ALGO PERSONAL CON SERRAT
ANÍBAL MALVAR
Se ha retirado de los escenarios Joan Manuel Serrat y solo dos de los cuatro grandes periódicos matritenses le dan a la noticia la dimensión de portada que se merece. La cultura -más allá de la bazofia con la que los grandes holdings inundan páginas y escaletas- está desapareciendo de los periódicos. Pero es que Serrat ha sido algo más que cultura. Él, Paco Ibáñez, Amancio Prada y tantos otros nos trajeron, ya en el tardofranquismo, el ansia de revolución a través de la poesía. Aprendimos con ellos más de nuestra literatura y nuestra historia que en aquellos libros prudentemente redactados por Fernando Lázaro Carreter, en los que se intuía que Lorca y Miguel Hernández habían muerto en un accidente de tranvía, y Machado tomando las aguas en el sur de Francia.
Casi todos aquellos juglares, en algún momento, tuvieron que exiliarse, pero sus discos ya estaban infestando con sus tonadillas pecaminosas los hogares fachas y rojos, ricos y pobres, ilustrados y zopencos. Hay que recordar que Franco dejó España con un 9% de analfabetismo. Y nos consta que intentó que fuera más.
Escuchar en 1972
canciones como Para la libertad, El niño yuntero o las Nanas de la cebolla era
más subversivo y, además, más útil y humanitario, que pegar tiros en la nuca o
reventar coches de almirantes. Pero los censores franquistas y eclesiásticos no
eran precisamente gente culta e inteligente, y cuando se fueron dando cuenta
del peligro de aquellas canciones subversivas, éstas se habían hecho
tremendamente populares. Ya no se podían borrar del imaginario colectivo de
aquella España sepia y sotanera, ruidosa de sables y raphaeles, orgullosa de su
atraso y de sus pantanos.
A Serrat se le
ocurrió en público condenar los últimos fusilamientos del franquismo, así que
se le dictó una orden de busca y captura que lo mantuvo una temporada en
México. Pero el daño ya estaba hecho. No había sargentos suficientes para
borrar de los labios de las lavanderas de río el tarareo de Mediterráneo
(1971).
Serrat se acabó
convirtiendo después en una especie de cantor de consenso, apreciado por
carpetos y vetones, por fascistas y anarquistas, por viejos y por niños.
Hasta que llegó la
ceja, no sé si os acordáis de los de la ceja, aquellos creadores que apoyaron a
José Luis Rodríguez Zapatero para frenar las ansias destructivas hacia el
sector cultural de las políticas de José María Aznar, que prefería el Cara al
sol a la Novena (no confundir con las novenas misacantanas de Ana Botella).
Los de la ceja,
entre los que estaba el propio Serrat, nunca fueron perdonados de aquella
"politización de la cultura", que dirían los fachas, ignorantes de
que la cultura es política o no es. Y quizá por eso ABC y La Razón, en una
mañana tan huérfana de noticias como hoy, ningunean en su portada el retiro del
trovador de Poble Sec.
En todo caso,
Serrat ya les legó su desprecio con antelación en canciones como Algo personal,
ese himno contra los yuppiefachas (hoy cayetanos) que nos gobernaron y
gobernarán. Cada vez que la cantaba en mis conciertos tabernarios dedicados a
poetas, pensaba en Luis Bárcenas y me salía mejor.
Probablemente en su
pueblo se les recordará
como cachorros de
buenas personas
que hurtaban flores
para regalar a sus mamás
y daban de comer a
las palomas.
No me digáis que no
es clavadito a un imaginario Bárcenas chiquitín. Qué mono.
Mi infancia son
recuerdos de un disco de Serrat, me dicta mi demoníaco ángel machadiano, y al
bajarse del escenario para siempre también se ha bajado de mi niñez, de muchas
niñeces, y hoy por fin me he hecho viejo a pesar de las portadas.
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