EL REY DE SUECIA
Este
año a Felipe VI le tocaba mojarse sobre el reciente choque entre el Judicial y
el Legislativo, pero volvió a evitar trabajar. Nada. Ni una palabra dando
pistas de qué significa erosionar las instituciones
GERARDO TECÉ
Felipe VI, durante la emisión de su
discurso navideño de 2022.
Si había un discurso del rey necesario era el de este año. Más allá del tradicional papel de Santa Claus monárquico que aparece cada 24 de diciembre para regar las casas españolas de pensamiento mágico y buenas intenciones, este año al rey le tocaba, digamos, trabajar. Le tocaba jugar el papel de Jefe del Estado, cargo que ostenta, aunque a veces se nos olvide y por el cual le pagamos ese sueldo que supera el salario mínimo para preocupación de la CEOE. Anoche era la noche. Lo era porque, ¿de qué sirve un Jefe del Estado si no es para mediar y solucionar un grave enfrentamiento entre poderes que hace peligrar el funcionamiento del propio Estado?
Felipe VI apareció
puntual a las 21:00h., y lo hizo por todas las televisiones. La salud de la
monarquía es excelente a juzgar por el 100% de share conseguido. Periodistas,
jueces y miembros del Parlamento dejaban a un lado el canapé y los preparativos
de la cena para escuchar atentos. Y es que este año a Felipe VI le tocaba
mojarse. Le tocaba pronunciarse sobre el muy reciente choque entre el Judicial
y el Legislativo que ha sacudido la política española y, sobre todo, afectado a
las estructuras del edificio en el que Felipe VI ocupa la planta alta. Con
gesto serio, el rey dio las buenas noches y comenzó a hablar de la guerra de
Ucrania. Una introducción, pensamos. Un formalismo necesario para con una
democracia atacada en pleno corazón de Europa. Pero el formalismo comenzó a
alargarse minutos y minutos de manera sospechosa, como aquel chiste en el que
uno se presentaba al examen de Naturales sobre peces dispuesto a hablar
únicamente de hipopótamos. Los peces viven en el agua, como el hipopótamo, que
es un mamífero africano de más de mil kilos que… Con el sorprendente
descubrimiento de que el asunto central había quedado relegado en la escaleta a
asunto secundario, Felipe VI regresó del largo viaje a Ucrania y se dirigió a
esas familias españolas, que, como consecuencia de la inflación derivada de la
guerra, estaban pasando dificultades. O eso le habían contado. Mucho ánimo, si
quieres puedes, lo importante es nunca dejar de creer, te paso una tarjeta y me
pegas el toque que he abierto consulta de coaching. No se me ocurre un chute
mayor de energía y optimismo para quien anoche no pudo permitirse un plato de
gambas que un rey mandando ánimos desde Palacio.
Tras Ucrania y el
papel coach, Felipe VI llegaba por fin al asunto por el que muchos habíamos
dejado de lado la cena. Los que somos optimistas empedernidos imaginábamos que
había aplicado la mayor de que lo bueno se deja para el final. Nos equivocamos.
El rey, recordemos, el Jefe del Estado, volvió una vez más a evitar trabajar.
Las instituciones hay que cuidarlas porque si no, pueden erosionarse, vamos a
llevarnos bien, eTCétera, eTCétera. Nada. Ni una palabra dando pistas de qué
significa erosionar las instituciones, de qué es, exactamente, lo que puede
poner en peligro la democracia. ¿Lo sería ocupar uno de los tres poderes del
Estado con el mandato democrático caducado desde hace cuatro años y maniobrar
de forma nunca antes vista en lo que parece golpismo institucional? ¿Lo sería
intentar arreglar esta anomalía? Ni idea. No lo sabemos porque el rey no dijo
nada. Felipe VI fue anoche, una vez más, Borbón que borbonea para que nadie lo
desborbonee, antes que Jefe de Estado, cargo del que anda dimitido y tomando
posesión en función de criterios que desconocemos. No se mojó, critican algunos
equivocándose. Claro que lo hizo. Si hacerse el sueco, si mantenerse públicamente
equidistante en una batalla entre un poder legitimado en las urnas y otro
atrincherado y dispuesto a amordazar al otro no es mojarse, que baje
Montesquieu y lo vea. Parecía ser el rey de Ucrania, pero acabó siendo el rey
de Suecia.
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