de gestionar el fútbol y las asociaciones nacionales desde 1904, a
la vez que ha realizado 21 torneos mundiales desde 1930. El mundial de Qatar
2022 es la primera incursión del espectáculo futbolero en Oriente Medio en cien
años.
Con un currículo no
exento de polémicas en torno a la realización de eventos en medio de procesos
autoritarios (campeonatos de la selección italiana en el marco del gobierno de
Benito Mussolini en Italia 1934, realización del mundial de Argentina 1978 en el
marco del gobierno de facto de Rafael Videla), vinculados a corrupción (compra
de arbitrajes por parte de Corea del Sur en el mundial de 2002, compra de
directivos de FIFA para votar a favor de Qatar para el mundial 2022), con
riesgo de boicot (por la situación de derechos humanos en Rusia 2018, Qatar
2022), y el apoyar o censurar a dirigencias nacionales (en 2016 asociaciones en
América Latina fueron multadas y amenazadas con sanciones más duras si no
enfrentan la homofobia y el racismo en los estadios) y equipos locales (en 2017
y 2018 el club Lazio de Italia fue multado por su asociación local por permitir
que su hinchada utilizara la imagen de Anna Frank como provocación a sus
equipos rivales), entre otras circunstancias, la FIFA ha logrado organizar una
red mundial variopinta de naciones vinculadas al popular deporte.
Siguiendo la
retórica occidental de derechos humanos y pluralidad, ha consolidado una red
que presume de apoliticidad pero no rehuye a concretar su influencia en 211
países, 17 más que la ONU, y hacer negocios con empresas de varios rubros, de
Coca Cola a Adidas (Estados Unidos a Alemania)
o de Qatar Energy a Crypto (Oriente Medio a China).
El escándalo en
torno al soborno de funcionarios de la FIFA para favorecer la elección de Qatar
como sede del mundial, no solo evidenció la falibilidad y ligereza de la
organización centenaria para tomar decisiones, sino que expuso de manera cruda
la relación funcional directa y flexible entre el deporte y la política, al
servicio de la anarquía de los negocios.
Respecto al aspecto
político, Qatar es, coyunturalmente, la punta visible del iceberg de las formas
de organización monárquica y religiosa que concretan el islamismo en esta
región del mundo árabe. La formalización normativa de tal organización política
promueve un polémico ejercicio filtrado de los derechos humanos, la
diferenciación entre hombres y mujeres, la sanción de movimientos sociales
vinculados a la reivindicación de derechos sexuales y de identidad de género,
entre otros aspectos.
Aunque esta forma
política de organización social ha sido cuestionada en el mundo árabe desde
antes de la elección del Qatar como sede del mundial en 2010, al igual que
otros cuestionamientos en Corea 2002 o Rusia 2018 en torno de condiciones
desfavorables para la población, realizados los negocios y cumplidos los
acuerdos entre países y gobiernos deportivos mundiales, lo más probable es que
tales cuestiones al salir del foco publicitario y propagandístico se normalicen
en el periodo posterior.
En tal sentido, es
factible apuntar que, mientras existan las condiciones económicas que otorgan
un papel protagónico a Qatar en el mercado de los hidrocarburos, la
reproducción del orden político autoritario y su organización social está
garantizada, aún más allá de la crítica coyuntural de sus mismos socios. Así
también, mientras el tema de derechos ya no sea importante cuando se critique a
Brasil, China, Rusia o Qatar, será útil para atacar a Venezuela o Cuba o
cualquier proyecto político y social alternativo al modo y uso capitalista.
Para los intereses políticos del capital, es cuestión de precios en el negocio
de los hidrocarburos, ni más ni menos.
Modernización y
moral
La concreción
exitosa de ciertas métricas como la condición de “muy alto” en cuanto a su
índice de desarrollo humano (IDH) y un PIB nominal por persona de alrededor de
70 mil dólares estadounidenses, para una población de dos y medio millones de
habitantes en 2017, ligada a la imagen moderna de sus ciudades-oasis en medio
del país desértico exponen al mundo occidental una faceta de Qatar exitosa
socioeconómicamente. Aunque dicho éxito se asiente sobre un proceso político
autoritario, se presenta con la claridad de un proyecto de sociedad de
apariencias, muy amable para las interacciones.
El intercambio
cultural promovido por el estado catarí y operado por los capitales privados
del país en el mundo occidental, tienen la claridad de proyectar el espectro
social de esta nación como abierto al diálogo. Que la educación, cultura y
deporte sean tres pilares fundantes de esta acción, pone en evidencia la
necesidad de los dirigentes de Qatar por establecerse como proceso referente y
alternativo de modernización social en Medio Oriente. En esta línea, son
relevantes las inversiones en: energía (Qatar Energy), transporte (Qatar
Airways), patrocinio (FC Barcelona), becas de estudio (el programa Qatar
Scholarship del Fondo de Desarrollo de Qatar o donaciones de la Fundación
Qatar, apoyan a estudiantes e instituciones de todo el mundo para cursos de
grado, posgrado, investigación, aprendizaje de lengua y cultura árabe), eventos
deportivos (Juegos Olímpicos Asiáticos de 2006, Mundial de atletismo en pista
cubierta de 2010, Gran premio de Qatar en la F1 de 2021), redes de información
(Al Yazira, AJ+), ciencia y artes (creación de una ciudad universitaria con
sucursales de universidades estadounidenses como: Escuela de Ciencias
Informáticas Carnegie Mellon, Georgetown, Escuela de Ingeniería de Texas
A&M, Escuela de Periodismo Medill de Northwestern, Escuela de Artes de la
Universidad de Virginia, entre otros).
El Mundial de
Fútbol 2022 es una gran palanca de esta estrategia. La venia a la realización
del evento por parte de FIFA, las empresas patrocinadoras y las 32 naciones
asistentes demuestra los ambiciosos alcances para los implicados. Todo parece
indicar que a pesar de la polémica económica y política, se impone la
racionalidad de que uno de los espectáculos culturales más importantes puede
paliar la crisis, resultar en un buen negocio, ilusionar a las masas populares,
entre otros tantos objetivos. Así el fútbol y su mundial se presenta como
espectáculo que está más allá de la moral.
A la distancia de
cien años de FIFA, hegemonía mundial del imperialismo, habría que preguntarse
¿Qué no puede el fútbol?
Comentario final
Para los
gobernantes de Qatar y sus socios estratégicos, el proceso iniciado años antes
de 2010 y que concluye en 2022 con la realización del Mundial de fútbol, supone
un paso hacia adelante en su inserción al sistema de relaciones entre naciones
del mundo, no solamente limitada a lo económico, sino también en las
dimensiones política y la cultural.
Por lo superado en
esta década, la quimera de blanqueamiento de la forma sociocultural qatarí
tiene las alas aseguradas más allá de 2022. Los debates y contradicciones en
torno al papel de Qatar en el espectáculo del fútbol mundial acabarán siendo
silenciados democráticamente en todo el mundo empezando por su país por el
pragmatismo de los petrodólares. Por otro lado, capitalizado el trampolín del
espectáculo, cual aves de rapiña migratorias, los patrocinadores y empresas
constructoras se mudarán hacia el siguiente destino para negociar la nueva
porción en el festín, porque saben que el show debe continuar.
Mientras tanto, en
la otra cara de la moneda, cada derrota o victoria serán bálsamos de la máquina
de la cotidianeidad humana.
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